La fuente de la Fuenseca en 1942. A la derecha, el solar del cine que se inauguraría en 1945

La fuente de la Fuenseca en 1942. A la derecha, el solar del cine que se inauguraría en 1945

El portalón de San Lorenzo

Si la fuente de la Fuenseca hablara...

El lugar ha sido testigo privilegiado del tropel de gente que en tiempos no muy lejanos transitaba Juan Rufo arriba o abajo

Quizás empezase hablando sobre su propia historia, algo caótica, cuando un lejano día de principios del siglo XVIII se decidió poner una fuente al nivel de la calle Alfaros en su confluencia con la actual Juan Rufo. Una vez instalada se vio que el agua, que nacía en un venero de la parte alta de la ciudad, no le llegaba con el caudal necesario porque tenía una cota demasiada alta. Es más, casi siempre estaba seca, por lo que el pueblo, acostumbrado resignadamente en todos los tiempos a las chapuzas de sus gobernantes, le puso el apodo sarcástico de Fuente-Seca.

Afortunadamente, no persistieron en el error y se decidió cambiarla de sitio. Así, en 1760 la trasladaron más abajo, a la plazuela que hoy ocupa que había sido un amplio huerto (de ahí el espacio tan grande que, afortunadamente, aún persiste en el llamado Cine Fuenseca). Con el fin de ponerla lo más baja posible para no tener otra vez problemas con la cota y que le llegase el caudal, a esta nueva ubicación había que acceder descendiendo dos escalones, lo que resultaba poco adecuado, sobre todo para las personas mayores. Entonces, con acuerdo del Ayuntamiento se decidió una vez más trasladarla ligeramente en la plazuela y quitar los escalones.

Ya puestos, también le diseñaron otro frontal con cuatro caños, colocando encima una imagen del Arcángel San Rafael que estaba hasta entonces en la misma plaza en un solitario pedestal sobre un pilar de mampostería. Por fin, había encontrado la fuente su sitio y fisonomía definitiva. Había costado lo suyo.

La ermita de los Reyes

Además de sus propias peripecias, la fuente de la Fuenseca también nos podría contar el triste fin de la cercana ermita de los Reyes, cerrada el 2 de julio de 1846 cuando llevaba ya bastante tiempo prácticamente en ruinas. Estaba situada entre las casas número 8 y 9 de la calle Imágenes, próxima a la antigua tienda de comestibles y Horno de Cárdenas.

Según antiguos testimonios, se fundó al poco tiempo de la conquista de Córdoba por San Fernando, con la advocación del Corpus Christi en memoria de haber sido en aquel sitio donde la tradición aseguraba que celebró la primera misa el rey durante los seis meses que estuvo a la espera de la conquista final de la parte alta de la ciudad.

En esos momentos los cristianos sólo habían conquistado la parte baja de la ciudad llamada Ajerquía, que se comunicaba con la parte alta, llamada Villa o Medina, a través de unos pocos postigos como el cercano arco de Corvacho, estrecho y angosto acceso que luego daría lugar a la famosa Cuesta del Bailío.

Seguramente, la fuente también pudo oír a los que esperaban cola para beber comentando las críticas que se publicarían años después sobre este desatino en la prensa local, como en el Diario de Córdoba de 13 de mayo de 1871. Se denunciaba la salida a subasta y posterior venta de esta antiguo e histórico inmueble para poner en su lugar... una taberna, perdiéndole el respeto de la historia y de lo que fue.

El bochorno era tal que se enteraría hasta la prensa forastera. Y así tenemos, por ejemplo, que el Diario la Paz, de Murcia, el 12 de julio de 1872, en su página denominada 'Popular', decía el mismo día de su venta: »Al fin ha sido vendido el edificio que fue ermita de los Reyes, en el que al parecer van a poner una taberna, reduciéndose a esto el lugar en que se dijo la primera misa cuando la Conquista de Córdoba. ¿Sobre este hecho acontecido piensa protestar la Comisión de Monumentos?". La pregunta retórica es demoledora.

También pudo comprobar la fuente que el asunto coleó varios años, y así el Diario Gráfico La Voz, de fecha 30 de mayo de 1924, al recodar la fiesta de San Fernando decía: «La ciudad de Córdoba y su Iglesia tienen con el Rey San Fernando particulares vínculos de devoción y gratitud, ya que él conquistó nuestro pueblo a los moros, y para ello permaneció seis meses entre nosotros a las espera de conquistar la Almedina o parte alta de la ciudad. El Rey don Fernando III, santificó con su presencia el lugar en donde se alza el Santuario de Linares, la Ermita de los Reyes en la Fuenseca, y el sitio que hoy se llama El Realejo».

La impotente Comisión Provincial de Monumentos, en sus anales de 1926, describía la portada de la Fuenseca, ya con su pequeño cobertizo superior, a modo de terraza, que le dio su imagen característica reflejada por el gran Julio Romero de Torres en los años 20. La misma Comisión, de pasada para que no se notase mucho, daba cuenta de que los dos pequeños altares de aquella desaparecida ermita habían terminado en la iglesia de San Andrés (y a saber todo lo que se perdió).

Los Estévez de la taberna El Bolillo

Otra taberna cercana a la fuente, muy antigua, compartía el nombre de El Bolillo con una similar de la calle Zorrilla, detrás del Gran Teatro. Eran regentadas por dos hermanos, los Aguililla, y el nombre venía porque su madre, mujer chapada a la antigua, según parece era muy hábil en la técnica de hacer encajes con la almohadilla y los bolillos. Para los que somos legos en la materia hay que apuntar que el bolillo es una especie de palito moldeado que pende de los hilos que hay que entrecruzar para hacer el encaje.

Se decía que a la casa familiar de estos taberneros solían ir chicas jóvenes para aprender de su madre esta técnica antiquísima, por desgracia hoy prácticamente extinguida. Y es una pena, porque España fue la alumna más antigua y adepta de la 'madre' Italia en este arte, confinado en muchos casos a los conventos femeninos. Los Puntos de España de los siglos XVI y XVII realizados con hilos de oro y plata rivalizaban con los famosos de Punto de Venecia. Además, los estudiosos del tema sitúan los precursores nacionales de este arte incluso en épocas ibéricas, donde las Damas de Elche y Baza, por ejemplo, muestran labradas unas vestimentas ricamente bordadas con una técnica que parece similar.

Volviendo al tema de estas tabernas, antes de los Aguililla la de la calle Imágenes esquina con Juan Rufo era propiedad en 1890 de María Calderón Díaz, y hay documentos que confirman que ya existía en 1830, lo que la hacía una de las tabernas más antiguas de la ciudad. Tras los hermanos del «bolillo» la taberna de la Fuenseca fue regentada por Antonio Estévez Pérez, al que le sucedió su hijo Antonio Estévez Luque, y a éste sus hijos, los Estévez Toledano, con los que desapareció a principios de los años 60 del siglo XX.

Poco antes de su cierre, con alguna frecuencia, se podía ver jugar en ella al ajedrez (algo no muy habitual en estos sitios) al profesor de Dibujo de la Universidad Laboral don Andrés Arroyo Mejías, en aquella salita situada a la derecha de la taberna cuya ventana daba a la calle Juan Rufo.

De la última generación a cargo de la taberna, Antonio Estévez Toledano trabajó como perito industrial en la fábrica cordobesa de Westinghouse donde, entre otros importantes trabajos, colaboró en el proyecto eléctrico de la estación depuradora de aguas residuales La Golondrina de Emacsa inaugurada en 1991 con una capacidad de tratamiento de casi 150.000 m3/día. En el plano social, perteneció a la Hermandad de los Dolores, siendo además uno de aquellos grandes aficionados de Juan Serrano 'Finito de Córdoba' que le acompañó a su primer viaje por tierras hispanoamericanas.

Paseando por los comercios de la Fuenseca

La Fuenseca ha sido testigo privilegiada del tropel de gente que en tiempos no muy lejanos transitaba Juan Rufo arriba o abajo. Recordará las veces que Enrique Redel, Romero Barros, Pablo García Baena, Rafael Cantueso, Juan Bernier o Ricardo Molina paseaban y saludaban al Arcángel, y alguno en plan jocoso le pedía prestada la calabaza de su caña, para beber el vino llamado 'Calabaza' que servían en El Bolillo.

Solar del local de la calle Juan Rufo en donde empezó Pedro Romero

Solar del local de la calle Juan Rufo en donde empezó Pedro RomeroM. Estévez

Por si faltaba algo de gentío, además de las tabernas allí estaban los comestibles y el pan de los Cárdenas Cantueso, lleno de clientes. O los famosos almacenes Pedro Romero, empresa que surgió aquí en un solar que está todavía a medio derrumbar, empezando en los años 50 comprando trapos, papel y cartón, y llegando a ser una gran firma con varios establecimientos dedicados a la confección que, tristemente, desaparecieron. También hubo una sucursal de la Confitería de San Rafael de Santa María de Gracia, que curiosamente era regentada por un familiar de los Mirita de la calle Concepción.

Y de otra persona que mantendrá su recuerdo imborrable la fuente será de Antonio 'El Barbero', el marido de Aurora y vecino de la calle María Auxiliadora, que para que sus bronquios se 'ventilaran' siempre estaba echado en el quicio de su barbería a la espera de que alguien le pudiera dar un cigarro mientras le pelaba o lo afeitaba. Más arriba, en la confluencia con la calle Alfaros, estaba el simpático fotógrafo Melero (uno de los fundadores de la peña Los Emires) en su bello ático de madera.

También vería la fuente un tránsito menos recomendable, el de clientes de la casa de citas de la calleja de Santa Marta. A esta misma calleja daba una puerta falsa del Cine Fuenseca por la que salí con mis hermanos y mi madre tras ver en el verano de 1953 'Morena Clara'. Como fue tanta la gente que acudió para ver aquella película tuvieron que habilitar esta puerta que normalmente no se abría. Salimos enfrente de un negocio con un rótulo que ponía Cooperativa de Ebanistas, y mi madre nos indicó que siempre se había oído por Córdoba de que allí lo que en realidad había era una 'célula' de la masonería.

Abundando en esta apreciación, diremos que en 1934 el periódico Ahora de Madrid, a la vez que contaba la muerte del famoso torero Ignacio Sánchez Mejías citaba la profesión de algunos candidatos al Ayuntamiento de Córdoba relacionados con esta cooperativa: «Don Francisco Azorín Izquierdo (arquitecto), don Bernardo Garrido de los Reyes (ebanista), don Mariano Salinas Diéguez (platero), don Enrique Suárez Aranda (ebanista), don Pablo Troyano Moraga (tipógrafo), don Juan Guerra Lozano (perito), don Manuel Cáceres Urbano (decorador)”. El presidente de esta peculiar cooperativa, Bernardo Garrido de los Reyes, llegó a la alcaldía de Córdoba en aquellas elecciones municipales de 1934 y estuvo hasta el triunfo electoral del Frente Popular.

Las peñas de la Fuenseca

La Fuenseca fue un lugar privilegiado en el mundo peñista, En aquel mundo de las peñas cordobesas se respiraba un fervor enorme por Córdoba, la Córdoba tradicional y evocadora de su pasado espléndido.

Por antigüedad, tenemos que citar primero a la peña Los Legítimos (1923) que se solía reunir en la taberna El Bolillo para hablar de Córdoba y engrandecerla. Un referente de ellos fue sin duda Julio Romero de Torres. En la antigua taberna Casa Faustino, posteriormente Casa Valera, estaba la peña El Vivero (1949), que nombraría presidente de honor a don Alfonso Cruz Conde, el primer hombre que se tomó en serio el fútbol en Córdoba. En la misma taberna estuvo la peña El Cucharón entre cuyos fundadores se encontraba el notable Marqués del Cucharón, ese agradable personaje al que se le ocurrió acudir a una lejana romería de Santo Domingo, cuando pertenecía a la peña Los 99 amigos, montado en un borriquillo, gesto serio, pantalones arremangados hasta las rodillas y un enorme cucharón al hombro. Luego también estaba la peña Los Jardineros (1952), donde entre sus componentes más entusiastas estaba el amigo Manuel del Toro Sotomayor de la calle Juan Palo.

En la taberna Casa Bellido había dos peñas, una la de Los 15 Mediantes, simpático nombre que se le ocurrió a José Tavira. Eran amigos que amaban el sentido del perol y las tradiciones, Quiero señalar a un referente de esta peña, don Luis Aranda Martos, un empresario de Puerta Nueva que triunfó en el ramo de la madera. Su empresa progresó cuando se instaló en la avenida Cruz de Juárez, entonces en las afueras. Nos contaba su afilador de herramientas, Moyano, que su jefe pasaba de fabricar todo el mobiliario de la Universidad Laboral de Córdoba a cerrar para el disfrute exclusivo de sus amigos La Segunda de Cercadilla en 1964, costándole la rumbosa broma de 200.000 pesetas. Igualmente estaba la peña Los Abderramanes (1941), de la que queremos citar a Fernando García Noci, compañero de Westinghouse, que siendo representante sindical consiguió prestamos de la mutualidad para media fábrica.

Hechos luctuosos

La fuente tuvo que echar en falta un día a su habitual Francisco Parejo, portero del inmediato Cine Fuenseca. No sabría qué le había pasado porque, por desgracia, no pudo ver cómo, cuando iba a trabajar a la Renfe desde su casa, Francisco cayó muerto fulminado muy cerca de la taberna de Casa Fermín, esquina con las Costanillas en 1968. Una desgracia.

Sí pudo ver otro hecho luctuoso, acaecido en otra de las innumerables tabernas cercanas, Casa Bellido. Esta taberna había sido adquirida en los años 40 por Rafael Bellido, antiguo tabernero de Los Palcos de Pérez Barquero en la calle Cardenal González, que se la compró a Rafael Blancas, matarife del Matadero Municipal y simpático fabricante en sus horas libres de banderillas para los festejos taurinos.

Ese día un tal Ricardo, vecino de la calle Zamorano, intentó obligar al joven cliente Antonio Rodríguez, vecino de la calle Imágenes, a que se tomara un medio de vino. Éste, que solía acudir a la taberna tras almorzar para tomarse un rápido café antes de irse a trabajar por la tarde, rechazó la invitación, y Ricardo se lo tomó como una ofensa. De forma que se le dirigió en un tono amenazante, arrinconándolo en la zona en donde estaba la máquina del café. Allí, a pesar de los esfuerzos de Emilio Pastor, yerno de Rafael Bellido, lo apuñaló de forma incomprensible por tres veces de forma mortal.

Este desgraciado crimen tuvo lugar el 3 de enero de 1966, y fue un suceso que escandalizó no sólo a la zona de la Fuenseca sino a toda Córdoba. Dejaba marcada a una taberna que, aparte de servir como almacén de comestibles, había sido siempre un lugar de paz y diversión donde convivían en armonía las peñas y los muchos simpatizantes de las mismas. No volvió a levantar cabeza.

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