El Realejo

El Realejo

El portalón de San Lorenzo

Los alrededores del Realejo

«Ahora los taberneros ya no quieren peñas en sus establecimientos, por lo que la mayoría de ellas están en la diáspora o a punto de desaparecer»

El Realejo de Córdoba, nos dice la tradición que fue el lugar en donde el Rey Fernando III, solía acampar a la espera de poder tomar la Medina en la conquista de Córdoba, que tuvo lugar el 29 de junio de 1236. También sabemos por la cultura popular que era el centro de gravedad de los carnavales que tenían lugar en aquella Córdoba de los años de 1920. Y podemos decir que era la frontera natural entre la Córdoba que nosotros vivíamos y la Córdoba más opulenta que se suponía que respiraba al otro lado de la ciudad.

En primer lugar, la relojería Cauny

Todavía se pasa por el Realejo, y se puede ver lo que fue la Relojería Cauny, que sería inaugurada en los años 1953; el local que aún permanece con su toldo y todo, nos muestra lo que durante años fue la relojería de Antonio García, el hijo del relojero de la calle Almonas, que con apenas trece años lo puso su padre a frente de esa relojería. Aquel local fue anteriormente de un sastre que por su apodo se le conocía como el Poca Tela que era una forma casi sistemática de querer encarecer su trabajo argumentando que faltaba tela en el corte que los clientes le habían entregado. Menos mal que enfrente estaban el practicante don Sebastián Cano Marín y la Farmacia de Kindelán que resolvían la mayoría de los problemas sanitarios que se le ocurrían a los vecinos.

Este local de relojería se instaló en la casa de la familia Castejón un personaje importante de la fábrica de Cementos Asland. Esta casa, como tantas otras, fue llamada al derribo y el encargado de hacerlo fue el constructor Rafael Luque Iglesias, que le facilitó un local provisional al relojero, en lo que fue la barbería del simpático Manolo, que tuvo que emigrar porque por aquellos tiempos el pelado de caballero no era ningún negocio. El citado Rafael Luque obró la casa y tuvo el detalle de darle a Antonio García Blanco lo que fue el local para su relojería por unas 200.000 pesetas aproximadamente en el año 1976; quedando entre los dos locales lo que fue la fontanería de Vicente Gordillo. La relojería estuvo abierta como un hotel para sus canarios hasta su jubilación en el 2018. Tengo que decir que el relojero tenía un canario color crema, que todos los días cuando abría el local, el canario le obsequiaba con la tonalidad de los toques de un reloj antiguo alemán que guardaba desde la época de su padre. Y eso significaba un orgullo para este relojero que muy bien pudo haber arreglado más de 50.000 relojes.

Antigua relojería de Antonio García

Antigua relojería de Antonio GarcíaM. Estévez

Este simpático relojero con apenas 13 años, sitúo su relojería a la que se le puso el nombre de Relojería Cauny, teniendo por debajo la taberna La Paz, regentada por Julio Carmona García, clásica entre las clásicas, y allí se fundó en 1947, la Peña los Romeros de la Paz, según parece la peña decana de Córdoba y con mucha solera. Esta taberna tenía su clásica piquera, y cuando pasábamos por la puerta de La Paz, siempre nos llamaba la atención ver a Manolo Amo de Castro, antiguo jefe de Cenemesa, que por amistad en la casa, se solía sentar dentro del mostrador y mirando hacia la calle, justo al lado de la piquera.

A la hora de hablar de aquellos peñistas que pasaron por esta Taberna, tendríamos que citar a José Aparicio, Francisco Ávalos, Rafael Osuna, Rafael León, Rafael Fernández, Rafael Delgado, Ramón Gutiérrez, Pedro de la Torre, Fernando Ortega, Aurelio Rodríguez, Francisco Heredia, Manuel Pareja, Manuel Estévez, Rafael Fernández, Rafael Heredia, Rafael Jiménez, y un largo etcétera. En los años 1960, esta Peña se trasladó a la Sociedad de Plateros de la Calle María Auxiliadora. Pero ahora los taberneros ya no quieren peñas en sus establecimientos, por lo que la mayoría de ellas están en la diáspora o a punto de desaparecer. Decir lo contrario es decir tonterías.

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Pero el relojero no se conformó tan solo con esa taberna, sino que por encima de su pequeño establecimiento estaba la taberna de Calzaito, taberna de buen cante flamenco, que en tiempos fue regentada por el matrimonio Tomás Moyano Mármol y su señora Rosario Navarro Voces, dando lugar a la conocida saga de los Moyano Navarro, universitarios, profesores y catedráticos; incluso de allí surgió Amador Jover Moyano, el rector de la Universidad de Córdoba que hizo su traslado al Campus de Rabanales en la antigua Universidad Laboral Onésimo Redondo.

Emilio García Suárez, el padre del relojero, desde su taller de la calle Almonas, introdujo en Córdoba el reloj Cauny Prima, todo un lujo para la gente que de alguna forma se creía que estaba progresando. Su padre nos recordaba a algunos relojeros de ocasión cuando se acumulaban las reparaciones de toda clase de relojes; muy especialmente recordaba a Miguel Montes, que vivía en el Pozanco, enfrente de la escuela de don Francisco, y era un gran relojero. Le llamaban Miguel ‘El dedo gordo’, por un pulgar que tenía algo exagerado, pero además era un gran tornero de la Cordobesa siendo también el padre, entre otros, de Miguel Montes Sánchez, el simpático Cantinflas, y también de Rafael el que fuera sacristán de la Iglesia de San Rafael en tiempos de don Manuel Martínez Baena.

Otro relojero que colaboraba con Emilio era un tal Luis Varona, también buen profesional pero que cuando sentía pasar un afilador, se levantaba, dejaba el trabajo y se iba a acostarse a su casa, y es que la superstición era más fuerte que él. Este hombre terminó teniendo un taller propio en la calle Barroso.

En aquellos años finales de los cincuenta y en aquellas casas de vecinos, se notaban los inquilinos que tenían un trabajo seguro y estable. Sus viviendas, aunque humildes, eran de las primeras en las que se veía alguna forma de progreso, más que nada, por el hecho de tener un sueldo medio suficiente y de forma habitual todos los meses. Ellos eran los primeros clientes de aquella enorme cantidad de vendedores a plazos que había en Córdoba, y cómo no podía ser menos, en las fábricas de la Electro Mecánicas y en la misma Constructora. En la popular Electro Mecánicas se vendía de todo, empezando por preservativos, ropa, zapatos, artículos de oro, y toda clase de electrodomésticos, incluidos aparatos de radio y hasta televisores. Pero un producto que inundó la fábrica fue el reloj marca Cauny, que por aquellos tiempos (1953), salió al mercado. Fueron tres los relojes que aparecieron por aquellas fechas, Cauny, Dogma y Cyma, pero los que hicieron furor en la Electro Mecánicas, fue el citado reloj «Cauny» de las tres estrellitas.

No cabe duda de que el padre de Antonio el relojero fue una de las personas que comercializó el reloj Cauny en Córdoba. Estos relojes los traía a Córdoba un tal Rogelio Sánchez, que se cansó de vender relojes.

Posiblemente fuera el simpático Rubio al que apodaban El Piyayo el que introdujo por primera vez este reloj en la Electro Mecánicas, y seguramente empezaría por la nave de estiraje que era en donde él trabajaba como jefe de equipo. Este reloj se propagó entre el personal como si fuera una epidemia, pues nadie quería ser menos que nadie.

Me contaba Juan Mena, empleado de Personal de la citada fábrica, que incluso Leonardo Rodríguez, el que fuera miembro del Jurado de Empresa en aquel sindicato vertical, llegó a plantear a la dirección de la fábrica el que dichos relojes Cauny se pudieran adquirir en el mismo Economato. Aquello no llegó a prosperar por la negativa de don Luis Adárraga, que hacía las veces de director de la factoría.

Nos relató Miguel Escudero Melero, que en la calle el Cárcamo, cerca de la Piedra Escrita, vivía una mujer que se llamaba Amparo Muñoz, que se entretuvo en vender cientos y cientos de estos relojes. El precio de venta para los ‘cuentistas’ era de 350 pesetas, y se solía pagar por semanas.

Encarnación Castillejo Romero (1910-1985), ‘La Encarna’, como familiarmente le decían en la Electro Mecánicas, era la que informaba en cierto modo a todo el que vendía, ya que ella proveía dentro de fábrica a todo el mundo de tabaco, ya fuera Celtas o Bisonte, y ella conocía a todos los trabajadores por sus muchos años en la fábrica. Luego cuando se jubiló se puso a vender en la propia parada del autobús, ayudando a muchos vendedores cuando «el pájaro se escapaba», como se solía decir.

En importancia y volumen de ventas le seguía el inconfundible Cuello Lata. Su lugar preferente de clientela era el Campo de la Verdad, y sobre todo la Calle Beato Henares, donde un día que íbamos en el autobús llegó a comentar que había vendido más de 500 despertadores de la marca CID, el primero a José Boque Ruiz, tan aficionado al Real Madrid que le apodaban el asistente de don Santiago Bernabéu.

“Paseo Marítimo" de José Sanjurjo Montilla en el Realejo

“Paseo Marítimo" de José Sanjurjo Montilla en el RealejoM. Estévez

El 'Paseo Marítimo' del Realejo

Todas las personas de cierta edad que solemos pasear a diario por el Realejo echamos de menos desde hace poco más de un año a ese hombre que, como un reloj, se sentaba en su balcón esquina con la calle Manchado al que cariñosamente llamaba el Paseo Marítimo.

Desde allí, José Sanjurjo Montilla, ‘El Pletinas’, como si estuviese en la terraza de un apartamento de la playa, disfrutaba observando el continuo trasiego de la calle. Poco antes de caer en manos de un desgraciado ictus, nos comentaba que no hacía falta que fuese un día especial para que desde su privilegiado lugar pudiese ver a infinidad de personas andando sin prisas y de forma distendida, que muchas veces se saludaban y se paraban formando charpas y animadas tertulias, porque el Realejo es de los pocos sitios de nuestra Córdoba donde aún se dan estos comportamientos propios de una sociedad más sosegada y feliz. Pero, por desgracia, poco antes del último festival de Arte Floral, con Córdoba llena de visitantes para presenciarlo en sitios como la Casa Góngora, la Diputación, el Arqueológico o los cercanos Palacio de Orive y de Viana, el amigo Pletinas nos dejó.

Gran aficionado al mundo taurino, Pletinas fue un torero aficionado, vecino en la entrañable calle Barrionuevo de Rufino, de Bernardo Palacios y luego de los hermanos Valverde Luján cuando se trajeron aquí su taller de escultura y carpintería.

Sabía de su afición a los toros porque una vez lo observé pidiéndole (más bien implorándole) al dueño de la taberna de la Sociedad de Plateros de María Auxiliadora que le permitiera sacar copia de una rareza de cartel de toros que tenían cerca del patio, en el que él mismo aparecía presentado como El Pletinas. La negativa del tabernero le sumió en una gran pena y disgusto. Su apodo de Pletinas, por otro lado, le venía a José Sanjurjo de cuando trabajó como herrero con Pepe el Largo.

Me contó Antonio Blancas Ruiz, su barbero de toda la vida en la calle Muñices, junto al bar La Viuda (famoso por sus tapas de bacalao y la cocina en general), cómo, hacía muchos años, Pletinas disfrutaba sólo con ver a los jóvenes parados delante del escaparate de la Papelería Ferrándiz, mirando absortos aquellas cajas de Lápices Alpino, todo un tesoro para los escolares de entonces. Así han cambiado los tiempos.

El simpático relojero Quirós, que tantos años estuvo en la calle Muñices y, sobre todo, Domingo Escudero, antiguo trabajador de Westinghouse, que a sus noventa y tantos años reside en los pisos que se levantaron en la antiguas Bodegas Diéguez, nos quedan aún como memoria viva de aquel Realejo que ya no existe, donde la gente iba a la Casa del Empeño de la calle Isaac Peral, multitudes que se congregaban para el Carnaval con sus murgas, o intrépidos jóvenes se reunían en Casa Lucas (donde hoy hay una farmacia), como Rafael León, Adalberto López, Rafael Pérez, Antonio Cantarero y Rafael Pérez Casas. Fueron de los primeros en tomar las doce uvas al son del reloj que había en las Tendillas por encima de David Rico.

En ese desaparecido Realejo estaba Casa Marín, que cedería con el tiempo el protagonismo al Ochenta y Nueve, aquel bar donde tomaba café (y anís) la media Córdoba que entraba de madrugada para trabajar a relevos y que vivía del Realejo para abajo. Desde allí podrían ver la desaparecida feria o verbena de San Andrés de la que hablaremos más adelante, cuando en la acera de lo que se llamaba Casa del General Varela se ponían caballitos, norias y barquillas, además del consabido palo de cucaña y otras atracciones, todo ello con motivo de la festividad de la Virgen de los Ángeles que se venera en un altar de la cercana iglesia de San Andrés.

Atrás en el tiempo quedaron también Casa Novella, la confitería La Española” y sus famosas tartas, las citadas Bodegas Diéguez, la taberna Casa Castillo o Casa Ana María. Más modernamente, un Banco de Andalucía, la ferretería de Larrea, una sucursal de la Sociedad de Plateros y un establecimiento de Bazar Molina.

Afortunadamente, aún persiste el estanco, levantado inicialmente en otro local del Realejo, por Rafael Moya Partido (1930-2010) a golpe de rellenar muchos mecheros de gas. A falta de mar y de chiringuitos en este ‘Paseo Marítimo’ el estanco es como un inmenso rompeolas donde a diario acuden vecinos y transeúntes buscando su ola de la suerte, para ver si les cambia o mejora la vida, bien con los cupones de la ONCE, cuyos agradables vendedores te encuentras apostados junto a la puerta, o con la Primitiva y demás juegos de azar, que las hermanas Rosario, Mari Carmen y Esperanza Caballero te ofrecen con todo agrado en este estanco propiedad de su prima, Mari Carmen Moya, la cual supo seguir la tradición de su abuelo, dueño del citado Casa Marín. A su alrededor, en contraposición a tantos sitios del casco histórico sin apenas vida, en el Realejo sigue la bulla cotidiana, esa que José Sanjurjo admirará y disfrutará desde otro ‘Paseo Marítimo’ más elevado.

Todo el mundo conocía a José Sanjurjo Montilla, ‘Pletinas’, viejo amigo de Julio Anguita, como un hombre de izquierdas de aquellos que hicieron de la honestidad y el trabajo la razón de su vida. Poco antes de morir, en la puerta del bar Santi, se nos quejaba diciendo que eran lamentables las «chorizadas» que algunos políticos, aprovechando su poder, habían llevado a cabo. De la maraña de mordidas en los presupuestos de adjudicación de obras públicas, en claro perjuicio de los ciudadanos de a pie que pagan con sus impuestos, de los chalets, amantes, y subvenciones señaladas a dedo... Y eso que el amigo Pletinas no tuvo que vivir el sainete de estos días, con los supuestos implicados en el saqueo protegidos como aforados, con privilegios de todo tipo frente al hombre de la calle normal. ¿Es esto de izquierdas? Lamentablemente, en este país no hay nada que pueda corregir estos abusos, ni hay democracia, ni un mínimo de decencia.

La Virgen de los Ángeles de la parroquia de San Andrés

La Virgen de los Ángeles de la parroquia de San Andrés

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La verbena de San Andrés

La de San Andrés era una de las verbenas más antiguas de Córdoba, de la que ya en 1890 consta en la prensa escrita que se instalaba en la plaza de San Andrés y a lo largo de la calle de San Pablo. Amenizaban la fiesta varias bandas musicales, en especial las del Regimiento de la Reina y la Municipal. En su modelo tradicional, estas verbenas incluían música, baile, tenderetes y atracciones, entre las que no faltaba el palo de la cucaña donde los jóvenes demostraban su habilidad gateando por un palo recubierto de una grasa escurridiza para dificultar al máximo que se pudiera coronar y recoger el premio colocado encima, por lo general un pollo o una gallina. Lo de verbena venía del nombre de una planta pequeña de color rosa pálido, usada en fiestas inmemoriales paganas, y con tanta pervivencia en la cultura popular que todavía muchos asistentes solían llevarla en la solapa durante estas fiestas.

Como pasaba en las del resto de barrios, en esta verbena o feria de San Andrés colaboraban vecinos como los Salinas, los Diéguez, los Monroy, los Crespos o los García. Un año hubo hasta un concurso de cante jondo, con tanto éxito que «se les fue de las manos» y su final hubo de celebrase en la plaza de toros de los Tejares por la gran expectación generada. Ganó el simpático Pulgarín, decidiéndose su victoria por el sabio método de que su actuación fue la que tuvo aplausos de mayor duración. Como colofón de las fiestas se solía obsequiar a los chiquillos de las Escuelas Hermanos López Diéguez, de siempre muy ligadas con el barrio.

En los años veinte del pasado siglo el ‘Diario de Córdoba’ advertía de que la circulación por la gran vía que va desde el Realejo hasta el Ayuntamiento se hacía casi imposible por la instalación de numerosos tenderetes y atracciones. Por eso, pasada la guerra, a principios de los años 40 se limitaron a la acera de la Casa de Varela, quedando así una verbena mucho más reducida.

Las barquillas eran propiedad de Manuel Rodríguez, un pluriempleado de los de entonces, músico de la Banda Municipal y cobrador de los recibos de la Sociedad General de Autores, de la que era delegado en Córdoba Domingo, hermano de Pepito ‘El Sevillano’. Se instalaban también el tíovivo y la noria, cuyo dueño era un tal José Cívico, con domicilio en la calle Almorávides junto a la fábrica de corchos, y que frecuentaba con regularidad Casa Lucas mientras vigilaba de reojo sus atracciones.

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