Francisco Solano Márquez, en la Plaza de las Tendillas (Córdoba)
Francisco Solano Márquez, periodista y escritor
«Tengo cinco metros de estanterías con recortes de los últimos cincuenta años que me sirven como documentación»
La editorial Almuzara ha presentado esta semana su nuevo libro dedicado a la céntrica Plaza de las Tendillas en Córdoba
Quedamos con Francisco Solano Márquez (Montilla, 1944) en el 'Bar Siena', de tal forma que así se produce el primer desfase generacional del encuentro, ya que ahora se llama 'Gran Bar', que es como lo conoció curiosamente en su juventud el veterano periodista, hecho que también es un claro ejemplo del baile de nombres que la propia Plaza de Las Tendillas ha conocido a lo largo de su dilatada historia: no solo el continente sino también una numerosa parte del contenido.
El Gran Bar es de los pocos negocios que sobreviven desde tiempos pretéritos, ahora remozado, moderno, iluminado y con un olor característico de cafetería tradicional que no se pierde a pesar de los años y las diferente nomenclatura. Francisco Solano se sienta al fondo, se quita el sombrero y de su cabeza surgen recuerdos, palabras, anécdotas y crónicas. Es periodista, aunque su humildad sincera y natural despiste en este oficio de egos histéricos y gente imprescindible hasta que ya nadie se acuerda de ellos.
No sucederá con este hombre, no solo por su sencillez y bonhomía, sino por su obra tanto periodística como literaria, si bien esta última faceta siempre está trufada del oficio de salir y contar. En su nuevo libro, publicado por Almuzara, Córdoba vuelve a ser la protagonista. Y no una parte cualquiera de la capital, sino el así identificado corazón de una ciudad que sigue latiendo al ritmo de los días y las circunstancias. 'Plaza salón', la ha denominado el autor en su obra, que es una crónica de los últimos cien años, el relato de la historia cotidiana de una plaza céntrica que ha visto la llegada de emprendores suizos, los primeros teléfonos,unos aseos subterráneos, y la resistencia valiente y romántica de los últimos quiosqueros.
Estilos arquitectónicos, leyendas urbanas, regímenes políticos, trafico de gasógeno y de turbo, malabaristas y cotillones. Gran parte de todo eso lo ha conocido de primera mano Francisco Solano Márquez, que nos trae un libro maravilloso no solo para los cordobeses sino para todo aquel que quiera conocer, a través de una crónica larga y sabrosa, parte de la historia de España condensada en una plaza que ahora cumple, oficialmente, un siglo de vida cargado de otros muchos años de antecedentes.
Francsico Solano Márquez, en la Plaza de Las Tendillas (Córdoba)
- ¿ Es la plaza icónica de Córdoba la más desconocida por los cordobeses?
- Bueno, no diría que sea desconocida, porque es una plaza muy frecuentada, tanto para tomar un aperitivo como para asistir a innumerables celebraciones. Antes, las procesiones de Semana Santa pasaban todas por aquí; frente a la calle Claudio Marcelo estaba la tribuna de autoridades. Por aquí pasa la cabalgata de Carnaval, procesiones como la del Corpus Christi y muchas otras a lo largo del tiempo. Sería interminable enumerar todas las actividades que acoge. Una de las más populares es la despedida del año, la Nochevieja: la plaza se llena de gente, con el cotillón y las botellas de cava, celebrando la llegada del nuevo año. La última gran cita ha sido el inicio del Rally Sierra Morena, que se celebró con el rugido de los motores y los coches deportivos. En Navidad se instala una feria con atracciones, los puestos de figuritas del Nacimiento y productos típicos para comer.
La plaza siempre tiene vida, mucha vida. Cuando hay actividades que atraen a la gente, esta sube, la disfruta y se apropia de ella. Creo que no hay cordobés que no la conozca o no haya estado aquí alguna vez. Recuerdo que antiguamente, antes de la era de los botellones, era el lugar donde se conocían las parejas y empezaban los noviazgos. Antes de eso, el sitio clásico para quedar era «en la Telefónica»; se puso de moda esa esquina como punto de referencia. En general, los cordobeses -salvo quienes la padecen por vivir muy cerca- están satisfechos con la plaza.
- Me refería al desconocimiento de su historia, sobre todo.
- La historia se desconoce porque no hay suficiente divulgación. El origen de la plaza arranca en la Baja Edad Media. Según el historiador José Manuel Escobar, especialista en historia medieval, ya en 1405 -a comienzos del siglo XV- aparece mencionada como «plaza de las Tendillas de la Encomienda»; el «de Calatrava» se añadió después. A partir de ahí fue cambiando de nombre: primero Tendillas de Calatrava; luego Plaza de Cánovas -por el político malagueño asesinado-, y en 1897 ya se rotula así. En 1931, tras la proclamación de la República, pasa a llamarse Plaza de la República. En el Museo Arqueológico se conserva una placa de piedra gris con un bajorrelieve de una figura femenina que representa la Justicia, con los fasces y la balanza, y la inscripción «Plaza de la República»; debajo aparece otro relieve alusivo a la Córdoba romana. Esa pieza la esculpió Enrique Moreno «El Fenómeno», de Montalbán, un escultor muy conocido que murió joven, víctima de fusilamiento por motivos políticos. Es autor también de otras esculturas, como la de Lucena y la situada frente a la Delegación de Defensa.
Tras la Guerra Civil, la plaza pasó a llamarse Plaza de José Antonio, en referencia a Primo de Rivera, y así se mantuvo prácticamente hasta la Transición. En la primera corrección de nombres políticos que impulsó Julio Anguita se recuperó oficialmente el nombre por el que toda Córdoba la conocía: Plaza de las Tendillas. Es decir, se oficializó el nombre popular y se colocó en las placas, y así se conoce hoy.
- La nomenclatura puesta por el devenir de la historia iba cambiando, pero popularmente seguía siendo la Plaza de las Tendillas.
- Sí, y para mucha gente de escasa cultura o por simplificar, es «la plaza del caballo», lo cual nunca ha sido nombre oficial y, aunque es una expresión popular, me parece un menosprecio hacia quien monta el caballo.
- Caballo y estatua tienen una historia muy larga.
- La idea de erigir un monumento al Gran Capitán surge en 1907, cuando un capitán del Ejército escribió al Diario de Córdoba proponiendo que la ciudad levantara una estatua en su honor, destacando sus virtudes militares. El Ayuntamiento acogió enseguida la idea, creó una comisión y Mateo Inurria —cordobés— se ofreció a hacer la estatua. Se decidió costear el monumento por suscripción pública a nivel nacional, pero la recaudación fue muy lenta. El proyecto de Inurria costaba 200.000 pesetas. Viendo que no avanzaba, lo redujo a 100.000 eliminando dos estatuas alegóricas, la Fortaleza y la Templanza, virtudes que se atribuían a don Gonzalo Fernández de Córdoba. Aun así, aquello iba despacio.
Francisco Solano Márquez
Para 1915, centenario del Gran Capitán, sólo pudo inaugurarse el pedestal: resultaba casi ridículo inaugurar un pedestal sin estatua. El emplazamiento primitivo estaba en el cruce de la avenida del Gran Capitán con José Canalejas, hacia la actual Ronda de los Tejares. Finalmente, 15 de noviembre de 1923 se inauguró la estatua completa, porque cuando la suscripción alcanzó unas 65.000 pesetas, el Ayuntamiento -con un alcalde resolutivo- decidió aportar las 35.000 que faltaban y algunas miles más para los gastos de inauguración, que fueron lustrosos.
Pocos años después, el Paseo del Gran Capitán -entonces de tierra- se transformó en avenida y, al trazar las infraestructuras, la estatua estorbaba. El arquitecto Félix Hernández, que dirigía las obras, ordenó retirarla. En 1927 se trajo a las Tendillas, que estaban en plena configuración y resultaban el sitio adecuado. Hay fotos de la época que muestran la explanada casi vacía y, a un lado, el conjunto escultórico depositado en el suelo, como esperando su lugar. Luego se colocó en el centro y, desde entonces, se convirtió en un emblema de la plaza.
Más tarde, cuando Gerardo Olivares proyectó el «lifting» de la plaza antes de su reinauguración en 1999, quiso moverla o girarla para orientarla de otra manera; hubo una oposición ciudadana total. El Ayuntamiento y el arquitecto rectificaron: «el Gran Capitán no se mueve». Fíjese que una niña de 10 años, la misma que pulsó el botón de la inauguración, escribió una carta al alcalde pidiéndole que no lo movieran. Y así se quedó.
- Otro de los iconos es el reloj. Un lujo para los cordobeses y los turistas escuchar esos acordes.
- Su originalidad lo ha hecho famoso en el mundo. Los turistas, cuando lo escuchan, se quedan mirando a los edificios, buscando de dónde sale aquello, y no creen que sea un reloj. Y a Córdoba le salió muy barato. Antes del actual había otro reloj -aun se conserva en la torre- en el edificio de la familia De la Hoz, obra de Rafael de la Hoz Saldaña, abuelo del actual. Pero se desajustaba, la gente se desorientaba; esto era un nudo de líneas de autobuses, y llegaba mucha gente de los barrios. Y no se solía llevar entonces reloj de pulsera. El Ayuntamiento intentó un acuerdo con el propietario para hacerse cargo del reloj, pero el coste era alto. Entonces la casa Philips se enteró y ofreció donar el mecanismo a cambio de publicidad. El sistema, muy avanzado para su tiempo, funcionaba con un magnetófono, una cinta, y un relé que paraba y ponía en marcha la emisión según la hora. Necesitaba un técnico conservador que lo vigilara. Philips asumió el coste a cambio de un eslogan publicitario que pronunciaba Matías Prats al terminar las doce campanadas del mediodía. Sonaba su voz por la megafonía: «Mejores no hay», el eslogan de Philips. Le pagaron 5.000 pesetas, que él donó al Hogar y Clínica San Rafael, del hermano Bonifacio, que siempre andaba pidiendo para sus niños.
El reloj se inauguró el 29 de enero de 1961, domingo; la plaza estaba llena y la inauguración se retransmitió por radio a toda España. Los acordes de guitarra los grabó Juan Serrano, «Juanito Serrano», guitarrista cordobés que hizo carrera docente en Estados Unidos. Yo he visto, a última hora de la noche -cuando aún sonaba-, turistas japoneses fotografiándolo como locos, como si fuera algo mágico. Es una de las grandes curiosidades de las Tendillas.
Francisco Solano Márquez, durante la entrevista
- No puedo evitar preguntarle por el lago subterráneo, una leyenda que aún pervive y asoma de vez en cuando.
- Hay varias leyendas urbanas. La más extendida dice que la cabeza del Gran Capitán procede de la estatua de Lagartijo. No es cierto. En el libro comparo ambas cabezas -la del Gran Capitán y la de Lagartijo y se ve que no tienen relación. Están en el Museo Provincial de Bellas Artes y son de Inurria. No tienen nada que ver.
Lo del lago es otra leyenda urbana. Yo siempre digo: hasta que no se vea y se documente, está en el limbo de la fantasía. Ha habido intentos, pero nunca se ha hecho una investigación y excavación a fondo para descubrir qué hay. Lo que sí hay es una capa freática, como en todo el casco histórico: los pozos de las casas - para coger agua y regar- se alimentan de esa capa. En las nuevas edificaciones se van perdiendo y tapan los pozos, pero agua hay. De ahí a pensar que existe un lago con estalactitas y estalagmitas, como dicen algunos, va un trecho. Hubo un acceso en en número 3 de la calle Juan de Mena, ; yo bajé hace muchos años por una escalera —decían que romana— hasta una especie de depósito y un hueco semicircular por el que se veía agua, pero nadie se metió, era peligroso; no se pudo comprobar más allá. Creo que era la capa freática aflorando.
Algo parecido puede verse en el Hotel Palacio de Colomera: al restaurar la Casa de los Condes de Colomera para convertirla en hotel, hallaron en el fondo un pozo. Lo restauraron arqueólogos y está visible con permiso del hotel; si te asomas ves el nivel del agua a unos 10 o 15 metros. Pero de ahí a imaginar una «cueva del Drach» cordobesa… Hay incluso una tesis doctoral reciente sobre la arqueología de las aguas subterráneas de Córdoba que concluye que no está demostrado ese supuesto lago.
- En el proceso de documentación que ha llevado a cabo para este libro ¿qué ha descubierto que no conociera?
- Lo primero, la utilidad del Archivo Municipal, fundamental para conocer los proyectos de los edificios, autores, características, memorias y, en algún caso, presupuestos. También la prensa histórica - a través de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica- consultable desde casa, sin ir a la hemeroteca, y, por supuesto, mi propia memoria y experiencia. Como curiosidad, el edificio conocido como «Creusa», de la Compañía Adriática de Seguros, tiene en el proyecto el coste desglosado por partidas. Fue obra de Víctor Escribano -arquitecto municipal- pero que hizo en su estudio particular. Costó cerca de 13 millones de pesetas en 1968, que hoy serían unos 77.000 euros. Impresiona pensar cuánto valdrá hoy.
Y una tercera fuente que valoro mucho son los testimonios orales: he hablado con mucha gente que me ha contado anécdotas e historias. He tenido que cortar, porque no quería que el libro rebasara un número de páginas, y aun así he llegado a tantas como días tiene el año: 365, y dos o cuatro más. No son pocas, pero habría dado para más y no quería pasarme.
Ejemplares del libro
- En las Tendillas conviven estilos y épocas; casi todos los edificios son emblemáticos. Además fue un centro publicitario icónico en la etapa moderna.
- Sí. Muchas veces caminamos sin mirar hacia arriba y se nos escapan detalles de la arquitectura. Aquí está lleno de curiosidades. La «partida de nacimiento» de la plaza actual es el 24 de julio de 1925: el Pleno del Ayuntamiento, en sesión extraordinaria, aprobó el proyecto de Féliz Hernández para configurar la plaza que vemos hoy; antes era una plazuela. El primer obstáculo era el Hotel Suizo, frente a Claudio Marcelo, que ocupaba unos 2.000 m²; la plaza tiene 5.392 m². En 1910, al abrirse el segundo tramo de Claudio Marcelo, la calle chocaba con la espalda del hotel, un tapón. El Ayuntamiento quería que la calle Claudio Marcelo mirara en línea recta hacia Gondomar. La primera idea fue derribar parte del hotel, pero en abril de 1924 - ya en la dictadura de Primo de Rivera- llegó un alcalde providencial, José Cruz Conde. Dijo: «si hay que derribar, se derriba entero», paralizó el derribo parcial, indemnizó al contratista y convocó un concurso para el derribo total. Gracias a eso tenemos la plaza rectangular que tenemos; de otro modo habría quedado una esquina ocupada por un edificio señero pero que estorbaba. Hubo mucha polémica: la prensa está llena de artículos contra el derribo; fue una batalla larga, pero se impuso el proyecto.
El Ayuntamiento publicó además una ordenanza de alineaciones para dar unidad: quizá la principal, fijar la altura 20 metros hasta cornisa, por eso las cornisas superiores están alineadas. Se regularon también las plantas: bajos comerciales y cuatro plantas más para viviendas u oficinas; sobre la azotea, los áticos retranqueados. En estilos, se pidió «Renacimiento o cualquiera de sus derivados». En puridad renacentista no hay nada , pero el conjunto es armónico, un muestrario de la arquitectura señorial de los felices años veinte. El edificio más vistoso es el del actual Hotel Palacio de Colomera, obra del mismo autor del proyecto de la plaza —buscó lucirse también en un edificio que perpetuara su firma—. Este en el que estamos (Gran Bar) es de Aníbal González, autor de la Plaza de España de Sevilla, un arquitecto de renombre que ha pasado a la historia.
En la esquina de Gondomar hay un magnífico edificio art déco de Enrique Tienda Pesquero —arquitecto poco conocido porque se retiró joven y se dedicó a viajar— que es bellísimo. Está también el de la Unión y el Fénix, el de Telefónica… Este último tiene una planta menos con la misma altura total: como no era para viviendas sino para maquinaria de la automatización telefónica, necesitaba techos más altos. Por eso dudo de su conversión a apartamentos turísticos sin un gran desperdicio de espacio. Por cierto, ese fenómeno de vaciado -el de Unión y el Fénix prácticamente vacío y camino de apartamentos- es parte del presente de la plaza. Recuerdo una conferencia de una profesora de Historia del Arte que decía que la arquitectura de las Tendillas le producía una impresión «como si fuera París»; puede sonar exagerado, pero si se miran los elementos decorativos y la composición de las fachadas, se entiende la comparación.
Farncisco Solano Márquez, visto por Samira Ouf
- Un periodista es cronista de la actualidad, pero usted se ha convertido en cronista de la historia, a tenor de sus últimos libros.
- Como periodista, la crónica es un género que siempre me interesó. Cuando me prejubilaron, tuve claro que me prejubilaba de la jornada laboral, no de la vocación; si no, me habría sentido perdido. Con el tiempo por fin mío, me dediqué a escribir libros sobre la Córdoba contemporánea, asuntos que me llamaban la atención y consideraba interesantes. Los llamo «reportajes largos». Ya no hay un redactor jefe que te diga «tantas líneas», y puedes explayarte. Publiqué La Córdoba de Antonio Cruz Conde, el alcalde que cambió la ciudad, a base de investigación hemerográfica de los años cincuenta en el Archivo Municipal : hice unas 14.000 fichas de noticias y datos. De aquel rastreo salió ese libro, y con lo que me quedó publiqué Córdoba: de la bicicleta a la Vespa. Son dos libros complementarios de la década de los cincuenta, fundamental en la modernización de Córdoba: el de Cruz Conde trata la gestión municipal; el de la bicicleta a la Vespa refleja la evolución social. La década empieza con los obreros pedaleando y termina con los obreros en Vespa; en la siguiente vendrá el salto al 600. Hoy tenemos la suerte de poder consultar la prensa antigua digitalizada, al menos hasta la Guerra Civil, lo que facilita muchísimo la investigación, aunque exige horas y paciencia.
- ¿Y cómo ve, desde su experiencia, el periodismo de hoy?
- Ha vivido una gran renovación generacional, lo cual es bueno: llegan visiones jóvenes que sacuden lo estancado y hay más competencia; eso estimula la imaginación para buscar exclusivas. En recursos, hemos pasado de que quien quería estar informado compraba el periódico en papel a que la juventud se informa por el móvil; incluso antes de que salga el periódico ya hay noticias colgadas. Es una revolución y no sabemos cómo acabará. Yo sigo siendo amante del papel: me gusta tocarlo, recortar lo que me interesa. Tengo cinco metros de estanterías metálicas con recortes de los últimos cuarenta o cincuenta años, cosas que sirven como documentación.
Francisco Solano Márquez, mirando la plaza desde las instalaciones de Valle de Ledesma
Al preparar el libro de las Tendillas acudí a ese archivo y saqué un buen fajo de recortes, con muchas anécdotas. La plaza ha sido escenario de anécdotas increíbles: el 31 de julio de 1965 un maletilla granadino se subió a la cúpula de la Unión y el Fénix pidiendo una oportunidad; decía que no bajaba hasta tener un contrato para torear en los Tejares (la nueva plaza aún no existía). Al final lo bajaron bomberos y policía, y lo detuvieron; la plaza se llenó de curiosos toda la mañana. Y en noviembre de 1982 las Tendillas se convirtieron por unas noches en circo: vinieron los Bordini -nombre que suena italiano, pero eran de varias nacionalidades-, tendieron cables de acero y cruzaban la plaza en motocicleta a gran velocidad; en algunas fases colgaban trapecios con otros malabaristas. El público contuvo la respiración; aquello fue tremendo. Me enteré de que el alcalde Julio Anguita los había visto en Barcelona y pensó que podía hacerse aquí; los trajo y no cobraban entrada, iban «a la voluntad»: tras cada ejercicio, los ayudantes pasaban el platillo, como los organilleros.
Las Tendillas han tenido personajes populares: el vendedor de piñones, la rubia de las palomitas, la «coja del pianillo» —el organillo se conserva hoy en el Palacio de Viana, en el Patio de los Gatos, a la izquierda, bajo una zona cubierta con tejas—. En la esquina de la calle La Plata, el guardia urbano regulaba el tráfico con uniforme blanco en verano y oscuro en invierno, cuando no había semáforos.
Y termino con una petición: en los días que quedan de este año, que el Ayuntamiento dedique al menos una jornada cultural conmemorativa del centenario de la plaza. Podría ser un concierto de la Orquesta de Córdoba, para que lo disfruten todos los cordobeses sin pasar por taquilla. Es de justicia con la plaza.