El semanario de la anormalidadPaco Ruiz

El catarro constitucional

«Su resfriado proviene del contagio de quienes quieren a toda costa llevarla a la UCI»

Actualizada 22:40

Tengo un catarrazo de campeonato. Y sentado frente al ordenador en el día de la Constitución, con este cielo plomizo y la mente embotada por no herir sentimientos, se me antoja difícil escribir unas líneas que la roma punta de mi bolígrafo trace sin mancillar mi propia conciencia y los sentimientos heridos de libertad que padezco.
La Constitución era hasta ahora el símbolo de la nueva España que crearon nuestros padres. Y no porque la nación estuviera desgajada o maltrecha, no; sino porque se decidió dar cobijo en ella a todos aquellos hijos que, dignos de su condición de españoles, hubieron de poner tierra de por medio; y permitir, como sagrado, que las ideas de todos tuvieran cabida en el seno del Parlamento, que el mismo pasara del refrendo dictatorial al foro del diálogo, la discusión y la creatividad para beneficio mutuo de los antagonistas y el porvenir de todos los ciudadanos.
De ahí nace la Constitución. De un mandato de servicio claramente asumido por unas Cortes que pusieron toda la capacidad de sus miembros en intentar entender al contrario, en obviar los recelos atávicos y en construir unos cimientos de futuro real y próspero para todos los españoles.
A esa Constitución, y bajo su espíritu, siguieron los Pactos de la Moncloa, la organización de los poderes del Estado, la creación de las Autonomías, el «Hacienda somos todos» y hasta el destape; en suma, el Estado de derecho, social y democrático, garante de la igualdad de los españoles proclamada por la Carta Magna.
Ni que decir tiene que su salud no sería tan mala si aguantó además un golpe de Estado, la abdicación de un rey y otro intento de golpe en el faranduleo secesionista catalán.
Pero la salud de nuestra norma suprema siempre ha tenido su razón de ser en la circulación adecuada de los flujos democráticos por sus venas. La unidad de las fuerzas demócratas (no de las constitucionalistas, sino de las demócratas, pues el nacionalismo rancio catalán difícilmente puede ser entendido como tal, y aún menos el de los, y sin perdón, filoetarras de Bildu), ha sido el auténtico nexo causal de su fortaleza, toda vez que una democracia no se asienta tan solo en el buenismo de sus líderes, sino en la conjunción de todos sus poderes al servicio del bienestar y de la defensa de la libertad de sus ciudadanos, desde los Ayuntamientos, como primera trinchera de la lucha, hasta el poder judicial, como ultima ratio de su defensa.
Pero llegados a este punto, sobre el que se podrían escribir múltiples ensayos cuya conclusión siempre sería la necesidad de una norma por encima de las ideologías, que a todas obligue a la vez que ampare, cabe plantearse si, al abrigo de su escudo, Troya vuelve a aceptar el regalo del caballo lleno de enemigos, y si ese veneno es lo suficientemente potente como para acabar con la víctima.
Lo de Rufián, con esa chulería macarra y cutre del que siempre quiso ser pijo y se quedó en el intento, renegando del Rey, de la Constitución y de España, y encima cobrando un sueldo que proviene de nuestros impuestos, es para hacérselo ver. Y lo de los herederos del terrorismo de ETA, sosteniendo el Estado que se quieren cargar y diciéndolo abiertamente, pagados también con nuestros impuestos, aún más.
Pero lo de un presidente de gobierno, que por más aspira a ser Secretario general de la OTAN cuando no primer ministro europeo, dando el pésame de manera pública y en representación por tanto de todos los españoles, incluidas las víctimas, por la muerte de los etarras, concediendo prebendas por doquier a los nacionalismos bajo la excusa del desarrollo autonómico, negociando consultas populares, por no llamarlas por su nombre, alterando el código penal para beneficio de unos pocos, colocando en puestos claves a personajes elegidos por su lealtad más que por su capacidad, y desgastando el poder judicial hasta límites desconocidos, mintiendo con un descaro intolerable en cualquier otro país democrático que se precie, y sosteniendo su puesto a toda costa y a cualquier precio, es ya para acudir al médico cuanto antes.
Nuestra Constitución está acatarrada. No hay duda. Y si no lo vemos, mal diagnóstico podemos hacer del paciente. Pero no es menos cierto que su resfriado proviene del contagio de quienes quieren a toda costa llevarla a la UCI, para regocijo de sus calenturientas mentes de incendiarios, y solaz de quienes aspiran a las más elevadas cotas de poder.
Se me antoja no obstante que van a encontrase de frente a todo un ejército de enfermeros y sobre todo voluntarios, prestos a sofocar cualquier conato de crisis respiratoria. Y ello con independencia de la mayor o menor valentía (más bien esta última) de los cortesanos parlamentarios pertenecientes bien a los partidos en el gobierno o a los de la oposición, funcionarios en suma de un engranaje que, gracias a la Constitución, necesita renovarse constantemente para que tengan acceso los más atrevidos, los más responsables, pero sobre todo, los menos cobardes.
PDA: Bajo tus alas protégenos, San Rafael.
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