El portalón de San LorenzoManuel Estévez

Antonio González 'El organista'

«Con la segunda restauración de San Lorenzo en 1966 se eliminó definitivamente el coro, y en su lugar se colocó como se pudo la mayor parte del desmontado retablo del altar mayor»

Actualizada 05:05

Antonio González Caballero 'El organista'((1917-1992), el cultísimo invidente que ocupó la plaza de organista en San Lorenzo desde los tiempos de don José Serrano Aguilera (1886-1958) como párroco (a partir de 1945).
Antonio González, en la boda de su hijo

Antonio González, en la boda de su hijoLa Voz

Una lejana tarde del 15 de agosto de 1956 se había celebrado una boda donde sonaron los acordes de la marcha nupcial de Mendelssohn, maravillosamente ejecutados en el viejo órgano de la iglesia por Antonio. Nada más terminar la ceremonia, cuando aún el portalón estaba lleno de gente, se desencadenó una impresionante tormenta de verano de aquellas que se daban entonces, que provocó un diluvio en medio de un sobrecogedor escenario de truenos y relámpagos.
Antonio acostumbraba a marcharse a su casa acompañado por unos y otros que lo guiaban por tramos de acera, sin necesidad de llevar lazarillo, que al ser día festivo tampoco le acompañaba. Por las razones que fuera tenía prisa en llegar a su casa, pero la lluvia y la tormenta suponían una gran dificultad. El eterno sacristán Pepe Bojollo abrió su taquilla de objetos perdidos y sacó un paraguas que se había dejado olvidado días atrás el sargento Basildo (que se jactaba de haber hecho la mili nada más y nada menos que con «Manolete»).
Con el paraguas en la mano decidimos acompañar al bueno de Antonio camino de su casa. Pero era imposible, era tanto lo que llovía que no tuvimos más remedio que pararnos y meternos en el portal de casa de Guillermo el guarnicionero (Roelas nº 7). Desde esa casa, por estar pegada a la sacristía de San Rafael, se podía oír el órgano de la iglesia del Juramento que sonaba, según decía él, «como los mismos ángeles». Antonio comentó que con toda seguridad lo estaría tocando un franciscano «que lo hacía muy bien». Amainó un poco la lluvia, y empezamos a andar de nuevo como pudimos debajo de aquel paraguas. Entonces Antonio expresó con mucha preocupación un triste presentimiento de lo que querían hacer con el órgano de San Lorenzo que había tocado tantos años: «Es una auténtica locura lo que piensa hacer el cura con el órgano de la iglesia por no arreglarle el fuelle y unos cuantos pitos-flauta. Se va a desmontar y vender como chatarra un órgano de principios del siglo XVIII. Tengo entendido que además quieren desmontar el retablo del altar mayor, echar abajo el coro y colocar en su sitio el retablo, acabando con todo». Por desgracia ocurrió todo lo que se temía.
Siguiendo bajo la lluvia no nos hizo falta ir mucho más lejos, pues llegando al Pozanco ya venía Carmela, su mujer, que había salido a su encuentro. A todos les había sorprendido la lluvia. Allí nos despedimos y cada uno se fue con su paraguas.
El antiguo coro de San Lorenzo, ya sin el órgano (1960)

El antiguo coro de San Lorenzo, ya sin el órgano (1960)La Voz

En la foto precedente se muestra el antiguo coro de San Lorenzo, que estuvo así, vacío, sin el órgano, desde 1956 hasta 1966. Ya estaba en esta parte de la iglesia la pila de Bautismo, antes ubicada en el Sagrario.
Con la segunda restauración de San Lorenzo que se hizo en 1966 se eliminó definitivamente el coro, y en su lugar se colocó como se pudo la mayor parte del desmontado retablo del altar mayor, también obra de siglo XVIII, que al quitarlo dejaría al descubierto unas pinturas medievales que se pueden apreciar actualmente tras el altar mayor de la iglesia.
Antonio González Caballero, aparte de un excelente organista era un hombre que tenía una extensa cultura como ya hemos dicho. Fue también organista circunstancial de la Catedral, y de ello recordaba muy buenas satisfacciones. Su formación la recibió en la Casa Socorro Hospicio de la Merced, en donde se aplicó a la música y el piano, y ya en la prensa de los años de 1935 a 1939 sale mencionado en los periódicos por haber leído en unos actos solemnes un trabajo en escritura «braille». También aparece destacado por la obtención de notas muy brillantes en el Conservatorio de Música, en la modalidad de «acompañamiento al piano».
En 1954 yo era monaguillo de San Lorenzo, y por ser quizás el más pequeño casi siempre me tocaba subir al coro para darle al fuelle. Y es que el órgano funcionaba con el aire que recibía por el fuelle. Para que éste funcionara bien, aquel movimiento de un palo vertical había que hacerlo de forma horizontal y ordenada, con ritmo, y con el recorrido de lado a lado se aspiraba el aire que «reclamaba» el teclado del órgano. Por ello siempre te decían que había que hacerlo «de forma lenta y pausada», si no, no le llegaba el aire suficiente y se perdía el sonido.
La verdad es que los chiquillos no queríamos aquel trabajo de «dar al fuelle». Además de lo cansado, porque te perdías la posibilidad de estar abajo y tener opción a las propinas.
Por eso siempre recordaré aquella mañana de agosto en que un tal Pepe Fernández, al que apodaban 'El Breva', con uno de aquellos carrillos de una sola rueda, había traído la estera para una boda desde San Pablo, en donde uno de los Sanz la solía tener en un taller de albardonería. No todas las bodas utilizaban estera: ello era sintomático de que se trataba de una boda de cierta categoría. El tal 'Breva' era algo locuaz y no tardó de aclararnos de que se trataba de una boda de la hija mayor del dueño de Calzados Reyes, y que por tener muchos parientes gitanos en Granada, Cádiz y otros sitios de España aquello iba ser una boda «muy importante». Al final también añadió que al estar emparentado con la familia de Manolo Caracol quizás éstos también podrían venir.
La verdad es que tratándose de don Luis Reyes, el gitano que vivía en la calle Manchado, aquello nos «olía» a oportunidad de obtener buenas propinas, pues este hombre era especialmente generoso y espléndido.
Por todas esas circunstancias y otras que se dieron siempre recordaré aquella boda. Desde el coro, haciendo hora para que llegara la novia, pude observar a muchos y elegantes gitanos en la puerta de la iglesia, todos ellos de buen porte, con elegantes camisas de seda y ellas incluso con bonitos sombreros, que se parecían mucho a los de la película 'Lo que el viento se llevó', cubriendo parte de sus espléndidos y refinados peinados. Al ver el ambiente me lamentaba de mi mala suerte por no poder estar allí abajo.
Estaba inmerso en ese pensamiento cuando sentí la voz de Antonio que me decía: «Manolín, venga, y dale al fuelle que pruebe algunas notas». Se puso a probar, y desde abajo llegó un murmullo por la llegada de la novia. Entonces venía el toque de campanilla que daba Pepe Bojollo, que te indicaba que los novios iban a recorrer el camino desde la puerta de la calle al altar mayor con toda solemnidad. Antonio empezó a teclear una música que sonaba de maravilla. El recorrido de los novios hasta el altar se prolongó una enormidad, pues eran muchos los que besaban y besaban a los novios. Y eso mejor que nadie lo noté yo que le estaba dando al fuelle y estaba tan desesperado y nervioso porque aquello acabara que empecé a darle con mucha rapidez, pero con nula eficacia para aspirar aire, por lo que Antonio me gritó: "Manolín, dale con fuerza que me quedo sin aire...” Pero yo ya no podía más, cada vez sonaba aquello menos, y entonces el organista dejó de tocar las teclas y con una voz potente terminó de entonar la música hasta que los novios llegaron al altar. Los gitanos, siempre muy sensibles al ritmo y el cante, interpretaron que aquello era como un buen remate final, y al terminar el recorrido casi toda la iglesia empezó a aplaudir al organista, al que le tuve que decir que ese aplauso era todo era para él. Hasta el cura antes de empezar la ceremonia tuvo que esperar a que terminaran aquellos vítores.
Cuando la boda terminó, afortunadamente para mí hubo infinidad de fotografías de Foto León que demoraron la salida, y tras bajar del coro lo primero que hice fue salir rápidamente para la puerta entre una lluvia de peladillas que de dos saquitos blancos echaban unos familiares. Pero yo no quería peladillas, y entonces mi vecina Antonia Aguilera Pérez me indicó discretamente dónde estaba don Luis Reyes, junto a Arturo Pavón y Luisa Ortega, y acercándome a don Luis éste me dijo: "A tu hermano –también monaguillo- le he dado dos duros, uno para cada una de vosotros, y para el organista un billete de cinco duros”. Ya me quedé tranquilo y volví al encuentro de Antonio que me estaba esperando para que cuando pasara todo el jaleo le sacara al portalón.
Al salir Antonio a la calle todavía había gente en el portalón que comentaba emocionada aquella forma de cantar la «Marcha de los Novios» que consideraban una obra maestra del buen cante. Ya bastantes años después, una vez que coincidí con Antonio (que después de jubilarse solía pasarse por la parroquia) disfrutamos recordando a los gitanos de Córdoba, de Granada, de Cádiz y de Madrid que le aplaudieron en pie aquella gran actuación suya. Y recuerdo que me dijo: "La culpa la tuviste tú, Manolín, que me dejaste el órgano sin aire”.
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