Relatos en verdeRafael del Campo

El nombre de los pájaros

«¡Qué vamos a esperar de una sociedad que ignora el nombre de los pájaros!»

Actualizada 05:05

I.- Cuando se despertó la casa estaba sola: su hijo Bernardo y su nuera habían madrugado para ir a trabajar y los nietos ya debían estar en el colegio. Así que se lavoteó, se puso una camisa limpia y se porteó al bar de abajo.

Hasta hace poco, hasta hace un par de meses, poco más o menos, cuando aún vivía en el pueblo, solía apretarse de remate una copa de aguardiente pero ahora, debido a los reproches de su hijo Bernardo y de su nuera, había suprimido el lingotazo, y se conformaba con un café.

- Padre, a tus años, el aguardiente es veneno.

Y él, que era muy bien mandado, se avino y se quitó del copazo.

- Ea, un vicio menos…¡ Qué le vamos a hacer !

El reconocía que hijo y su nuera lo habían traído a vivir a la capital para que no estuviera tan solo en el pueblo. Y tan desasistido. Y para que no fuera a darle un chungo y se muriera solo, como un perro. Y él agradecía el desvelo. Pero, en rigor, cuando de verdad estaba solo era ahora, en la ciudad: que su hijo Bernardo y su nuera salían casi al alba a trabajar y los niños madrugaban mucho para ir a la escuela. Y todos volvían ya avanzada la tarde. Y entonces los mayores tenían que dedicarse a las cosas del hogar, que si intendencias, guisoteos, o lo que fuera. Y los nietos a estudiar. Y también un poco al descanso que su hijo era sentarse en el sillón y frito. Y la nuera, casi igual, aunque ella aguantaba más, sobre todo si había algún programa de esos de alcahueteos con los que estaba empicada.

Pero como era de buen conformar no protestaba y, aunque añoraba el pueblo, trataba de convencerse:

- Esto es cuestión de tiempo, en cuanto conozca la ciudad y me haga a ella…

Así que después del café se calzó la gorrilla, echó mano de la garrota, y tiró hacia un parque que se columbraba por detrás de unos edificios muy altos que crecían al final de la calle. En el parque revoloteaban las torcaces y se echaban al césped y picoteaban tranquilas. Como eran tan confiadas el viejo se acercaba a ellas y podía ver las tonalidades entre grises, azules y verdes que le irisaban el pescuezo. El viejo sabía que había muchas clases de palomas y estuvo seguro de que sus nietos, por muchas horas que estuvieran en la escuela y por mucho que estudiaran, lo ignoraban.

Así que sacó una libretilla de gusanillo y garrapateó:

- Paloma torcaz, paloma zurita, paloma bravía…

Y siguió caminando. Pilló por una avenida ancha y ruidosa por donde los coches petardeaban y las motos gruñían como máquinas enfadas y gritonas. Había semáforos que pitaban histéricos cuando daban paso a los viandantes y personas que caminaban sin mirar, aceleradas y anónimas. En una bocacalle estaba la mesa de un bar a medio recoger, con sus tazas sucias y los despojos de tostadas del desayuno semi roídas. Unos gorriones se disputaban el banquete. El viejo sabía que había muchas clases de gorriones y estuvo seguro de que sus nietos, por muchas horas que estuvieran en la escuela y por mucho que estudiaran, lo ignoraban.

Así que sacó una libretilla de gusanillo y garrapateó:

- Gorrión común, gorrión molinero, gorrión moruno…

Absorto en sus pensares siguió caminando, pim, pam, pim, pam, hasta que, de pronto, se dio cuenta que había llegado a la linde de la ciudad. Como remate había algunos edificios a medio construir y entre sus oquedades se veía a los obreros trabajando y, por encima de sus estructuras, a las grúas moviendo bloques de material. Un poco más allá crecían los sembrados de cereal. Desde lejos parecía una suave alfombra verde y el viejo sintió curiosidad por saber cómo iba la granazón . Así que siguió andando y se metió en la hoja para examinar las espigas y, al poco, le arrancó una perdiz entre los mismos pies:

- ¡¡¡ Prirrirrrriiiii !!!

Pensó que había aguantado tanto porque debía tener el nido cerca y, para que no fuera a aborrecerlo, el viejo abrevió y cortó para otro lado .

El viejo sabía que había muchas clases de perdices y estuvo seguro de que sus nietos, por muchas horas que estuvieran en la escuela y por mucho que estudiaran, lo ignoraban.

Así que sacó una libretilla de gusanillo y garrapateó:

- Perdiz roja, perdiz pardilla…

Sin darse cuenta desembocó en un arroyo por donde corrían aguas limpias y cristalinas, protegidas por una arboleda de álamos altos y tupido con adelfas y tamujos y alguna que otra jarilla entreverada. Como tenía sed se arrodilló y bebió con glotonería pero, al levantarse, sintió como un mareo .Pensó que del atracón del agua se le había enguachinado el bandujo y se sentó en una sombra, hasta que la cabeza le volviese a su sitio.

Revolaban por las adelfas bandos de jilgueros enfebrecidos por la primavera y el viejo recordó que al jilguero se le llama por muchos nombres y anotó:

- Jilguero, cardelina, sietecolores, colorín, pintacilgo…

Y después de escribir, como todavía se sentía un poco mareoso, cerró los ojos. La sombra del árbol lo acogía maternal y, en la cima de los álamos, chirriaba un chamariz, o chamarín, o verdecillo o verderol…que de todas esas maneras se nombra a ese pajarillo.

II.- Fue una pareja de la policía local quien dio la noticia. Resulta que un labrador de la zona había visto un bulto bajo un árbol y pensó que era un saco de abono olvidado por algún trabajador de la finca y cuando llegó… Pues eso, cuando llegó, eso…

Bernardo, después de dolerse por la conmoción y por el desgarro, lo primero que pensó fue en de qué había servido prohibirle a su padre la diaria copa de aguardiente. Y aún más: traerlo del pueblo, donde sus calles, esquinas, plazuelas, eran parte de sí mismo, de su vida…eran, en suma, él.

- Ahora sí que ha muerto solo, pero solo de verdad, pensó...

A los pocos días, ya resignado y aceptada la muerte de su padre, Bernardo se atrevió a abrir la bolsa que le habían dado en el Juzgado y donde estaban las pertenencias que tenía su padre al morir: la cartera, el sombrerillo, un reloj y una libretilla.

En la primera página de la libretilla, a modo de título, estaba redactada una sola frase, escrita con una letra historiada y artificiosa :

- “ Lo que quiero enseñar a mis nietos “

La leyó con emoción.

Llamó a sus hijos.

- ¿Vosotros sabéis el nombre de los pájaros ?

Los niños lo miraron como si estuvieran hablando con un extraño, con un enajenado, con una aparición….

Uno dijo:

- Luego hablamos, que estoy jugando una partida” on line”..

Y el otro:

- Luego hablamos, que estoy con una video llamada…

Entonces él, que estaba naturalmente dolorido y pesimista, susurró:

- ¡Qué vamos a esperar de una sociedad que ignora el nombre de los pájaros!

Cerró los ojos, y pensó que tal vez había dicho una tontería….

Pero, al instante, reaccionó y trocó su pensamiento, y concluyó que tal vez lo que había dicho no era una tontería, sino una sabiduría tan honda, tan honda, que sólo sabios muy sabios, como su padre, podrían comprender.

Entonces trasteó en el mueble bar, se puso una copa de aguardiente, se la hincó de un golpe y, como una ametralladora desacompasada, empezó a escupir palabras, sin ton ni son :

- Paloma torcaz, paloma zurita, paloma bravía… gorrión común, gorrión molinero, gorrión moruno… jilguero, cardelina, sietecolores, colorín, pintacilgo, chamariz, chamarín, verdecillo , verderol…

Luego se asomó a la ventana y vio a la ciudad recién encendida y a la noche oscura que se vertía en la soledad de las calles…

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