editorialLa Voz de Córdoba

Un señor revolucionario

Actualizada 05:00

La mentira se ha convertido en ejercicio habitual tanto en la vida pública como en la privada, y lo que más preocupa es que no se penaliza al mentiroso sino que se le arropa, apoya o simplemente se mira para otro lado. Parece que mentir es todo un valor necesario en una sociedad que sobrevive navegando entre la hipocresía y el silencio cómplice. Hoy más que nunca adquiere sentido esa frase atribuida a George Orwell de que decir la verdad en estos tiempos se convierte en un acto revolucionario.
Y no solo decir la verdad, sino manifestar públicamente opiniones, datos o principios contrarios al discurso mayoritario, al relato oficial, a los postulados generalmente bendecidos (laicamente) por la política, el dinero público y los intereses privados de los poderosos.
El pasado viernes, un señor de 83 años y agricultor, Felipe González de Canales, realizó un gesto revolucionario en la entrega de los premios que llevan su nombre. Lo hizo ante autoridades eclesiásticas y civiles, entre ellas el presidente de la Junta de Andalucía. González de Canales bien pudo ofrecer un discurso cómodo (para los políticos) y corporativo con el sector al que representa. Pero, precisamente por defender a ese sector, y con la cabeza perfectamente amueblada, rompió el discurso oficial sobre el cambio climático, las energías renovables, la formación universitaria, las políticas de empleo, el capitalismo total, el «neomarxismo» de los poderosos que quieren asustar a las buenas gentes «porque además no creen en Dios», la falta de mano de obra, el lobby de las ONG y la conferencia por el clima celebrada recientemente en Dubai. Bien es cierto que su visión y opiniones sobre estos asuntos son discutibles, pero ese es precisamente el aspecto clave en todo esto: hemos entrado en una dinámica en la que no se puede dudar sobre los nuevos dogmas o postulados ecologistas, económicos o sexuales. Denunciarlos es exponerse al oprobio, al castigo social, a la crítica más ácida y en muchos casos, a la pérdida del apoyo económico público que, por cierto, pagamos todos.
Apostar por la mentira, por tanto, es hacerlo por la falta de libertad. De ahí el valor revolucionario, que diría Orwell, de nuestro veterano agricultor, cuya intervención cerró citando a San Agustín, otro gesto valiente, fíjense, en los tiempos que corren.
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