tribuna libreLuis Marín Sicilia

Cuestión de prioridades

«Francia, sin ir más lejos, tiene conectadas todas sus cuencas en lo que constituye una verdadera red de autopistas hídricas»

Actualizada 05:00

Parece que una gran parte de la clase política actual está empeñada en crear problemas en vez de resolverlos. Y como no tienen proyectos de largo alcance se limitan a parchear cuando la realidad reclama medidas de emergencia y ya es imposible hacer lo que debiera haberse programadado con calma, rigor y diálogo con todos los sectores afectados. El problema derivado del largo periodo de sequía ha puesto de manifiesto la insensata dejación por parte de cierta clase política de dos sectores interrelacionados como son la política agraria y la política hídrica.
El sector agrario, marginado y castigado con unas políticas intervencionistas que han provocado su empobrecimiento plagado de disgustos, ha dicho alto y claro que hasta aquí hemos llegado. Una exagerada, y a menudo errónea e ideologizada, política ecologista ha plagado de sinsabores al sacrificado mundo rural, sometido a todo tipo de limitaciones y sanciones por unos urbanitas desconocedores de la realidad agrícola, hasta el extremo de proteger más a los lobos que a las ovejas. Mientras se sometía a los agricultores y ganaderos a una burocracia asfixiante, se permitía la entrada de productos foráneos sin ningún tipo de control, en una competencia ventajista inaceptable y ruinosa para el sector.
Al mismo tiempo, una política medioambiental abducida infantilmente por un discurso climático se ejecutaba mientras los agricultores observaban escandalizados como se han derribado presas y diques fluviales y se cuestionaba la idoneidad de los pantanos y los trasvases, apostando de futuro por desaladoras que es una alternativa cara, con mucho gasto energético y secuelas medioambientales contraproducentes. La falta de agua provoca en los agricultores las primeras víctimas, cuyo indignado cansancio ha estallado con toda la fuerza de quien ha llegado al límite de su resistencia.
Por otra parte, con esa escasez de agua se ha puesto de manifiesto, una vez más, el grave error de Rodríguez Zapatero derogando el Plan Hidrológico Nacional, algo que le exigieron sus socios del tripartito catalán para apoyar su investidura. Aquel Plan Hidrológico programado por el Gobierno de Aznar y financiado en una gran parte por la Unión Europea, era una auténtica política de Estado que cohesionaba al país y resolvía previsibles problemas de abastecimiento con una política solidaria tal como corresponde a un Estado moderno. Francia, sin ir más lejos, tiene conectadas todas sus cuencas en lo que constituye una verdadera red de autopistas hídricas.
Mientras se evacuaba una media de seis mil hectómetros cúbicos anuales del agua del Ebro al mar, el partido socialista y sus socios catalanes se negaban a transferir agua al levante, en un ejemplo paradigmático de cómo entiende el principio de solidaridad la izquierda de este país. Todavía resuenan aquellas palabras del líder socialista catalán cuando, ante la sequía que padecía el levante español en 2003, Maragall contestó a valencianos y murcianos que no iría «ni una gota» del Ebro a remediar sus necesidades. Desde entonces, la Generalitat de Cataluña no ha tenido más prioridad que romper con el resto de España, en una conducta tan pueril e inadecuada que pretende retrotraernos a banderías tribales en pleno siglo XXI. Y como se observa, esa falta de previsión, esa ausencia de políticas hídricas por parte de quienes gobiernan Cataluña en los últimos quince años, a quienes perjudican es a sus ciudadanos, catalanes de a pie que son las primeras víctimas de la desnortada política emprendida por sus representantes. Unos representantes que se envuelven en la bandera, como todo autoritario, pretendiendo que si se critica su errónea política se critica a Cataluña y no a su gestión. Se trata de una típica secuela del franquismo protagonizada por quienes presumen de antifranquistas.
En los cinco años de gobierno de Juanma Moreno en Andalucía se han aprobado cuatro planes urgentes contra la sequía, el presidente andaluz ha reclamado al Gobierno de Sánchez que negociara con Portugal un trasvase del pantano de Alqueva y ha reclamado en Bruselas fondos suficientes para enfrentarse a la emergencia de una tremenda sequía. Mientras tanto, en el nordeste sus políticos no tenían otra inquietud que enfrentarnos con sus desleales procesos independentistas que, además, marginaban y arruinaban a su propia tierra. Por ello, el ejemplo de solidaridad con el que se ha reaccionado desde la comunidad valenciana ante las necesidades de Cataluña pone a cada uno en su sitio, quitando la careta de quienes se acuerdan de España solo cuando la necesitan para sus intereses sectarios.
Quizá es que la ausencia de criterios razonables de prioridad en la acción política sea una característica de la izquierda española. Muchos ciudadanos catalanes se preguntarán qué beneficios reales les ha generado todo el proceso independentista y cuánto dinero se ha derrochado en su desarrollo. La misma pregunta que el conjunto de los españoles podrán hacerse sobre ese derroche de dinero que ha elevado la deuda del Estado, desde que gobierna Sánchez, en 224 millones de euros diarios. Un derroche que está hipotecando el futuro de las nuevas generaciones.
Cuando se gobierna desde el populismo cortoplacista, sin priorizar los verdaderos problemas de la sociedad, no estaría de más recordar lo que decía un catalán notable, Josep Pla, primer escritor en lengua catalana y prolífico también en literatura española, enfrentado culturalmente al franquismo y marginado por el nacionalismo pujolista. Entrado en años expresó su opinión histórica sobre la izquierda española diciendo que «siempre hace lo mismo; su aberrante visión del país la mantiene en su ignorancia antediluviana. Hablan mucho, pero no dicen nada. Quieren ante todo ganar las elecciones, y una vez asentados en el poder, hacen todo lo contrario de lo que han prometido». Cuando Pla se expresó así Pedro Sánchez solo tenía siete años, pero parece que estaba pensando en él. Y es que ningún político ha conseguido batir tantos cambios de opinión como el que, para desgracia del país, rige ahora sus destinos, sin más prioridad que el mantenimiento del poder, cueste lo que cueste.
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