por derechoLuis Marín Sicilia

Hasta aquí hemos llegado

¿Cuántos improperios más se necesitan para que el PSOE recupere un mínimo de dignidad?

Actualizada 05:00

Desde que perdió las elecciones pero se empeñó en gobernar bajo el chantaje de los egoísmos rancios, el ocupante de la Moncloa, para justificar su cambio de opinión sobre la amnistía a los golpistas y malversadores, no ha parado de defender dicha medida como la más idónea para el reencuentro y la convivencia, algo que ya decía haberse conseguido con los indultos y las reformas del Código Penal a la carta de los delincuentes. Estábamos ante un nuevo cambio de opinión, aplaudido por la manada de borregos que lo sostienen, que en realidad era una burla más a la dignidad de los españoles.
Sin esperar mucho para plantear el nuevo chantaje, el nieto del alcalde franquista que hoy gobierna Cataluña se permite venir a la capital del Reino, inspirado como ha sido una tradición secular de quererlo todo lo suyo para sí, con la novedad de plantear cómo tienen que aceptar el resto de los españoles las limosnas que, en su bondad infinita, les donará tan caritativo benefactor. Después de dejar claro que ellos no se sientan con nadie más a la mesa, porque a los ricos les gusta comer solos, se permite, en un acto de desprendimiento, aceptar una cuota de solidaridad para los pobres que se encuentran sentados pacientemente a las puertas de donde tiene lugar el banquete.
Mientras hace la digestión y se fuma un buen puro, el caritativo personaje propone un «fondo de reequilibrio» que limite y condicione la cuota de solidaridad que la Constitución establece como uno de sus principios básicos de convivencia. Una cuota que para el magnánimo amigo del socialismo sanchista será «limitada en el tiempo» y «sometida al cumplimiento de objetivos» que vigilará el millonario egoísta.
De quienes llevan siglos chantajeando no puede esperarse ningún signo que haga comprensible su idea de convivencia, alejada de un lugar de encuentro entre diferentes, porque para ellos convivir es imponer sus propias ideas y someter al ostracismo las ajenas. Han hecho de la insolidaridad y la intemperancia su norma de conducta, y la verdad es que no les ha ido mal porque siempre han conseguido del Estado, a quien dicen odiar, cesiones tan notables como el escandaloso desnivel de inversiones que se ha producido en Cataluña en comparación con el resto de comunidades.
Pero lo que ya resulta escandaloso es que sea la izquierda española la colaboradora necesaria de gente tan insolidaria. ¿Hasta donde van a bajarse los pantalones los socialistas? ¿Cuántos improperios más se necesitan para que el PSOE recupere un mínimo de dignidad? ¿Cómo pueden los socialistas andaluces, extremeños, aragoneses, manchegos, murcianos, asturianos y demás sometidos al bochorno del egoísmo de los ricos, mirar a sus convecinos sin que se les caiga la cara de vergüenza?.
El mantra de la convivencia se le cae a pedazos al sanchismo con la misma claridad con la que sus chantajistas le toman el pelo, tal como acreditan la sorna de las palabras del independentismo pavoneándose, al defender su financiación singular mediante cupo, de que «tampoco la amnistía era constitucional y ahora lo es», razón por la que también será constitucional su financiación exclusiva, porque para Sánchez es constitucional todo aquello que se base en un nuevo cambio de opinión del regidor absolutista en que se ha convertido y que le permita seguir durmiendo en la Moncloa.
Lamentablemente, Rubalcaba se quedó corto cuando predijo la desgracia que para el PSOE y para España sería que Pedro Sánchez alcanzara la presidencia del Gobierno. Para gozar del poder ha construido una coalición Frankestein que no es una coalición de Gobierno sino una coalición de intereses. Una coalición de intereses a menudo contrarios al interés general del país, con los agravios y secuelas para la convivencia que estamos padeciendo. El Estado de Derecho se está sometiendo cada vez más a los intereses de los independentistas. Y ese estado de cosas es insoportable e injusto, por lo que ha llegado la hora de poner fin a esta locura. Una minoría de españoles que no quieren serlo, no puede seguir burlándose de quienes, ilusionadamente, construimos un espacio de convivencia hace más de cinco siglos.
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