Firma InvitadaRafael Del Campo Prieto

La Semana Grande de nuestra Córdoba

Actualizada 05:00

Aunque la lluvia, siempre necesaria y ahora inoportuna, frustre o pueda frustrar parte de nuestra Semana Santa, el sentimiento, la religiosidad y la evocación siguen y seguirán vivas. De ese cúmulo de vivencias surgen estas líneas, escritas con el corazón.
Han sido muchos meses de recogimiento, trabajo y oración. Atrás quedaron las festividades de nuestro mayo, los meses de abrasador estío y, posteriormente, las alegres Navidades. Atrás quedaron también frías noches de ensayo y solemnes Vía Crucis por parte las distintas feligresías de nuestra ciudad. Atrás quedó todo, porque es ahora: ha llegado el momento.
Un rayo de sol entra por el rosetón de San Lorenzo, iluminando la cara morena de la más bella de las mujeres, madre de Dios, Señora del Realejo y Palma de la mañana. Tres llamadas en el pórtico bastan para anunciar la llegada de la semana más especial del año. Un sinfín de hebreos acompañan al cortejo. Se hace el silencio en la plaza, suena «El Profeta», y es que, el Rey de Reyes está en la calle: ya es Domingo de Ramos. El júbilo se hace notar, las filas de capirotes blancos y el incienso que perfuma los balcones de nuestra querida Córdoba indican la emocionante llegada de una nueva Semana Santa.
Aún no ha entrado el Palio de la Palma en San Lorenzo cuando enmudece el «Alpargate». El Señor de Córdoba avanza junto a cientos de devotos. No muy lejos de allí, en San Agustín, el Crucificado de las Penas derrocha sobriedad al son de «Reo de Muerte» en su deambular por la estrechez de Agustín Moreno. Contraste poderoso con el bullicio de San Andrés, y es que, la Gitana, engalanada con un exorno floral despampanante, enfila poderosa San Pablo bajo los sones de su banda.
Del otro lado del puente vienen dos barrios cargados de fe. El «Campo de la Verdad» se vuelca con la Vera-Cruz, refundada en los 80, pero con orígenes que datan del siglo XV. El calor y la gente del «Cerro» son santo y seña del Domingo de Ramos cordobés. El Señor del Silencio avanza de costero a costero por la calle Beato Henares. El azahar de sus naranjos y el incienso forman un compendio único para recibir al Crucificado que entregó su vida por Amor, seguido de su madre, la señora de la Encarnación.
Al mismo tiempo, un frondoso olivo ampara la Oración del Señor en el Huerto a su paso por «El Compás». El tambor ronco guía el caminar del Amarrado. Ardiente y arrebatadora, la Señora de la Candelaria cierra un cortejo con tronío, que año tras año busca acercar a los cordobeses esta advocación.
Esto no ha hecho más que empezar. Vivamos, disfrutemos y gocemos cada segundo de nuestra semana. Habrá tiempo para el jolgorio popular que representa el Señor Redentor en la Huerta de la Reina, Humildad en Capuchinos, o la pasión salesiana con su Prendimiento. Volveremos a sentir la fe de un barrio con Coronación y su Merced en el Zumbacón, la Bofetá en la Judería o la Agonía del Naranjo. Tiempo habrá también para el recogimiento, orando por el Remedio de las Ánimas que nos dejaron y sepultando al Señor en la Compañía. Pero sobre todo terminará germinando la Alegría, la que representa ÉL, que todo lo puede. Resucitado de Santa Marina que, con poderosos sones toreros, llega a Córdoba para dotar de sentido esta semana.
Vivamos, sintamos y emocionémonos. Oremos, respetemos y entendamos que, la semana mayor de Córdoba representa uno de los movimientos de fe más importantes y hermosos de nuestra ciudad. Por los que ya no están, por esos cristianos cofrades que un día vistieron la túnica, perfumaron con incienso sus calles, o lo aguantaron sobre su costal. Por los que disfrutarán más cerca que nunca de Ellos, en el palco celestial. Por ellos…
¡Feliz Semana Mayor!
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