El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Qué malos son los poetas (y poetisas) cordobeses

La cosa oscilaba entre poetas de alcaldía y poetisas feministas, además de los amigos de ambos

Actualizada 04:30

Los poetas (y poetisas) cordobeses vivos se debaten entre el más prosaico, que no poético, «qué hay de lo mío» y la asunción de las ideas sistémicas como modo si no de rimar, al menos de remar en favor de la corriente. Estos días observábamos un manifiesto de poetas (y poetisas) en pro de su inclusión en Cosmopoética, adjudicándose a sí mismos un puesto de poeta (y poetisa) residente quizá similar al que algunos músicos tienen año tras año en el Festival de la Guitarra. Los poetas de corte lo son ahora de Ayuntamiento o Diputación, y a falta de vida en palacio la buscan en el simbólico Hotel Subvención, donde ocasionales paradas y fondas compensan la falta de venta de los libros de un género decadente que antaño buscaba la comunicación con los dioses mientras que hoy se conforma con llamar la atención de un concejal. Para colmo, el texto ni estaba escrito en romance octosílabo o verso sáfico, como era menester, quizá porque el gusto por encadenar renglones uno debajo de otro tras darle al enter hizo que la métrica se desvaneciera hace demasiado en pro de la burocracia.

Ésta es tan sólo la última muestra palpable de lo que se considera cultura en España y Córdoba, un vaivén de ayudas económicas directas o prebendas por eventos, presentaciones y conferencias que dejan en un segundo o tercer plano a la creación, apenas una excusa para intentar medrar. Hace muy poquitos años, por ejemplo, se constituyó en Córdoba la asociación ‘Poetas por el clima’, por lo que poetas (y poetisas) cordobeses se ponían ya previamente al servicio del poder, sin necesidad ni tan siquiera de escribir nada. «Sepan que estoy aquí para lo que manden», parecían querer decir. Parafraseando el conocido diálogo de José Luis López Vázquez en la película ‘Atraco a las tres’, un poeta (y poetisa) por el clima cordobés ve en lontananza a un diputado provincial o un delegado de la Junta y acelera el paso mientras musita «un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo». El clásico bucolismo o el gusto por el paisaje de la poesía hispana se transforman así en pequeñas proclamas contra el calentamiento o la glaciación, según toque. De las alondras, ruiseñores, golondrinas, olmos, rosas y montes que aparecían en los sonetos de antaño, se desemboca en el oficinesco y artificioso apocalipsis mediático de hogaño.

No es algo nuevo, y ya desde principios de los dos mil, el sector cultural cordobés quedaba poblado por premiados poetas (y poetisas) afines al poder que tocase en ese momento, y la cosa oscilaba entre poetas de alcaldía y poetisas feministas, además de los amigos de ambos, siguiendo la estela del gran poeta oficial, el ya fallecido Pablo García Baena, quien quizá simbolizó mejor que nadie ese acercamiento entre el mandamás y el vate. Esto es así hasta tal punto que aquel grupo Cántico perfectamente asentado en el régimen de Franco y reconocido por él, lo cual no tiene nada de malo, ha pasado con el tiempo a ser falso emblema de una inexistente resistencia contra la dictadura al servicio de la propaganda de la memoria histórica. Ese vaivén bien merecería un cantar de gesta que lo narrase.

Si Góngora tuvo a un enemigo de altura como Quevedo, al que dedicó sarcásticos e hirientes poemas, me pregunto qué haría con semejantes poetas (y poetisas) cordobeses. Lo más probable es que ni les dedicase un miserable haiku. O acaso habría que hacer una versión local o provincial de aquella canción de Astrud, ‘Nuestros poetas’, que en el sentido de malignos indicaba:

(...) Si lo supiésemos todo sobre algunos

Tanta metáfora

Y tan poca vergüenza todos ellos.

Qué malos son, qué malos son

Qué malos son nuestros poetas.

Qué malos son, qué malos son

Qué malos son nuestros poetas.

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