San Rafael en el Puente Romano de Córdoba
La espiritualidad en las apariciones de San Rafael
El autor reflexiona sobre el contexto histórico, y sobre todo religioso, cuando el arcángel se reveló al padre Roelas
Las apariciones de San Rafael al presbítero cordobés Andrés de las Roelas han sido vistas en ocasiones como un suceso propio de la religiosidad medieval. La Iglesia bajomedieval es criticada por la escasa formación del clero y su corrupción moral. A la vez se dibuja a una feligresía exclusivamente centrada en la piedad popular, supersticiosa y cercana a la hechicería en sus rogativas, procesiones, peregrinaciones y fiestas en las que se imploraba la intercesión de los santos. De todo ello, irreal por parcial, también ha sido acusado el juramento de San Rafael a Córdoba.
Sin embargo, la revelación de arcángel celestial como custodio de Córdoba aconteció en 1578, dentro de una nueva época (la Edad Moderna) y bajo un Renacimiento cultural y humanístico. Ese contexto no fue ajeno a la Iglesia cristiana, que sintió la necesidad de reforma bajo un factor común: el de la espiritualidad. ¿Y si acontecimientos como las apariciones de San Rafael fueran más propios de esta nueva religiosidad? A fin de dar una respuesta es necesario analizar aquellos nuevos vientos del cristianismo en la centuria del quinientos. Para ello me he servido de algunos textos, entre ellos y de manera destacada, los tres libros sobre La espiritualidad española del siglo XVI del carmelita Daniel de Pablo Maroto.
La reforma del cristianismo en el siglo XVI
Es una simplificación errónea, y que lleva a la confusión, mantener que los cambios del cristianismo del siglo XVI se limitaron a la reforma protestante y a la posterior contrarreforma del Concilio de Trento. La necesidad de mejora fue previa, coetánea y posterior, recorriendo distintos caminos que presentaron elementos comunes, entre ellos el de la búsqueda interior de Dios a través de la espiritualidad.
En la Baja Edad Media ya estuvo presente de manera más o menos soterrada la espiritualidad reformista, una voluntad que emergió bajo el reinado de los Reyes Católicos al final del siglo XV. El cambio impulsado tuvo características propias de su momento, como la unidad Iglesia-Estado o la aparición de la Inquisición, pero también un ánimo reformador protagonizado por el cardenal Cisneros. De este protagonista de la historia de España se conoce su espíritu de cruzada, pero igualmente es destacable su alma mística. Cisneros fue también un franciscano eremita, interesado por lo que se escribía sobre el cristianismo en Europa y por una búsqueda de la espiritualidad con rasgos místicos, proféticos y mesiánicos.
España también vivió la reforma de las órdenes monásticas y de los frailes mendicantes antes de la reforma de Lutero. No se puede perder de vista la importancia del clero regular en ese momento. La búsqueda de la vida ascética (austeridad, pobreza, penitencia...) estuvo acompañada de una llamada a la intimidad de la fe a través de la oración mental, una forma de rezar que abrió el camino de los grandes místicos españoles.
La reforma luterana fue la rupturista del cristianismo, y a la que siguió la calvinista y la anglicana. Una más, la heterodoxa, pero con elementos comunes a las coexistentes en esta centuria. Junto a cuestiones externas como la crítica a la liturgia, el rechazo a la piedad popular o al papel de la Virgen María y los santos, existió una interpretación individual/personal de las escrituras sagradas. Esa vivencia autónoma de la fe tuvo puntos de conexión con el resto de reformas interiores, rompiendo con ellas con propuestas como la negación del ministerio de la Iglesia y la búsqueda de la salvación «solo por la fe».
Sin salirse de la ortodoxia de Roma, el erasmismo fue otra de las reformas necesarias en aquella Iglesia, quizá de las más atrevidas. Con elementos externos comunes al luteranismo, se ancló en la centralidad de Cristo y también buscó una nueva forma de orar meditada y espiritual.
En la Iglesia del siglo XVI, «más española que romana», el ánimo reformista tuvo en los reinos de España unas características propias y comunes que se extendieron por el resto de la cristiandad. Más que conocer a Dios (a través de la filosofía y teología), el camino de la espiritualidad buscaba saber de Dios. Esa experiencia de Dios se alcanzaba en la contemplación; de nuevo la oración mental y recogida frente a la vocal. Pero esta nueva espiritualidad no se quedaba solo en la vivencia, sino que aprovechaba esta reforma interior para la exterior. El ánimo de universalidad estuvo acompañado por una voluntad de extender la santidad a todos los estados de vida, no solo para el clero. Por ello se impulsó la comunión frecuente, la lectura de las Sagradas Escrituras por todos los fieles o el uso de las lenguas romances más accesibles para todos.
Esta espiritualidad reformadora tuvo en España sus derivaciones heréticas en los alumbrados. En su búsqueda de Dios a través de la experiencia interior quisieron prescindir de la Iglesia, los sacramentos o todo tipo de ceremonias.
A la vez alcanzó su perfección en la mística, con santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz a la cabeza. Algunos elementos comunes se pueden destacar de estos místicos españoles:
De todos es conocido la apariencia exterior de los hechos místicos, con visiones, locuciones, revelaciones o éxtasis.
De aquellas experiencias místicas sus protagonistas siempre solicitaban un control externo que excluyera el carácter demoníaco de las mismas. Así se puede leer en las Cuentas de Conciencia de Teresa de Ávila, donde la autora narraba a sus confesores las experiencias espirituales vividas para hacer un discernimiento de su etiología.
Frente a la reforma luterana, la mística española no rechazó la mediación de la Virgen María y de los santos, procurando siempre su intercesión.
La vivencia mística tampoco fue una búsqueda del placer espiritual. Lo explica bien Teresa de Ávila en sus Moradas o fray Luis de Granada en el Libro de la oración y la meditación, en el que propone medidas contra la tentación de desear la consolación en la relación con Dios. Igualmente así se lo expuso san Juan de Ávila en la carta remitida a santa Teresa de Jesús, en la que le indicaba que aquellas visiones no se debían desear ni buscar, pero tampoco ahuyentar si no se sabía cierto que eran fruto del demonio, sin que pudieran conducir a la vanidad sino a la humildad, y siempre que no contradijeran a la doctrina de la Iglesia.
Santa Teresa de Ávila, de la colección del Museo del Prado. Hoy en la iglesia de San José de Madrid
Para los místicos españoles la meditación-oración iba unida a la acción, en un apostolado permanente que tuvo su mejor personificación en la Compañía de Jesús, recién constituida por san Ignacio de Loyola. Teresa de Ávila, en su maravillosa clarividencia, lo supo expresar en una frase: «Marta y María andan juntas». Los místicos españoles no fueron ajenos al mundo y lo que buscaron fue reformarse interiormente mediante la oración para poder reformar su sociedad. Beneficiarse de la experiencia de Cristo para llevarlo a su vida cotidiana y a la de los demás.
La postura de la Inquisición frente a la espiritualidad
Eran «tiempos recios», según santa Teresa de Jesús, por lo que era necesario ser amigos fuertes de Dios. El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue fundado en el reinado de los Reyes Católicos para velar por la ortodoxia del cristianismo. Bajo el conflicto social con los judeoconversos, y en aquella indivisión entre Iglesia y Estado, la búsqueda de la unidad de fe también fue una búsqueda de cohesión social y unidad política.
No es lugar para hablar de leyendas negras, pero conocer la verdad en su máxima dimensión ayuda a entender lo sucedido. La Inquisición no fue la primera ni algo exclusivo de España, tampoco la más cruenta. Igual que en España se utilizó la fe católica con fines políticos y bélicos, los príncipes europeos usaron la nueva identidad luterana como arma para sus intereses separatistas. La firma por Carlos V de la paz de Augsburgo (1555), supuso el fin del Sacro Imperio Romano Germánico, pero no llevó la libertad religiosa a ninguno de los dos territorios enfrentados, sino que en cada uno de ellos se impuso su fe (en cada región, una religión). Esta herencia política hizo a Felipe II prohibir estudiar en Europa, intentado un aislamiento cultural y religioso para evitar la entrada del luteranismo. No lo consiguió (del todo) y sin embargo sí abrió el tiempo para el mayor esplendor de las artes y las letras españolas en su Siglo de Oro.
A lo largo del siglo XVI la Inquisición en España amplió su lucha contra la herejía, extendiendo su persecución de los falsos judeoconversos a los luteranos, iluminados, falsos místicos... Una batalla religiosa (con olvido de la moral), que a buen seguro provocó una psicosis colectiva. En este contexto la espiritualidad española encontró tres puntos débiles:
Por un lado la espiritualidad se enfrentó a la teología, que discutía que se pudiera experimentar a Dios sin conocerlo desde la ciencia. Los grandes teólogos de la Escuela de Salamanca, encabezados por Francisco de Vitoria, pertenecían a los dominicos, orden religiosa que engrosó el tribunal del Santo Oficio. Esos mismos teólogos que defendieron la dignidad del hombre y anticiparon en siglos el derecho de gentes, fueron los que tuvieron que juzgar la ortodoxia cristiana de la espiritualidad española.
Poner en valor la experiencia interior, esa inmediatez en la relación con Dios, sin la intervención y supervisión de la estructura de la Iglesia - además de desconfianza-, obligaba a la teología (hasta ese momento tan solo centrada en Dios), a mirar al hombre.
Por otro lado se puede apreciar que entre todas las corrientes reformistas (ortodoxas o heterodoxas), existían elementos comunes. A buen seguro que esta confusión también ayudó a sentar en el banquillo a los reformadores espirituales.
Así la espiritualidad española del siglo XVI pasó de ser tolerada a ser vigilada y perseguida. El índice de libros prohibidos de Fernando Valdés (1559) incluía en su catálogo un innumerable listado de los autores espirituales. Libros prohibidos e investigaciones de la Inquisición fueron sufridas por protagonistas de la reforma espiritual como san Juan de Ávila, Bartolomé Carranza, san Francisco de Borja, fray Luis de Granada, fray Luis de León, san Juan de la Cruz o santa Teresa de Jesús, entre otros.
Una última reflexión. ¿La espiritualidad descrita fue causa o consecuencia de la Inquisición? ¿Buscaron las personas de fe del siglo XVI la espiritualidad interior como forma de vivir a Dios, sorteando los errores de aquella Iglesia? De ser así, una frase me viene a la cabeza: «Dios escribe recto con renglones torcidos».
Las apariciones de San Rafael al Padre Roelas
Ahora toca concretar todo lo anterior en el motivo de este artículo, que seguramente solo es una escusa para acercar la realidad de la Iglesia en aquel siglo XVI español. Volvemos al principio del texto. La revelación de San Rafael al padre Roelas, aquella por la que el arcángel se confesó como custodio de Córdoba, ¿tiene las características de la Iglesia medieval o nos acerca más a la Edad Moderna y a estos religiosos que buscaron en la espiritualidad interior la reforma de la Iglesia?
De lo escrito por el sacerdote Juan del Pino por boca de Andrés de las Roelas, y del testamento de este último, podemos sacar algunos datos que nos acercan al movimiento de espiritualidad descrito. Entre ellos:
- Intercesión de los santos. El padre Roelas comienza el relato de las apariciones de San Rafael expresando que todo empezó por encontrarse gravemente enfermo, y ante la convicción personal de que los huesos previamente hallados en la iglesia de San Pedro eran los de los mártires de Córdoba. Así se puede leer: «rogaba y suplicaba cada día en este tiempo largo de mi enfermedad … a los dichos Santos Mártires fuesen intercesores á Dios nuestro Señor me diese salud». He explicado anteriormente que la espiritualidad española del siglo XVI no renegó de la intermediación de los santos en los problemas mundanos, por lo que tal presupuesto no excluye la modernidad del acontecimiento.
- Vida ascética: Andrés de las Roelas pasó buena parte de su vida adulta en el monasterio de Santa María de Gracia (Posadas), que acabaría adhiriéndose a la regla de la orden de San Basilio, al igual que el monasterio del Tardón en la cercana localidad de Hornachuelos. Ambas fundaciones mantienen rasgos de las reformas regulares ya indicadas, caracterizadas en lo exterior una vida eremítica y austera. El padre Roelas, en su testamento otorgado en septiembre de 1586, ordenó ser enterrado en el monasterio de los padres descalzos del Buen Pastor, fundado en Córdoba meses antes por san Juan de la Cruz, un nuevo dato que pone en relación a nuestro protagonista con ese clero regular y reformista del siglo XVI.
Aparición al Padre Roelas
- Conocimiento. La importancia de la universalidad de la santidad se plasmó en la reforma espiritual del quinientos a través de la democratización del acceso a los textos sagrados y religiosos. El uso de la lengua romance ayudó a ello, como ya he explicado. Así aparece en el texto de las apariciones de San Rafael, en el que se puede leer que el padre Roelas gustaba de leer un libro en lengua romance atribuido al maestro Herrera, que entre otras muchas cosas, trataba del sepulcro de los santos mártires de San Pedro.
- La oración. La espiritualidad buscó en la oración el medio para la experiencia de Dios. Una oración distinta a la vocal o la coral de las comunidades religiosas. Era una oración mental, en soledad, meditada, una contemplación sin intermediarios. Ese es el contexto de las apariciones de San Rafael. En la descripción escrita por Juan del Pino se puede leer como su amigo Andrés de las Roelas refería que las apariciones se produjeron en su alcoba «habiendo acabado de rezar mis maytines, que ha mas de veinte y siete años que tengo costumbre de rezarlos á la media noche». Esta hora canónica propia de la liturgia monástica sitúa a nuestro protagonista en la noche, justo antes de su amanecer, en un ambiente de recogimiento y oración propiciatorio de las experiencias de la espiritualidad.
- Tiempos recios. El miedo al Tribunal del Santo Oficio también tuvo que estar presente en el padre Roelas, quien a buen seguro había conocido la condena por el tribunal cordobés de sor Magdalena de la Cruz, abadesa del convento de Santa Isabel (1546) o de Diego Pérez de Valdivia (1576), junto al resto de autos de fe. Relevante destacar que el texto de las apariciones no se publicó y aprobó hasta el año 1603, muerto ya su protagonista. Pero es más, tras las primeras visiones, las dudas acecharon a nuestro presbítero, quien cuenta «... para descargo y seguridad de mi conciencia, secretamente comuniqué con personas doctas y de buena conciencia: y también por evitar otros inconvenientes...» Estas dudas fueron compartidas primero con el rector de la iglesia de la Magdalena, que le indicó a quien dirigirse, a la vez que le expresaba la pena de no poner en obra lo revelado. A ello contestó el padre Roelas «si á vos os aguijan, también me aguijan á mi, y por tal termino que ando harto afligido». La aguijada era una vara larga con un extremo de hierro en la punta, que servía para picar a los bueyes. La popularidad de la expresión no oculta el miedo a la respuesta de la Inquisición.
- El discernimiento. Por el miedo anteriormente expresado, y ante la necesidad de no ofender a Dios, los protagonistas de estas experiencias místicas buscaban la confirmación de su bondad en terceras personas de fe. Ante las dudas de las apariciones que experimentó y temiendo que fueran «ilusiones del demonio», Andrés de las Roelas pidió consejo a los padres Saelices y Enriquez, de una Compañía de Jesús ya asentada en Córdoba. Ambos jesuitas, tras someterlo a la oración, concluyeron que «no hay claras muestras de ser ilusión del Demonio», lo que permitió continuar en la misión encomendada. Tras ella el padre Roelas manifestó «después de todas estas visiones siempre he sentido nueva alegría y esfuerzo...». Como expresó san Ignacio de Loyola, el posterior regocijo es buena muestra de haber seguido el camino de Dios.
- Marta y María. No se buscaba que la experiencia mística fuera un fin en sí mismo. Se huía del deseo de disfrutar simplemente de la vivencia, y por el contrario se pretendía que la contemplación fuera instrumento para cumplir la voluntad de Dios. Así aconteció en la primavera de 1578. La manifestación de San Rafael como custodio de Córdoba fue algo accesorio (digámoslo así) a la finalidad de la propia aparición. Lo que pretendía el arcángel celestial es que el sacerdote cordobés cumpliera su misión de hacer público que, efectivamente, los huesos hallados en San Pedro eran los de los mártires de Córdoba.
- Carácter profético. Los mensajes recibidos en las experiencias místicas podían ir acompañados un mensaje anticipatorio, necesario vaticinio para proteger del mal venidero. De nuevo aparece tal realidad en nuestro caso, y así San Rafael le manifestó a Andrés de las Roelas la necesidad de venerar las reliquias de los mártires de Córdoba «porque tiempo ha de venir que ha de hacer Dios misericordia con este Pueblo, por intercesión de los huesos de estos Mártires; porque han de suceder graves enfermedades, y pestes, y sobre las mugeres fluxos de sangre...»
- Experiencia mística. Visiones, locuciones, revelaciones, éxtasis, curaciones... son algunas de las manifestaciones externas de las experiencias místicas. Lo contado por el padre Roelas presenta las características propias de estas vivencias. Las apariciones de San Rafael comienzan con unos sonidos y la posterior presencia del ángel, al que describe como «...un hombre vestido de una ropa blanca larga á manera de la de los Comendadores, el rostro no le pude ver». La experiencia no se queda en la visión mística, sino que existe un diálogo personal entre ambos protagonistas en el que expresan las dudas, tensiones y requerimientos. Todo era constatado por los sentidos, y así se puede leer que tras la aparición quedaba en la habitación «un olor suavísimo, que duró por todo ese día, tal como el del Sábado Santo». Tiene su reflejo físico el encuentro, quedando tras la aparición «harto fatigado». Para dar credibilidad al mensaje el cristiano siempre ha requerido pruebas. En este caso, antes de la propia aparición de San Rafael, Roelas vio curada su enfermedad tras el encuentro con los cinco caballeros, que no eran otros que los mártires de Córdoba, según se narra.
San Rafael del Puente Romano de Córdoba, durante el apagón del pasado 28 de abril
Conclusión
Con lo aquí escrito solo he pretendido centrar el relato de las apariciones de San Rafael en la religiosidad de su tiempo, exponiendo razones para aceptarlo por las mismas causas que se reconocen otras experiencias místicas. A partir de ahí, reconocer a San Rafael como custodio de Córdoba, con todo lo que ello implica, es una cuestión de fe. Yo, sencillamente, me reconozco confortablemente acogido entre el misterio y el ministerio. Pero Dios tiene tantos caminos como caminantes lo buscan, por lo que relatos como el presente pueden tener distinta acogida dentro y fuera de Iglesia. Para todos: ¡Bajo la sombra de tus alas protégenos, San Rafael!