Juan de Dios Serrano

Juan de Dios SerranoSamira Ouf Calero

Juan de Dios Serrano, psicólogo

«Somos animales de abrazos: sin vínculos, la mente se desequilibra»

Este cordobés afincado ahora en la Costa del Sol ha participado esta semana en una charla organizada por Presencia Cristiana para abordar desde la psicología humanista un tema crudo: el suicidio

Psicólogo general sanitario, psicoterapeuta transpersonal y divulgador, Juan de Dios Serrano Rodríguez (Priego de Córdoba, 1974) acumula más de 25 años de trayectoria en el acompañamiento emocional y la intervención clínica desde una perspectiva humanista y sistémica. Con una sólida formación que integra psicoterapia narrativa, coaching de equipos y liderazgo transformacional, ha liderado servicios asistenciales en hospitales como San Juan de Dios de Córdoba, donde trabajó durante 15 años, y ha ejercido la docencia en universidades como Granada y Navarra. Autor de los ensayos Compasión por la pérdida y El Arte de Amar(Se), mantiene una activa presencia en redes sociales (@psicojuande), donde ha construido una comunidad de más de 100.000 seguidores. Reconocido por su capacidad de tender puentes entre la psicología, la espiritualidad y la ética del cuidado, Serrano ofrece una mirada comprometida y esperanzadora sobre la salud mental, el duelo y el acompañamiento en el sufrimiento.

Serrano ha partidipado esta semana en las XV Jornadas de Primavera organizadas por la Asociación Presencia Cristiana, que bajo el lema «Esperanza para un mundo en crisis» se han atrevido a hablar sobre el suicidio sin tapujos pero con profesionalidad, y mirándolo como el reto que es para una sociedad en la que las cifras de personas que se quitan la vida crecen, con todo el dolor y el desgarro familiar que ello supone.

Juan de Dios Serrano, @psicojuande

Juan de Dios Serrano, @psicojuandeSamira Ouf Calero

- Cuesta iniciar una conversación sobre este tema en una entrevista periodística. Pertenecemos —al menos yo— a esa vieja escuela en la que prácticamente estaba prohibido hablar de ello en los medios.

- Sí. Bueno, ha llovido muchísimo respecto a cómo estamos afrontando el suicidio ya en el siglo XXI. De hecho, hoy estamos aquí con una asociación cristiana, católica, y hasta hace muy poquito el suicidio era visto casi como un castigo. La Iglesia no lo miraba con la misericordia con la que ahora se está empezando a mirar, incluso por parte de los últimos papas. Se está haciendo ese esfuerzo por acercarse al sufrimiento humano, por desmitificar el suicidio y entenderlo como lo que es muchas veces: una respuesta desesperada ante algo que no se puede soportar.

- Hoy lo que se propone, precisamente, es que se aborde este tema desde una información responsable, sin sensacionalismo y sin utilizar términos estigmatizantes, que a veces también se cuelan en el discurso, ¿no?

- Totalmente. Llevo 25 años en la profesión y tengo que confesar que, incluso como profesional, muchas veces cuesta hacer esa pregunta. Pero llega un momento en el que descubres que hay que hacerla. Especialmente cuando estás frente a alguien que sufre una depresión, frente a un joven... hay que preguntarlo directamente: ¿Has pensado en quitarte la vida? Esa pregunta debemos hacerla todos: psicólogos, médicos, profesionales de la salud, pero también las familias. Porque cuando se hace, se crea un espacio seguro para que el otro lo exprese. Y muchas veces la respuesta es que sí, porque quien atraviesa ese dolor suele haberlo pensado ya, quizá como una idea momentánea o fugaz, pero en algunos casos se convierte en la única salida que encuentran ante un sufrimiento que sienten como insoportable.

- ¿Tiene la sensación, como psicólogo, de estar rompiendo un tabú al hablar de este tema?

- Sí, aunque creo que no soy el único. Entre todos estamos rompiendo un tabú, y no solo eso: estamos cambiando la forma en que nos acercamos al suicidio, incorporando una perspectiva más psicosocial. Durante mucho tiempo se ha mirado esta realidad únicamente desde lo individual, pero la vida no se sostiene solo desde lo personal; la sostiene la tribu, la comunidad, la sociedad. Tenemos que preguntarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo para que cada vez haya más personas que no quieran vivir en ella.

Juan de Dios Serrano

Juan de Dios SerranoSamira Ouf Calero

Durante años se hablaba solo de factores individuales: neuroquímicos, genéticos, hereditarios… y sí, claro que existen, pero hoy ya podemos decir con bastante firmeza que no son los más determinantes. Lo que más influye es el contexto social. Es muy difícil sostenerse cuando estás en paro, cuando vives situaciones de precariedad, cuando arrastras heridas de la infancia o traumas no resueltos. Y eso no pertenece solo al individuo, sino a la sociedad entera.

- Entonces, ¿la llamada sociedad del bienestar no lo es tanto?

- No, no lo es tanto. De hecho, el título que han elegido para estas Jornadas de Primavera es muy revelador: «Esperanza para un mundo en crisis». Y yo añadiría algo más: no estamos solo en crisis, estamos en un mundo herido. Como sociedad, estamos heridos. Nunca antes habíamos tenido tanto bienestar en términos materiales —no pasar hambre, tener ropa, disponer de nuestras necesidades básicas cubiertas— y, sin embargo, nunca habíamos registrado tantos problemas de salud mental. Ansiedad, depresión y, lamentablemente, suicidios en aumento. Ese contraste nos debería hacer pensar muy seriamente sobre el tipo de bienestar que estamos construyendo.

No estamos solo en crisis, estamos en un mundo herido

- Vamos a detenernos en un dato que suele comentarse casi en voz baja, pero que está ahí: el preocupante aumento de casos entre la población infantil y juvenil.

- Sí, es muy preocupante. Cuando intentamos explorar lo que hay detrás del suicidio, nos encontramos con dos elementos clave dentro de esa mente oscurecida por el dolor: el agotamiento y la desconexión. Una desconexión del mundo, de los demás y también de uno mismo. Y ahí entra el aislamiento. Cuando una persona empieza a aislarse socialmente, queda muy expuesta, muy vulnerable, porque somos, por naturaleza, seres profundamente sociales.

Si miramos la sociedad actual, esa que Zygmunt Bauman definió como «líquida», vemos que es una sociedad sin certezas, con vínculos inestables, en la que los lazos familiares y afectivos han cambiado mucho. No se trata de juzgar esos cambios, pero sí de observar que están afectando directamente a nuestras necesidades más básicas como seres humanos. Y una de esas necesidades es la conexión con otros.

Sabemos, por ejemplo, que las personas que tienen vínculos afectivos sanos —ya sean de pareja, familiares o de amistad— viven más años, tienen menos enfermedades e incluso un sistema inmunológico más fuerte. Sin embargo, los jóvenes que han crecido desde principios de los 2000, y especialmente tras la pandemia, viven en una sociedad cada vez más individualista y aislada. En Europa, una de cada tres mujeres dice sentirse sola. Y hay que distinguir entre la soledad elegida y la soledad impuesta. ¿Cuántas personas viven solas sin desearlo?

En esa soledad forzada es donde aparecen los demonios de la depresión, de la ansiedad y de esa falta de nutrientes emocionales esenciales para el bienestar humano, como es el calor de una comunidad. Al menos, mi experiencia clínica me lleva a esa conclusión: nos estamos volviendo demasiado individualistas. Y da la sensación de que la propia sociedad nos empuja a serlo. Pero genéticamente no somos así. Somos animales de abrazos, de vínculo. Y cuando eso se rompe —por problemas familiares, de pareja, laborales—, la mente se resiente, se desequilibra.

- Le comentaba que los medios informativos suelen ser prudentes a la hora de tratar este asunto. Pero hoy existen muchos otros medios de influencia. ¿Está la población expuesta a estímulos que puedan suponer un riesgo?

- Sí, absolutamente. Vivimos en la era digital, en la era de las redes sociales, en la era de la información... y también de la infoxicación. La sobrecarga informativa, especialmente en el entorno digital, puede ser muy perjudicial. Y no solo hablamos de información periodística. Pensemos, por ejemplo, en determinados influencers que, sin ningún tipo de criterio profesional, pueden promover conductas de riesgo. Ya lo vimos hace años con los trastornos de alimentación: existían foros y grupos en internet que directamente incentivaban la anorexia o la bulimia. Algo similar podría estar ocurriendo hoy con otros temas sensibles, incluido este.

Pero también es cierto que ese mismo entorno digital puede tener un impacto muy positivo. A nosotros, como psicólogos, nos ha ayudado muchísimo que figuras públicas con gran influencia entre los jóvenes hayan normalizado el hecho de acudir a terapia o de hablar abiertamente de su salud mental. En una sociedad como la nuestra, eso ha sido clave para derribar estigmas. Cuando alguien famoso dice públicamente: «Yo he ido al psicólogo, yo he pasado una depresión», está haciendo un gran favor, porque conecta con muchas personas que quizá no se habrían atrevido a dar ese paso.

El último ejemplo que me viene a la mente es el de Chris Martin, el cantante de Coldplay. Hace poco publicó un vídeo que se hizo viral, en el que compartía que sufre depresión. Ese tipo de gestos son importantes, porque nos recuerdan que esa vulnerabilidad forma parte de la experiencia humana. Y que, por tanto, debe existir una inquietud social, una responsabilidad colectiva por cuidar el mundo emocional de las personas, especialmente de las más jóvenes. Porque cuando esas emociones no se cuidan, pueden llevarnos a territorios que son, literalmente, un infierno interior.

- ¿Qué aporta la psicología humanista al tratamiento y la prevención de este tipo de conductas?

- La psicología humanista ofrece una mirada más profunda del ser humano, más allá de lo meramente biológico. No se trata solo de tratar síntomas, sino de entender que somos seres que necesitan realizarse, encontrar un propósito, vivir con valores y formar parte de una comunidad. Desde mi postura, siempre voy a defender esa dimensión personal y trascendente del ser humano. Porque somos profundamente sociales: necesitamos un «tú» para que exista un «yo». Cuando ese «tú» desaparece, el «yo» se desdibuja, se deforma.

Hoy vivimos en una sociedad donde se abusa del individualismo, y también de un amor propio mal entendido. El amor propio es un medio, no un fin. El fin es saber salir al encuentro del otro, del que es distinto a mí. Y cuando eso no se produce, nos encerramos en nosotros mismos. Nos convertimos en pequeños narcisos. Y si recordamos el mito, Narciso acaba ahogándose en su propio reflejo. Es una metáfora muy reveladora del daño que puede provocar un individualismo extremo, que en el fondo nadie desea, pero que está muy presente.

La psicología humanista trabaja desde esa inquietud. Claro que utilizamos herramientas clínicas contrastadas para aliviar la ansiedad, el insomnio o la depresión, pero no nos quedamos ahí. Vamos más allá. En terapia, intentamos entender qué hay debajo de esos síntomas, de dónde viene ese malestar, qué sentido tiene, para poder acompañar a la persona hacia un proceso real de crecimiento personal.

Juan de Dios Serrano

Juan de Dios SerranoSamira Ouf Calero

- Ya que estamos hablando con un psicólogo clínico, y siguiendo esta línea, ¿diría que la corriente cognitivo-conductual, a pesar de haber sido la más utilizada, no ha resultado tan efectiva para tratar estos casos?

- Sí, ha sido efectiva, pero solo hasta cierto punto. De hecho, lo que muchos psicólogos estamos descubriendo —y esto que voy a decir puede parecer muy simple, pero te cambia la forma de ver la terapia— es que lo que realmente cura no es la técnica ni el enfoque. Es la relación terapéutica. Es ese vínculo humano en el que la persona puede verse reflejada, conocerse, sentirse sostenida, validada. Ese vínculo es, en sí mismo, la herramienta más poderosa que tenemos.

Cuando el otro encuentra en ti un espacio para hablar sin ser juzgado, cuando puede expresar su sufrimiento sin ser psiquiatrizado, entonces se abre una posibilidad de transformación. Y esto ocurre a través del diálogo, de las preguntas que le ayudan a descubrir por sí mismo el origen de su dolor o, al menos, a ponerle nombre.

En el caso del suicidio, claro que se puede trabajar desde lo cognitivo-conductual: hay técnicas para identificar y gestionar pensamientos intrusivos, para trabajar con el discurso interno… pero el problema de fondo no es una distorsión cognitiva ni una debilidad de carácter. El problema es una falta de sentido. Y ahí, la terapia cognitivo-conductual se queda corta. Es eficaz para aliviar, pero no siempre para sanar. Por eso es tan importante el enfoque humanista y existencial, que no se limita a intervenir sobre la conducta, sino que trata de entender qué hay debajo de ese sufrimiento.

- Solemos hablar pensando en quien sufre o pierde la vida, pero también están los que se quedan, los más cercanos a quien ha tomado esa decisión. ¿Cómo se aborda el acompañamiento a esas personas?

- Con muchísima dificultad. Porque ahí aparece un sentimiento muy complejo: la culpa. Y es que la culpa aparece incluso ante una muerte natural o por enfermedad —por no haber estado más presente, por no haber hecho más, por pensar que uno pudo haber evitado el desenlace—. Imagina entonces cuando se trata de un suicidio.

Acompañar a una persona que ha perdido a un ser querido por suicidio implica ayudarle a limpiar ese mensaje interno de culpa. Y para eso, en la mayoría de los casos, solo encontramos dos caminos posibles: la compasión y el amor. Lo que trabajamos en consulta, muchas veces, es precisamente eso: ayudar a reconceptualizar qué significa para esa persona la compasión, cómo entiende el amor, y desde ahí abrir la posibilidad de acceder a algo que suena antiguo, pero que sigue siendo fundamental: el perdón.

Juan de Dios Serrano, durante su ponencia en el Real Círculo de la Amistad de Córdoba

Juan de Dios Serrano, durante su ponencia en el Real Círculo de la Amistad de CórdobaSamira Ouf Calero

Perdonar al otro por haberse ido. Y, sobre todo, perdonarse a uno mismo. Esa es la verdadera cura. Esa es la sanación. Y aunque todos los psicólogos podemos hablar de esto, hay que decirlo claro: el perdón no es solo una herramienta terapéutica, es una experiencia profundamente espiritual. Porque perdonarse a uno mismo es quizá una de las formas más profundas de sanación que existen.

- Supongo que está al tanto del Plan Nacional de Prevención del Suicidio. ¿Qué opinión le merece?

- Sí, claro. El plan lo han elaborado compañeros míos que están más centrados en la investigación específica sobre el suicidio, mientras que yo trabajo desde un enfoque más amplio, dentro del campo de la psicoterapia. Me parece un plan muy bien planteado, necesario, incluso diría que llega tarde. Ya era hora de que se pusiera en marcha algo así.

Ahora bien, la cuestión clave es el presupuesto. ¿Qué recursos económicos se van a destinar realmente? Porque una sociedad que quiera tener una población con salud —y salud en el sentido más amplio, también emocional— tiene que invertir en ello. No basta con buenas intenciones o documentos bien redactados. Hace falta compromiso político, inversión y una estrategia sostenida en el tiempo.

Perdonarse a uno mismo es quizá una de las formas más profundas de sanación que existen.

- Le hago esta pregunta porque, a veces, da la impresión de que todos los recursos se concentran en la lucha contra la violencia de género , pero las cifras de muertes por suicidio son incluso superiores. ¿Recibe menos atención y presupuesto esta realidad?

- Bueno, voy a decirlo aunque suene políticamente incorrecto: la violencia de género da más votos. Y aunque cueste hablar de la muerte en términos cuantitativos —porque no deberíamos comparar el dolor—, lo cierto es que las cifras están ahí. En España, el suicidio provoca más de 4.000 muertes al año. Cada dos horas, una persona se quita la vida. Es una realidad brutal.

Entonces, como sociedad, como tribu, tenemos que preguntarnos: ¿qué estamos haciendo? ¿Cómo estamos cuidando a nuestras familias, a nuestra gente joven? ¿Qué mecanismos de acompañamiento y prevención estamos poniendo en marcha? Porque insisto: no todo depende del individuo.

Durante muchos años —y los psicólogos también debemos asumir nuestra parte de responsabilidad— hemos tendido a individualizar en exceso los procesos de sufrimiento y crecimiento personal. Y eso es un error. El contexto social influye, y mucho. Influye en cómo se vive, en cómo se sufre, y en cómo se puede o no salir adelante. Y ese contexto es político. Lo que hacemos como sociedad también lo es.

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