Delegados de  Falange Auténtica camino de Cuba en un crucero soviético con camisa azul y bandera desplegada.

Delegados de Falange Auténtica camino de Cuba en un crucero soviético con camisa azul y bandera desplegada.Gustavo Morales

Crónicas Castizas

1978: de toros, etarras y cubanos

Tras los encierros, en la plaza de toros, primero corrimos ante los animales, luego ante los grises

1978. Emprendimos el camino a Barcelona. Desde allí, un mes después, partiría el crucero soviético Leonid Sobinov, con destino al Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes, que en esa ocasión se celebraba en La Habana, Cuba. Un aquelarre de izquierdas en su mayoría, con radicales procedentes de todo el mundo. Posiblemente los siguientes cuadros de mando de los partidos comunistas de Europa y buena parte de Hispanoamérica. Entonces lo hacían sin esconderse ni fingir progresismo. Eran comunistas, abiertamente, sin sumas ni podas. Ya he hablado de ese periplo en otra de estas crónicas. El caso es que me faltaba un mes para ese viaje al Caribe al que también estaba invitado. Y decidí, con un amigo espitoso, Ir a estrenarme en los Sanfermines pamplonicas. Corría el año 1978. Corría el año 1978 y todo el mundo por las calles de Pamplona. Algo molestos. Porque había unos cuántos que se empeñaban en fastidiar la lúdica celebración y el ambiente festivo al anteponer su política de xenofobia y apartheid, el odio por doctrina. Habían roto hoy su vínculo social de forma vertical, desvertebrando el pasado común del presente individual asociados con los negacionistas de la autoridad de la tradición y decididos a imponer su presente hostil al mundo. Según el principio de entera disponibilidad: para ellos todo era una opción abierta a la libre elección impuesta a los demás de quienes construyen un mundo nuevo y ficticio fruto de la posmodernidad, el origen no cuenta cuando buscaban destruir los vínculos sociales y nacionales sustituyéndolos por otros artificiales de fabricación propia imponiendo las razones de sus bombas y sus pistolas.
Tras los encierros, en la plaza de toros, primero corrimos ante los animales, luego ante los grises. En dicha plaza el jefe de los antidisturbios cometió un error: ofuscado por el continuo hostigamiento que sufrían sus hombres por parte de los filoetarras de los mil nombres, el oficial cerró la plaza y no dejó salida alguna tras ocupar el coso taurino. Hubo disparos sobre las gradas. Y la gente se volvió loca. Más cuando comenzaron a correr los rumores de que había un muerto: Germán Rodríguez. Saliendo de allí, en los alrededores de la Plaza del Castillo, evocando al gran periodista Rafael García Serrano. «Cuando los dioses nacían en Extremadura». Y comenzamos a correr, entre los revienta fiestas que levantaban barricadas con todo lo que encontraban en las terrazas y en el mobiliario urbano, entonces escaso. También usaban coches pequeños, los coches que usa la gente pobre. Y de repente comenzaron a aparecer como por ensalmo cócteles Molotov. Que nos distribuyen de mano en mano a los que allí estábamos. No mojitos. Sino cócteles Molotov que posteriormente arrojaban hacia los antidisturbios que corrían hacia la plaza, incrementando la tensión. Volaban las pelotas de goma. Que de juguete no tienen ni el nombre. Y los botes de humo lacrimógeno. Disparos, siluetas entre la humareda, gente ahogándose, llamas. Todo ello era contestado enérgicamente por los guerrilleros urbanos que se metían entre la gente inocente para concentrar allí las cargas policiales e incrementar la represión y aumentar el número de los indignados. Los policías ofuscados. Y la gente que se sentía atrapada. Una buena mezcla explosiva. Eso es lo que buscaban los insurrectos. De buen rollo, sí, imponiendo por la fuerza un discurso hispanófobo y separatista. Ante las repetidas cargas de la policía, corrimos como gamos por las avenidas que desembocan en la plaza. Los grises estaban furiosos por el acoso que sufrían. Un grupo heterogéneo corría calle abajo, cuando una anciana desde la ventana de su casa nos llamó perentoriamente y agitando la mano nos ofrecía refugio. Por allá seguían los que habían construido un entramado de creencias alienantes en detrimento de su propio pasado y en demostración del odio manifiesto hacia su cultura Ibérica, la que compartían con todos los demás. El enemigo al que combatían era a su propia civilización. Inundamos la casa de nuestra benefactora, era una casa vieja de una viuda mayor llena de cachivaches y recuerdos sobre las estanterías. Inundamos el salón «hunos y hotros», al decir de Unamuno, de todo pelaje que coincidíamos solo en nuestra corta edad. Aparcamos en los sillones, en los sofás, en las alfombras los más tímidos, mientras en la calle se seguía escuchando la sinfonía de disparos, gritos y carreras y la anciana navegaba entre nosotros ofreciendo algo de beber y nada de comer. De su boca no salió ningún juicio político y su discreción cerró el torrente de palabras de lo que hubiera sido una noche heterogénea de gente diversa. La del alba sería cuando la luz del Sol logró vencer la opacidad de las cortinas y regó de luz la estancia. Comprendimos que la noche más larga había terminado y abandonamos la casa contemplándonos sorprendidos. Unos y otros fuimos dejando la estancia en un silencio agradecido saliendo a una ciudad herida y dolorida hoy.
Conmigo venía Javier González Alberdi, un soñador y diseñador gráfico de Murcia. Me lo presentaron con el ruego de que pasara una noche en mi casa para poder examinarse en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid. Pidió asilo para un día y se quedó un año. Javier era espitoso, ya lo he dicho, burbujeante, con talento, sus dibujos adornan la portada de mi cuaderno de poemas, poemas de adolescencia.
Javier vendrá con nosotros a Cuba y en Lisboa subirá al barco soviético como polizón en un crucero del Konsomol, donde se ocultará con su alegría descarada que nos robaba risas y regalaba diseños.
Aquel 1978 hice campaña de murales en Barcelona con Santiago y con Luis. Corrí los trágicos Sanfermines con Alberdi y acabé en Cuba vestido de azul. Y escribo estas líneas para recordarlo yo mismo. La vejez y el trabajo son terribles si no tienes en cuenta la alternativa.
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