Zippo y Reloj

Zippo y RelojGustavo Morales

Crónicas castizas

La cortesana, el diputado y los terroristas

Para uno la existencia era un mechero Bic, no te preocupas por él, cero de mantenimiento. Lo usas si lo necesitas y cuando se acaba lo tiras y te compras otro. El viejo, era más de asumir la vida como un Zippo, un mechero de gasolina, que has de mantener cargado con combustible, renovar la piedra y cambiarle la mecha de vez en cuando, no se tira, sino que se mantiene. Son dos filosofías, la Bic y la Zippo.

Se habían conocido en el partido y no de fútbol que también. Ambos eran hinchas del equipo de la capital. Uno era un veterano del antiguo régimen en cuyo Frente de Juventudes se formó. Y el otro un prometedor joven político, muy gallardo, el más. En el viejo las convicciones forjadas en su adolescencia le llevaron de las revoluciones pendientes a las filas conservadoras. En el joven fue la tradición familiar, paterna por más señas. El caso es que entre ambos había una buena amistad a pesar de que entendían la vida de dos formas radicalmente diferentes. Para uno la existencia era un mechero Bic, no te preocupas por él, cero de mantenimiento. Lo usas si lo necesitas y cuando se acaba lo tiras y te compras otro nuevo. El viejo, al que a veces llamaban sus compañeros el holandés por sus apellidos exóticos, era más de asumir la vida como un Zippo, un mechero de gasolina, que has de mantener cargado con combustible, renovar la piedra y cambiarle la mecha de vez en cuando, no se tira, sino que se mantiene. Son dos filosofías, la Bic y la Zippo.
El veterano tenía un largo currículo de servicio al Estado y había conocido en ese periplo a mucha gente. Quizás fue por eso que un día recibió la visita de un coronel de la Guardia Civil, él sabía que era del servicio de información y que no venía a hablar por hablar, en charla ociosa, era gente de pocas palabras y tiempo escaso. cruzaron pocos saludos protocolarios, los imprescindibles que prescribe la urbanidad. y el oficial entró enseguida en materia. Sabían de la amistad de los dos diputados y a ella recurrían. Fue directo: Queremos que le avise, le pidieron al holandés, que sabemos de las visitas de su joven amigo los viernes por la tarde a una señora y que esas duran un par de horas, las visitas, son intensas y agitadas.
El viejo quedó meditabundo y aprovechó la primera ocasión en que se vieron a solas para transmitirle el mensaje, sin citar el nombre del coronel ni precisar el servicio a que pertenecía, discreto él, pero sí diciéndole que era de Inteligencia, añadiendo un reproche por su cuenta: «Pero hombre, a quién se le ocurre irse de picos pardos, los cargos que ocupas ponen el foco sobre ti, tu carrera es brillante, incluso el diario más próximo a nuestros rivales políticos te trata con deferencia. Como esta cuestión se filtre el zarandeo político va a ser de aupa» Y en tu casa ni te cuento.
El joven gallardo meditó unos minutos antes de contestar. «Voy a darte una explicación que no tengo por qué dar pero la amistad que nos une y el favor que me haces contándome esto me empujan a ello. En mi casa las cosas están frías, mi esposa me anula como hombre y como marido y por eso busco esos desahogos con esa buena amiga, de toda confianza». Todavía soy joven y fogoso y mantenerme célibe me pone de muy mal humor, como a los hipopótamos.”
–No vengo a hablar de zoología, hombre. Pero tu amiga es una profesional, aduce el viejo, me lo han dicho mis fuentes.
–Sí, no lo ignoro pero a mí no me cobra, supongo que por amistad, no va a ser por rendimiento, vamos que puede ser una relación impropia pero no es prostitución. Dilo así a tus misteriosas fuentes, sean estas la Cibeles o Neptuno. Y diles que gasten el dinero del Estado en algo más importante que vigilar a los políticos y meterse en su vida personal. Mira que hay cosas que vigilar en España.
–Así lo haré, contestó el veterano, algo más tranquilizado por la explicación.
–El holandés no necesitó llamar a nadie. Poco después, el coronel volvía a convocarle es esas citas rocambolescas en una cafetería próxima a Nuevos Ministerios. «Mira que les gusta jugar a los espías», pensó adentrándose en la oscuridad de la sala. Se acomodó frente a su interlocutor y pidió una café, el quinto de la mañana. El veterano explicó al mando del instituto armado que las visitas no eran ilegales, aunque fueran indecentes. También quiso ver cómo reaccionaba el coronel y le transmitió las quejas del joven político respecto a las vigilancias a cargos públicos.
El militar fue tajante: Nosotros no le vigilamos ni a él ni mucho menos a ella, nos da un higo lo que hagan, es asunto suyo y de sus conciencias. Por cierto que no es el único admirador que frecuenta la señora ni tampoco el único que tiene un cargo. Nosotros supimos de las visitas de su amigo por pura chiripa, porque vigilamos esa casa desde hace tiempo, pues en otro piso del edificio, no le voy a decir cuál, hay un comando terrorista cuyo objetivo ignoramos si es realizar un atentado o un secuestro. Y vigilando el inmueble hemos visto aparecer a su amigo y a otros que nos han hecho dudar de si el comando armado pretende poner una bomba o abducir a alguno de los clientes o amigos de la señora.
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