Marcha Verde 1975, ondeando banderas de Estados Unidos.
Crónicas castizas
No es moro todo lo que lo parece
El portero lo recordaría y, a las preguntas de la policía primero y de la prensa después, contestó convencido que posiblemente los bandidos fueran árabes, pues les oyó hablar en esa lengua o así lo creía él a pies juntillas
En la génesis de un grupo político pequeño, pobre y optimista con ideas complicadas de explicar por aquello de que me gusta lo difícil, llega una fase en que brota la necesidad de contar con una máquina de propaganda conveniente para agitar donde sea menester y captar para crecer en número y extensión con los medios adecuados.
Y en ello estaba aquella pequeña banda con su fe más auténtica que artificial y con más voluntad que fortuna, por lo que decidieron hacerse con lo necesario yendo a donde lo hubiera, como en la oración romaní: «No me des, ponme donde haya». He ahí que otearon casi por accidente en una esquina de la populosa Gran Vía madrileña el lugar donde radicaba un centro docente moderno o algo así, provisto de multicopista, fotocopiadoras y demás elementos de utilidad en aquel entonces, en temas de propaganda.
Despegaba la Transición en España y el poder pasaba del cuartel al palacio.
Uno de los activistas del grupo mencionado, que estudiaba allí, informó de la presencia del cuerno de la abundancia tecnológico del lugar y se planificó el saqueo del sitio de marras. Allí acudieron los aguerridos militantes en funciones de mudanzas mientras los conductores con sus coches particulares se disponían a recoger la cosecha de mala manera. Quien no apareció ni por asomo durante la operación fue el cabecilla sedicioso que le tenía una fuerte alergia al riesgo que amenazara su persona, no así al peligro de los demás.
Pero en medio de la tarea extractiva que imponía el movimiento migratorio de grandes máquinas con cierta presteza, el portero de la finca, vaya usted a saber por qué, se interesó por la inusitada actividad del centro en días no lectivos y preguntó por ella a uno de los frenéticos ejecutantes. Enfrentados a la imprevista curiosidad del vigilante de la finca decidieron darle entrada contra su voluntad en las dependencias desvalijadas y que tomara asiento en un rincón para no incomodar la frenética actividad de esa milicia facciosa. Y a uno de los jóvenes, por aquello de despistar al testigo a la fuerza, se le ocurrió de improviso soltarle a otro cómplice, sin planearlo, delante del prisionero una jeringonza en alta voz en supuesta lengua árabe que sonaba más a moro casi que el idioma auténtico. El portero lo recordaría y, a las preguntas de la policía primero y de la prensa después, contestó convencido que posiblemente los bandidos fueran árabes, pues les oyó hablar en esa lengua o así lo creía él a pies juntillas (estaba atado) e hizo que lo creyeran los demás.
Y ahí se lió parda. Ante la noticia, la embajada de Marruecos para arrimar el ascua a su petulante sardina acusó al Frente Polisario de buscar entorpecer las relaciones de Rabat con Madrid mediante esa acción clandestina deliberada. Los saharauis, indignados, que es su estado habitual desde que dejaron de ser provincia española, replicaron en los medios españoles y alguno exterior que la actuación era un atentado de falsa bandera realizada por secuaces del reino del protervo Hassan II para comprometer al Frente Polisario y enturbiar sus relaciones, entonces las había, con España, su Gobierno y los partidos de turno.
Ahora, parte de los insurrectos que debían estar en las protestas de Marruecos su rey los exportó a España. Y los Polisarios han sido abandonados por Ferraz.