Primitivo Fernández (izq,) y Fernando Manso, tras la barra de Marbella

Primitivo Fernández (izq,) y Fernando Manso, tras la barra de MarbellaEl Debate

Madrid

«Marbella» baja la persiana tras 71 años de buena mesa

Una de las grandes referencias gastronómicas del barrio de Nueva España cierra el próximo 31 de mayo

Antes de la medianoche del próximo sábado, 31 de mayo, el restaurante «Marbella», «el de toda la vida», posiblemente la primera y más antigua referencia gastronómica del barrio de Nueva España (distrito de Chamartín), bajará la persiana para siempre. Para Fernando Manso y Primitivo Fernández, actuales dueños y jefe de barra y de cocina, respectivamente, ha llegado la hora de disfrutar de un merecido descanso.

Cuando este establecimiento abrió sus puertas, José María de la Blanca Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, era el alcalde de Madrid. Desde entonces, trece regidores de la ciudad han enarbolado el bastón de mando de primer edil hasta el actual José Luis Martínez-Almeida, mientras que «Marbella» iba escribiendo sus 71 años de historia a golpe de cañas y de fogón.

Fue en 1954, cuando José María Ortega de Hige (Pepe Hige) y su primo Lorenzo de Hige, que liquidó su fábrica de patatas fritas y churros para entrar en el negocio, abren lo que iba a ser, fundamentalmente una marisquería y restaurante de pescado, al final de lo que a la sazón se conocía como la prolongación de la calle General Mola, hoy Príncipe de Vergara, entonces, los confines de Madrid. Los vecinos comenzaron a llamarlo «Los Farolillos» por mor del tipo de alumbrado que lucía en la puerta.

«Marbella» había cumplido casi un cuarto siglo de historia, cuando un mozalbete de nombre Fernando llegó como camarero. Fue también por entonces cuando Pepe Hige que era cazador, acudió a una finca en Ciudad Real y allí, un amigo de la localidad de Malagón, le pidió que se llevara a su hijo Primitivo a Madrid.

Y así es como Fernando Manso y Primi Fernández coinciden, a finales de los años setenta del siglo pasado, en «Marbella». Fernando aprende a atender al público en la barra y Primi se especializa en los fogones. Por entonces, de jefe de sala estaba Paulino Díez Cerezo.

Pero he aquí que Fernando, en 1990, con el arte de barman bien aprendido, decide emprender una aventura por su cuenta y monta una cafetería propia en Aluche. Y allí se encontraba cuando sus anteriores jefes van a buscarlo para ofrecerle quedarse con «Marbella» a título de dueño, una propiedad que va a compartir con Primitivo y Paulino. Un triunvirato que se rompe entrado el siglo actual, cuando Paulino decide dejar la sociedad, quedando al frente del negocio Fernando y Primi.

Fernando recuerda los años dorados, antes de que se desencadenase la crisis económica de 2008, cuando el restaurante se llenaba cada día, «sobre todo con comidas de empresa». El momento de inestabilidad financiera, que se mantuvo en el tiempo, supuso un frenazo a la alegría de los años anteriores. Fue cuando «Marbella» se reconvirtió en un restaurante «básico» en el que no faltaba el menú del día, platos de cuchara como las lentejas, las alubias, y otros tan tradicionales como el cocido o la paella. Si bien conservó, en ese pequeño escaparate a la calle, su oferta de marisco: gambas, almejas, percebes…

Pero «Marbella» ya había atravesado otras crisis en el pasado, como la derivada del síndrome del aceite de colza, que se suscitó en la primavera de 1981, «la gente cogió miedo a comer fuera de casa y eso lo notamos mucho». Y en la cara positiva, las luces que trajo el cambio de la peseta al euro. En general, asegura Fernando, «en este negocio y en este barrio lo que se ha notado mucho siempre es el signo del partido que nos gobierna». La pandemia fue otro momento difícil. «Nos equivocamos cerrando» —subraya Fernando— «teníamos que haber seguido trabajando y sirviendo comida a domicilio». No obstante, la salida del confinamiento supuso un momento de euforia para el negocio.

«¿Competencia? No la hemos notado y, además cuanto más bares y restaurantes nos han puesto en las cercanías más nos hemos visto beneficiados por el flujo de los clientes que entre todos atraemos», sentencia.

La nómina de clientes ilustres de Marbella es casi inagotables. Fernando recuerda el «conclave» de Mario Conde, «venía a cenar cada domingo», era el momento en el banquero y su equipo organizaba la semana. También han sido clientes Rodolfo Martín Villa, Javier Gómez Liaño, Ángel Gabilondo, Javier Monzón…

En los últimos años han sido recurrentes las comidas, la de los lunes de miembros de directiva del Real Madrid con Nicolás Sanz, Santiago Aguado, Enrique Sánchez González, Gumersindo Santamaría…; los martes la que inauguraran los ya fallecidos Pepe Recio (que fuera consejero de la Junta de Andalucía) y el coronel José Antonio Perote (Curro), a la que posteriormente se fueron uniendo, el empresario Laureano Castañeda, el catedrático Manuel Lozano, el periodista Paulino Baena, entre otros; los miércoles, la del arquitecto Jerónimo Arroyo, en compañía de Miguel Ángel Cabrero, Francisco Sayans, Paco Alcañíz, … También las cenas, el último jueves de mes, del grupo de salmantinos ilustres con Vicente del Bosque, Fernando López-Amor, Antonio García Marcos, …. El exjugador de balonmano del Atlético de Madrid, Lorenzo Rico, se venía reuniendo asiduamente con sus amigos en el local.

Periodistas como Alejandro Vara, José María García, Lorenzo Contreras (ya fallecido) Carlos Dávila o el editor de la Agenda Taurina Vidal Pérez Herrero han sido frecuentes. Pero en «Marbella», que el propio Fernando califica de bar «de mayores», la relación de clientes que ya no están es amplia. Además de los mencionados Perote, Recio y Contreras, los doctores Manuel Fernández Vega y Emilio Vera (que fueron homenajeados por sus amigos en el local), éste último junto a su colega Enrique Ibáñez, muchos años médico del Atlético de Madrid, aunque, paradójicamente, era un madridista confeso, como su amigo, Tomás Prieto, un clásico del barrio. Y Minermino Álvarez, tal vez el cliente más antiguo, que a sus 94 años, cada tarde recala en el establecimiento después de dar un largo paseo.

Pero quizás los que más van a echar de menos este emblemático bar-restaurante, serán los que cada día se acercaban a la barra del Marbella a tomar el aperitivo, esa caña y ese vino con esa tapita de paella o sangre frita que ya no hace casi nadie. Y esa ración de callos…

Tras más de siete décadas abriendo cada día (no había descanso semanal), este estandarte de la gastronomía del norte de la ciudad, dice adiós. Nada es eterno, pero «Marbella» seguirá por muchos años en el recuerdo de los parroquianos del barrio por su cocina propia y por su singularidad, «restaurantes de los que ya no quedan». Y ahora, ¿dónde donde tomamos el aperitivo? ¿Y dónde encargamos la paella de los domingos?

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