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taínos

Una pista, un signo, una diferenciación, una forma de comer

Descubrir una nueva cultura por sus alimentos

Antes de los guanahatabeyes, los taínos y los indios del Caribe existió esta otra tribu de la que solo conocemos su gastronomía

La imaginación se desborda cuando uno piensa en el paradisíaco mar Caribe de cielos azules y mares turquesas. Pero aún vuela más alto cuando lo relaciona con civilizaciones, misterios y hallazgos insospechados. Imaginen: todo ello descubierto por la forma de alimentarse de una cultura aún casi desconocida. Y estas son precisamente las pistas, los restos de los banquetes que nos han dado a conocer a un nuevo pueblo.

República Dominicana es el territorio, el entorno el Caribe. La península de Samaná, de rítmico nombre, aislada, rodeada de mar y rica en recursos y alimentos, es la localización exacta. Ubicada justo al este de la isla, Samaná se ha convertido en el centro del interés científico de las últimas semanas. En realidad, esta isla ha estado habitada durante miles de años. La primera cultura que conocíamos hasta el momento era la de los guanahatabeyes, tras los cuales parecieron los taínos, que llamaron a la isla Bohío y Quisqueya. Y finalmente estuvieron los temibles indios caribe, de cuya denominación toma nombre el mar. Pues bien, antes de todos ellos hubo otros. De momento, solo «los otros», porque carecen hasta de nombre.

Así se escribe la historia: ya sabemos que existieron. Incluso que fueron una cultura agrícola, que conocían la cerámica y que construyeron herramientas de cocina. Claro que guanahatabeyes, taínos y caribes borraron sus huellas hasta prácticamente no dejar vestigios. Pero algo quedó, y gracias a ese rastro sabemos que fueron peculiares, y que desarrollaron una cultura diferente a otras de su mismo tiempo y espacio. Una pista, un signo, una diferenciación, una forma de comer.

En el sitio arqueológico de El Pozito, los arqueólogos han encontrado armas y herramientas de trabajo, y además, han descubierto una gran zona en la que se ubicaba un taller para construir todos esos instrumentos. Muchos de ellos están elaborados a base de grandes conchas de moluscos, que son tan abundantes (y tan hermosas) en aquellos mares. Ese misterioso pueblo ha dejado restos de cenizas y carbón en los lugares donde cocinaban, y también sabemos que comían pescados y la carne de los moluscos cuyas conchas utilizaban para fabricar herramientas. Además se alimentaban de frutas y quizás de algunas verduras ocasionales.

Su vida era compleja: fabricaban canoas con remos (y por lo tanto pescaban y exploraban en su entorno), tenían rituales y creencias, elaboraban comidas y trituraban plantas en morteros transportables, también tenían hachas de piedra. Y vivieron por lo menos hace 2.000 años. Para complicar más el panorama, eran genéticamente diferentes a los pueblos que llegaron después. Y eso es lo poco que sabemos de ellos. Que sin embargo puede llevarnos, y nos conducirá, con seguridad, a mucho. Porque una nueva cultura tendrá cosas importantes que aportarnos.

De momento podemos imaginar el resto: un cielo azul, un mar turquesa, conchas de caracolas, morteros, fuego para cocinar y rituales desconocidos. Seguramente su vida no fue idílica, pero, al menos, pudieron cocinar y comer bien, y eso compensa muchas cosas.

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