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25 de abril de 2024

Isabel Preysler  at photocall for Moet Chandon Effervescence event in Madrid on Wednesday, 30 November 2022.

Preysler se sentía honrada y complacida, pero en los ocho años que ha durado su noviazgo, se ha mantenido firmemente solteraGTRES

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Preysler no quería casarse y lo sabes

Preysler nunca fue la mujer de Vargas Llosa

Si hay algo que repitió Isabel Preysler desde el inicio de su relación con Mario Vargas Llosa, es que así, sin casarse, estaban bien. Con sus otros maridos no ocurrió lo mismo, pero la madurez y la experiencia son poderosas y una razón de peso.
Él, desde el minuto cero, quiso casarse y se lo pidió un par de veces. Ella me lo justificaba por las ideas y forma de pensar de Vargas Llosa, algo más tradicional. Preysler se sentía honrada y complacida, pero en los ocho años que ha durado su noviazgo, se ha mantenido firmemente soltera. Eso sí, con una agenda social y cultural que no le cabía en la moleskine y que casi la obliga a cambiar de casa para meter todo el fondo de armario para cubrir tanto acto.
También recuerdo que Tamara me contaba que su madre estaba haciendo cosas impensables hasta la fecha en la que entró en sus vidas el escritor. Ella tan casera, se pasaba el día fuera de casa en mil eventos. Todo por ese deseo irrefrenable por acompañar a su novio en la intensa vida social del Nobel.
Los inicios del noviazgo, por la parte familiar de Vargas Llosa, fueron cruentos y chismosos, especialmente en Perú. Con dinero las tensiones se aminoran, como así fue, pero el escritor sí fue tajante en quedarse con su piso madrileño. ¿En el fondo de su ser se temía que Isabel no fuera la mujer para el resto de sus días? Podría ser o quizás por añoranza con el centro de la ciudad, al ser un hombre de tanta vida social que no conduce o por esas ideas tradicionales de no querer perder su casa, ya que se iba a instalar en la de su novia, con los hijos de ella entrando y saliendo con normalidad.
Hubo ese conato de separación en verano, que la revista Semana relató, pero enseguida se aclaró que era una necesidad de Vargas Llosa por tener su espacio propio, como la habitación de Virginia Wolf en versión masculina. Al parecer el peruano con nacionalidad española, de vez en cuando se quedaba unos días en su piso en el centro de Madrid, eso le permitía cumplir con un ritual de costumbres, leer, escribir, salir pronto a pasear y, como buen hombre tradicional, pasar por el kiosko a comprar prensa en papel y tomar un café en su bar habitual. Siempre a la misma hora y en los mismos lugares.
Con la relación ya consolidada como pareja estable, cuando Mario dormía en Villa Preysler, los ritmos de ambos estaban descoordinados. Él se levantaba pronto y lo hacía a la misma hora que Isabel se acostaba de madrugada. No coincidían en la misma habitación por la noche.
A los hijos de él no les gustó esta relación. Sin embargo, los hijos de Isabel le aceptaron porque veían a su madre feliz. Aunque Ana Boyer, que aún vivía en casa, acostumbrada a ver a su padre, el ex ministro Miguel Boyer, sentado en su biblioteca leyendo sus innumerables libros, le costase ver allí a Vargas Llosa posar para la prensa cuando concedía entrevistas.
Lo cierto, y lo reconocía la propia Tamara, es que la actividad profesional del novio de Preysler les sirvió para conocer la obra de un Nobel de Literatura, contado por él mismo, lo que no deja de ser un lujo.
Los celos no son excusa en esta relación. Di que es la edad, la vida, las circunstancias, la costumbre o que eres intolerante al gluten, a la panela o que te mueres por un buen asado criollo bien grasiento con patatas fritas chorreando colesterol, pero celos no y con Isabel Preysler mucho menos porque ella está por encima de todo eso. Ella es Isabel Preysler y lo sabes.
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