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26 de abril de 2024

Acorazados dreadnought de la Flota de Alta Mar en 1917

Acorazados dreadnought de la Flota de Alta Mar en 1917

Picotazos de historia

El reciclado destino de la flota de guerra del káiser Guillermo II

Todo el material relacionado con los estudios y medición de la radiación está fabricado con el metal reciclado de la orgullosa Flota de Alta Mar del Káiser Guillermo II

El 21 de noviembre de 1918, la Hochseeflotte (Marina de Alta Mar) alemana, bajo el mando del almirante Ludwig von Reuter, recibió la orden de navegar hasta la base inglesa de Scapa Flow –en las islas Hébridas– y permanecer en el fondeadero, como parte del acuerdo de armisticio, quedando pendiente su destino de la resolución de los vencedores. Fue una de las exigencias para la firma de la paz.
El 21 de junio de 1919, a primeras horas de la mañana de un día despejado, el fondeadero solo mostraba los prisioneros barcos alemanes. La mayor parte de la flota británica había zarpado para realizar maniobras. A las 10:30 de la mañana, por orden del almirante von Reuter, se transmitió a los buques alemanes el siguiente texto: «Párrafo once. Confirmen». Era la orden en clave para el hundimiento de la flota. Un último acto de dignidad por parte de la orgullosa Marina de Guerra Imperial.
Fue una jornada trágica. 52 buques de los 74 que componían la flota, fueron hundidos por sus tripulaciones. Los desconcertados británicos, no sabiendo ha ciencia cierta qué ocurría, dispararon contra las tripulaciones alemanas, pensando que se enfrentaban a una sublevación. Murieron nueve marinos alemanes y dieciséis más resultaron heridos.
En 1926, el empresario Ernest Cox –«el hombre que compró una flota»– pagó 250 libras al Almirantazgo británico para la explotación de los pecios de la otrora orgullosa flota alemana que yacía en el fondo del mar. Se consiguió reflotar algunos barcos, que fueron desguazados, siendo el principal comprador de la chatarra el gobierno alemán, quien, irónicamente, lo utilizaría para la construcción de su nueva flota de guerra.
Terminada la Segunda Guerra Mundial tras las dos explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki, el enfrentamiento conocido como Guerra Fría entre el bloque norteamericano y soviético dio lugar a una carrera armamentística y espacial. La agencia norteamericana responsable del programa espacial y de las investigaciones, lo que conocemos como NASA por sus siglas en inglés, descubrió que necesitaría aparatos muy precisos para la medición de la radiación espacial. Bueno, pues resulta que, tras las explosiones nucleares de Hiroshima, Nagasaki y subsiguientes, todo el acero que se forjara en el planeta estaría contaminado por la radiación residual aportada por esas explosiones. Para la fabricación de estos delicados instrumentos, la opción más rápida y barata, era encontrar acero forjado antes el año 1945 y que, de alguna manera, se hubiera librado de la radiación nuclear. En el fondo de la base naval de Scapa Flow había miles de toneladas de acero de alta calidad, protegido de la radiación por metros de agua que habían impedido su contaminación. Desde entonces, todo el material relacionado con los estudios y medición de la radiación está fabricado con el metal reciclado de la orgullosa Flota de Alta Mar del Káiser Guillermo II.
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