Barbara Bouchet, 1973, Madrid Gianni Ferrari
Así fue el auge cultural de la España franquista: música, cine y televisión para una nueva sociedad
Una asociación de memoria histórica acusa a la Comunidad de Madrid de «blanquear» el franquismo en la exposición 'Madrid Icono Pop 1964-1979'
El mes pasado de junio se inauguró en Madrid una exposición titulada Madrid Icono Pop 1964-1979, que recorre la estética y el espíritu de las décadas de los 60 y 70 a través de cerca de 200 piezas vinculadas a la moda, la fotografía y el cine.
Esta época, descrita como «fuente de inspiración constante» por los organizadores de la muestra, para algunos solo puede estar asociada a la palabra «dictadura»; no obstante, la España de Franco construyó una sociedad nueva, plena y urbana, que aspiraba a los bienes de consumo que veía en las películas de moda norteamericanas.
El tiempo de ocio se llenó rápidamente con la aparición de la televisión. El deporte, la canción y el cine pronto se convirtieron en los argumentos dialécticos de la mayoría de los ciudadanos: un opio agradable y alentador que entretenía a una sociedad preocupada por sus cosas.
España no era un lugar marginal: el 2 de julio de 1965, en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, tocaron los Beatles, contando entre los teloneros con los Pekenikes, ante miles de personas. Al grupo madrileño se sumaron luego Los Brincos y Fórmula V; y en Barcelona, Los Sirex y Los Mustang. Los jóvenes de España se abrían al viento del rock, como el resto de Occidente.
El desarrollo de la composición musical española, muy promocionado con los festivales musicales —como el de Benidorm—, lanzó al estrellato a Raphael, Julio Iglesias, el Dúo Dinámico y Mocedades. Eurovisión vio ganar a España en 1968 con Massiel, y al año siguiente con Salomé. El cantante valenciano Nino Bravo dedicó una de sus mejores canciones, Libre, a Peter Fechter, un alemán oriental que murió abatido en 1962 cuando intentaba cruzar el Muro de Berlín, huyendo del «paraíso comunista».
Massiel cantanto La la la en el festival de Eurovisión
La música española estuvo representada por Carmen Sevilla, Lola Flores, Rocío Jurado, Manolo Escobar y un largo etcétera. También, en la intersección entre el mundo de la canción y el cine, apareció una nueva generación de niñas promocionadas por el régimen como modelos a seguir: Rocío Dúrcal, Marisol y Ana Belén.
La internacionalización de España también favoreció a los maestros de la alta costura. El valenciano Pedro Rodríguez, considerado uno de los reyes del momento, vistió a actrices como Audrey Hepburn, Ava Gardner y Sofía Loren, alcanzando su mayor reconocimiento internacional con los desfiles en la Feria Mundial de Nueva York de 1964 y 1965. Su firma se popularizó en el Lejano Oriente e Hispanoamérica. Fue el diseñador de los primeros uniformes de Iberia.
Su rival y gran amigo, el guipuzcoano Cristóbal Balenciaga, que permaneció en París, se convirtió en una leyenda al vestir a Marlene Dietrich, Greta Garbo y la reina Fabiola de Bélgica. Uno de sus últimos trabajos fue el vestido de boda de la nieta del general Franco, Carmen Martínez-Bordiú, y el uniforme de las azafatas de Air France. El cordobés Elio Berhanyer vistió a Ava Gardner, a Cyd Charisse y a la princesa de España, Sofía de Grecia.
Otro triunfador fue el turolense Manuel Pertegaz, quien obtuvo la Medalla de Oro de la ciudad de El Cairo en 1958, y en 1966 repitió con la de México. Uno de sus éxitos fue el vanguardista vestido confeccionado para Salomé, triunfadora en el Festival de Eurovisión de 1969. Acoplado a su tiempo, admitió el prêt-à-porter y sobrevivió. Sus tiendas daban trabajo a casi setecientas personas, y vistieron a Jacqueline Kennedy, la princesa de España Sofía de Grecia, Carmen Polo de Franco y Audrey Hepburn.
Manuel Pertegaz y sus maniquís en el jardin de sus salones de Barcelona
El negocio del cine estadounidense encontró en España un país barato en costes, con magníficos paisajes, amplias horas de luz, cualificados equipos técnicos y la total colaboración de las instituciones. En la década de los cincuenta se rodaron más de setenta películas, un tercio de las cuales eran coproducciones con Italia, Francia o la RFA. En Madrid existían cuatro estudios, que se duplicaron en los setenta hasta ocho: CEA, Chamartín, Sevilla Films, Ballesteros, Roma, Verona, Moro y Madrid 70.
El productor Samuel Bronston llegó a emplear a más de tres mil quinientas personas de forma directa y fija. Su jefe de Estado Mayor, experto en el asesoramiento artístico, fue Michal Waszynski, antiguo director de cine en su Polonia natal y que había formado parte del ejército del general Anders en Italia, de donde vino a España tras rodar varias películas en el país cisalpino. Bajo su sello aparecieron El capitán Jones (1959), Rey de reyes (1960), El Cid (1961), 55 días en Pekín (1963), La caída del Imperio romano (1963) y El fabuloso mundo del circo (1964). Otro gigante fue Orson Welles, establecido en España, donde rodó Campanadas a medianoche (1965).
El cine extranjero no era el único que llenaba salas y las pantallas de televisión. El cine nacional, con temas costumbristas, dirigido —entre otros— por Pedro Lazaga y José Luis Sáenz de Heredia, consiguió, con un reparto sólido de grandes actores secundarios y el protagonismo de Paco Martínez Soria, mostrar con buen humor las distancias y la nostalgia de unos valores atados a la sociedad tradicional del mundo rural, que iban desapareciendo en el acelerado mundo urbano y desarrollado.
Rodaje de la película El Cid en el Castillo de Belmonte
El almirante Carrero Blanco no dejaba de preocuparse por el proceso de divorcio entre la nueva sociedad española y el régimen que ayudaba a dirigir. La televisión era un instrumento clave para llegar a millones de hogares. Los telefilmes norteamericanos y los programas de José María Íñigo, Valerio Lazarov, Félix Rodríguez de la Fuente o Chicho Ibáñez Serrador conseguían desertizar las calles de las ciudades en su horario de prime time. Su idea se plasmó en hacer una serie que transmitiera los principios contenidos en el Fuero de los Españoles.
De esta forma nació Crónicas de un pueblo, de la mano del director Antonio Mercero, quien fue su principal responsable, aunque luego pasaron tres más durante los tres años que duró la serie, de 1971 a 1973, convirtiéndose en uno de los programas de mayor aceptación por parte de los televidentes en la noche de los domingos.
En un pueblo ideal, denominado Puebla Nueva del Rey Sancho, los problemas cotidianos que surgen son resueltos por el alcalde, el médico, el cura y el cabo de la Guardia Civil, que siempre lo hacen aludiendo de forma pedagógica a algún artículo correspondiente del Fuero de los Españoles. Se puso fin a la serie en febrero de 1974, dos meses después del asesinato de su máximo inspirador, el almirante Carrero Blanco.