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El observadorFlorentino Portero

Dónde estamos

Si somos capaces de rectificar la deriva antidemocrática e independentista en la que el Partido Socialista nos ha situado sería posible revitalizar la acción exterior que nos corresponde

Arranca 2023 y con él entramos en año electoral. Conviene pues una reflexión sobre dónde estamos en el contexto internacional, en qué medida tenemos claros cuáles son nuestros objetivos y cómo alcanzarlos. En un tiempo en que se cuestiona abiertamente la vigencia de la Constitución, el pacto de convivencia, y la unidad de la nación, en la hipótesis de que se acepte su mera existencia, convendría levantar algo más la mirada y no limitarnos a lo ocurrido a lo largo de la legislatura.
Cada tiempo acuña sus propias expresiones, reflejo de sentimientos generalizados cuyo significado resulta más evidente para los que vivieron esos días que para los historiadores o interesados lectores de años venideros. «Situar a España en el lugar que le corresponde» anunciaba el deseo, casi obsesión, por dejar atrás el limitado pero humillante aislamiento al que fue sometido el régimen del general Franco. Queríamos ser reconocidos como iguales, al tiempo que asemejarnos en democracia y bienestar. Incorporarnos al proceso de integración europeo y a la Alianza Atlántica, dejando atrás la humillante relación bilateral con Estados Unidos, representaban el epítome de un nuevo tiempo, que el Partido Socialista, una vez más en su triste legado, enturbió liándola con un «de entrada no», tan estéril como ambiguo.
Queríamos ser parte de Europa, nuestro entorno físico e histórico, pero eso requería de un tiempo de adaptación. Recorrimos el camino establecido hasta llegar al punto en el que podíamos reivindicar un papel protagonista, el que nos correspondía por nuestra historia, geografía, población y capacidad económica. Ya estábamos en condiciones de «jugar en primera división», participando de manera directa en los procesos de toma de decisión. Atrás debía quedar la costumbre diplomática de escuchar a alemanes y franceses para, sin estridencias, colocarnos a su estela. Teníamos nuestros propios intereses y visión y había llegado el momento de hacerlos valer, estableciendo para ello las alianzas oportunas.
Los atentados terroristas del 11M dieron paso al inicio de la rectificación de la Transición, con su efecto en la política exterior. Renunciamos voluntariamente al protagonismo tanto en Bruselas como en Washington. Dejamos de tener intereses claros y buscamos una posición diplomática de refugio, de nuevo a la estela de alemanes y franceses. Pasamos de ser una potencia de referencia en el plano económico a un problema más, otro de esos estados acostumbrados a vivir por encima de sus posibilidades, con pésimos hábitos en la gestión del gasto público y siempre dispuestos a disuadir a la inversión a base de impuestos, regulaciones sin fin o, ya directamente, la arbitrariedad legislativa.
Con la presente legislatura asistimos a la conformación de una mayoría parlamentaria cohesionada en torno a la superación de la Constitución, al replanteamiento de la forma del Estado, si no a cuestionar su propia existencia, y a unas relaciones internacionales en las que el respeto y la promoción de la democracia han quedado arrumbadas en favor del nuevo populismo de izquierda. En este marco de referencia es comprensible el poco interés en ayudar a Ucrania, mientras nos encontramos en el pelotón de cabeza de los que no vacilan en adquirir hidrocarburos rusos.
El Gobierno se ha instalado en una retórica oficial que no duda en sumarse a las posiciones oficiales de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica, mientras su gestión cotidiana va por otros derroteros, aquellos que representan el sentir de la mayoría parlamentaria. Nuestra diplomacia ha cedido protagonismo a agentes de variada condición que median interesada y directamente con la Moncloa, defendiendo intereses que poco tienen que ver con los nacionales y desde valores que no son los recogidos en la Constitución. Es fácil imaginar el efecto de esta retórica vacua y estos tacticismos sin fin en las restantes capitales.
Durante este nuevo año será oportuno preguntarnos si estamos donde queremos, si nuestra acción exterior responde a nuestros valores e intereses, si realmente queremos renunciar a defenderlos, si nos sentimos a gusto renunciando al protagonismo que nos corresponde y gestionando por la puerta de atrás lo que debería hacerse con el pleno conocimiento del Congreso.
La política exterior es sólo la expresión de la política, del ejercicio del poder, en un ámbito determinado. Si no hay consenso sobre lo fundamental, lo que creíamos haber resuelto en la Transición, difícilmente podrá haberlo sobre lo particular. Si somos capaces de rectificar la deriva antidemocrática e independentista en la que el Partido Socialista nos ha situado sería posible revitalizar la acción exterior que nos corresponde. En caso contrario no nos engañemos sobre adonde nos lleva la actual dinámica.