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La musa televisiva de Pedro Sánchez, Silvia Intxaurrondo, ha defendido públicamente que se censure a VOX en TVE, y también a ser posible en el resto de televisiones. Lo dice a título personal, como si fuera tornero fresador y luego no trasladara sus inquinas y afectos a los programas que presenta, algo incluso razonable si respeta tres únicas reglas, bien sencillas: no mentir sobre nada, no esconder una noticia y permitir que en un debate haya voces discordantes.

Las palabras de la periodista son un simple trasunto de los cacareos de su patrocinador, Pedro Sánchez, que va por la vida exigiendo un cordón sanitario para VOX y criminalizando al PP por entenderse con su socio natural, cuando se disipen las brumas de la competición electoral: ambos intentan recubrir de grotescos argumentos sobre los supuestos peligros para la democracia, las minorías, el clima, la igualdad y tres huevos duros lo que solo es un intento de perpetuar a un presidente con aspiraciones totalitarias.

En Sánchez es bien sencilla de adivinar su intención: se niega a pactar con el PP, niega la legitimidad de Feijóo para pactar con VOX y se legitima a sí mismo sus acuerdos con Batasuna, Junts o ERC. La combinación de las tres reglas conduce, simplemente, a la abolición de la alternativa: de aplicarse, solo él tendría derecho a gobernar, gane o pierda en las urnas.

Intxaurrondo, simplemente, se ofrece como abrillantador de una estrategia ajena, adornando con argumentos genéricos y acusaciones inconcretas lo que no es más que un vulgar intento de eternizar a Pedro Sánchez, con tres niveles de actuación distintos pero conectados: la ocupación de todas las instituciones del Estado para adecuar las reglas del juego a los objetivos del patrón y maquillar sus abusos; la recreación de un universo paralelo en el que la lucha contra el inexistente fascismo justifique la sumisión a partidos infinitamente más peligrosos, subversivos y dañinos para España que un partido que respeta la Constitución y apura los límites que le confiere, sin sobrepasarlos, para lanzar sus propuestas; y la reiteración de ese obsceno mensaje a través de medios de comunicación alineados y periodistas afines para adocenar el oído de la ciudadanía.

Churchill nunca dijo la célebre frase de que «los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas», una advertencia inspirada en un artículo en The New York Times en 1938, pero la validez del diagnóstico es inapelable.

Estamos viendo a profesionales de la información defendiendo abiertamente la censura, la persecución, la ilegalización y el señalamiento de periodistas, medios y políticos a los que casi nunca identifican por su nombre ni explican cuál es exactamente su exceso, delito o error; al objeto de abrir una causa general que prescinde de las herramientas ya existentes para contestar a los abusos y busca un castigo colectivo a la disidencia y al contrapoder genuinos de una sociedad democrática.

La propia Intxaurrondo firmó un manifiesto en el que, literalmente, se acusaba en abstracto a los «jueces» y a los «periodistas» de dar un golpe de Estado contra el Gobierno, fabricando autos judiciales y bulos informativos que no se concretaban por la imposibilidad, simplemente, de replicar con hechos los hechos ciertos y con argumentos decentes los argumentos expuestos: no se trata de desmontar una mentira, sino de fabricarla para proteger al inductor de la mayor regresión democrática que sufre España desde 1978.

La búsqueda de enemigos imaginarios para justificar el afán de inviolabilidad, impunidad y eternidad forma parte del manual básico del buen autócrata. Y la adecuación de la legislación a ese delirio es un paso que lo hace irreversible, al menos durante un largo tiempo. Que en ese viaje el periodismo haga de acelerador, y no de freno, invierte la función de una disciplina protegida por la Constitución y delegada por los ciudadanos en los periodistas, que somos meros depositarios de un derecho ajeno y superior.

Todavía estamos esperando que Sánchez o Intxaurrondo nos digan exactamente quién, cómo, cuándo y por qué quiere que España caiga en las garras del fascismo y cuáles son exactamente los bulos y el fango que se inventan una falacia sobre Begoña Gómez, David Sánchez, José Luis Ábalos o el propio presidente.

Pero por si acaso no pueden, unos legislan con la escopeta y otros la cargan con cartuchos, no sea que quede alguien en pie cuando pase la reyerta y todos recuerden quiénes disparaban, atrincherados en el poder y cegados por la codicia, el miedo y una honda estupidez.