Como lo de Mona Jiménez
Un acto sin doña Goretti pierde prestancia y clase, pero a pesar de ello, según me informan mis traductores de gallego desplazados a Santiago, la Princesa Leonor estuvo cumbre y se metió a todos los asistentes en el bolsillo
Aquello fue horrible. Pónganse en los primeros años de la transición. Una ejemplar mujer peruana, más espía de la TIA de Mortadelo y Filemón que de la CIA de Edgar Hoover, financiada por unos cuantos señores muy importantes, organizó y recibió en su casa a toda la élite del Foro, política, periodismo y empresa, ofreciéndoles en su reducido hogar un plato de lentejas. Las Lentejas de Mona Jiménez no influyeron en la política española, pero eran tan importantes de contenido que, un par de veces, acudió Pujol. El que escribe estuvo en una ocasión y renunció voluntariamente a salvar España con aquella gente tan singular, porque las lentejas me bloquearon el aparato digestivo.
Era director y propietario de Sábado Grafico el gran Eugenio Suárez, fundador de «El Caso». Eugenio, asturiano, listo y simpático, comprador de cocodrilos, fue invitado a las reunión de Mona. Se despidió pronto: «Mona, muchas gracias, no ha sido nada interesante la velada y las lentejas estaban malísimas». Mona, digna y medida en su indignación le anunció a Eugenio que nunca mas le invitaría. Le ofrecimos un homenaje de desagravio sus columnistas. Antonio Gala, que se escondió en el cuarto de baño de Zalacaín cuando llegó la factura, Álvaro Cunqueiro, Néstor Lujan, Juan Pérez Creus, José Bergamin, Antonio Mingote y Chicho Sánchez Ferlosio, recién incorporado a la vida madrileña. Los discursos, divertidísimos. «¡Que faena te han hecho!», finalizó Néstor Lujan.
Es probable que aquel terrible castigo gastro-cultural, haya inspirado a dos importantísimas, fundamentales y prestigiosas personalidades gallegas a plantar a la Princesa de Asturias en su visita a Navantia y en el acto en el que se le impuso la Medalla de Oro de Galicia. Al primer evento, el plantón le vino del PSG, nada más y nada menos que de su número uno, José Ramón Gómez Besteiro, que no es importantísimo, sino mucho más. Y en el acto de imposición de la Medalla de Oro de Galicia, la bofetada vino de la mano de doña Goretti San Martín, alcaldesa de Santiago, y del resto de los líderes de tan abrumador partido en la maravillosa ciudad del Campo de las Estrellas. Eso no se le hace a una chica que ha estado, como todos sus compañeros, un año formándose en la Academia General de Zaragoza y seis meses a bordo del Juan Sebastián de Elcano, pringándola como un guardiamarina más. Un acto sin doña Goretti pierde prestancia y clase, pero a pesar de ello, según me informan mis traductores de gallego desplazados a Santiago, la Princesa Leonor estuvo cumbre y se metió a todos los asistentes en el bolsillo. Nada en Galicia es gallego si no está presente doña Goretti, tan incisiva y republicana, amén de independentista, y asimismo, tonta. Pero algo le falló.
De ahí que me haya recordado la pesadumbre de la Princesa a la de Eugenio Suárez cuando fue vetado en las Lentejas de Mona Jiménez. Eugenio era un hombre curtido, corresponsal de guerra en Budapest, y aún así, estuvo a punto de perder la cabeza cuando se apercibió de que su castigo iba en serio. Falleció pocos años atrás, en su Asturias natal, arruinado por su ingenio y sinceridad. Pero… ¡qué entereza! ¡qué manera de asumir un agravio de las Lentejas de Mona Jiménez, que efectivamente eran malísimas!. Y pienso en el disgusto de la Princesa, porque lo de Goretti y el socialista estaba coordinado y el daño anímico podría haber sido irreparable.
Menos mal que a la Princesa, esos desplantes amargos, le importan un pimiento.