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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Un farolillo rojo muy evidente

¿Quiénes han sido los mejores y peores presidentes de nuestra democracia? Desde luego elegir a los dos que cierran la tabla parece fácil

A estadounidenses y británicos les encanta elaborar escalafones sobre quienes han sido los mejores mandatarios de su historia. Las valoraciones oscilan con el tiempo y las modas, pero siempre resultan orientativas.

En Estados Unidos, el primer puesto suele recaer en Abraham Lincoln, por poner fin a la esclavitud y salvar la Unión en la Guerra de Secesión. Tras él aparecen casi siempre George Washington, por el simbolismo de ser padre fundador de la joven nación y su primer presidente; o Franklin D. Roosevelt, por su labor contra la resaca de la Gran Depresión y sus victorias en la II Guerra Mundial. Entre los más recientes, se suelen colar en el top 10 JFK y Reagan.

En el Reino Unido, la mayor compañía de sondeos, YouGov, ha trasladado este año la pregunta al público. Ha ganado Churchill, el héroe de la II Guerra Mundial (que en julio de 1945 fue goleado en las urnas por el pequeño gran Attlee, el laborista que había sido su competente número dos en el Gobierno durante la contienda y por el que el viejo león sentía un profundo respeto). El segundo premier mejor valorado es Robert Peel, que dirigió el país por dos veces en la primera mitad del XIX y fue uno de los fundadores del Partido Conservador. La tercera es Margaret Thatcher, pues con su visión y coraje liberó a su país de las correas estatistas que lo lastraban y le dio una segunda oportunidad de creerse su mito de nación especial (cuando en realidad su brillo y poder quedaban ya muy atrás).

¿Y si nos hiciésemos la pregunta en España? ¿Quién ha sido el mejor y el peor presidente desde la Transición hasta hoy? El puesto más alto del podio creo que se lo disputan Adolfo Suárez y José María Aznar. El primero por el especialísimo y muy complicado momento de cambio que le tocó vivir y por la enorme habilidad con que lo vadeó, con un encanto personal magnético y un fino regate diplomático, amén de poseer un espíritu bienintencionado. Aunque en la visión a largo plazo y en la letra pequeña ya no estuvo tan fino. Con él se inició, por ejemplo, el colosal error de transferir la educación a las comunidades. También le tocó un momento económico difícil, de inflación disparada.

Aznar, detestado por algunos por su soberbia -y ciertamente si se lo propone puede no resultar el más simpático de la sala- es tal vez el mejor presidente de nuestra democracia. Lo situamos ahí por sus éxitos concretos, como la liberalización de la economía y su robusto crecimiento; su estrategia contra ETA, que la desfondó y la dejó herida de muerte; y por la consideración internacional que alcanzó España en su etapa. Fue un presidente que se molestó en pensar qué modelo de país quería, con un plan a largo que intentó llevar a cabo, y el único con cierto aliento liberal. En el capítulo de debilidades, su talón de Aquiles resulta evidente: muy poco ojo para calar al personal. Baste recordar cómo han acabado varios personajes de su Gobierno: Rato, Cascos, Jaume Matas, Ana Mato, Montoro…

El tercer puesto es una decisión difícil. Muchos se lo concederán a Felipe González, que recibirá el número uno entre su parroquia. Pero su largo mandato guarda demasiados muertos en el armario como para aspirar a lo más noble del ranking. Con él comenzó la corrupción a gran escala y el primer manoseo de las instituciones, amén de que sus datos económicos finales fueron malos (tasa de paro del 24 por ciento, que Aznar bajaría a un 11 por ciento).

Rajoy, que ejerció la Presidencia como si fuese un alto funcionario, también se queda fuera del podio. Le tocó una crisis tremebunda y concentró todas sus fuerzas en superarla; y lo logró, pues el país repuntó con un vigoroso crecimiento (tras el duro jarabe de una devaluación a la baja que pagó la población). En el debe, actuó tarde y de manera morosa ante un envite separatista que se veía a leguas. Aunque su mayor error fue que no se atrevió a desmontar la ingeniería social que había implantado Zapatero. Esa abulia dejó la mentalidad del país perfectamente formateada para recibir al Zapatero 2, léase Sánchez.

El presidente Calvo Sotelo era un hombre de ancha inteligencia y un bisturí irónico agudísimo. Sus recuerdos, anotados en Memoria viva de la Transición y otras obras autobiográficas, figuran entre lo mejor escrito por un político español tras la Guerra Civil. Su presidencia fue muy breve y solo se recuerda que rubricó la entrada en la OTAN.

¿Y quién ha sido el peor presidente? No hay discusión: Zapatero y Sánchez se disputan el farolillo rojo. Bajo una máscara mendaz de ingenuo de buen talante, Zapatero inició de forma malévola la destrucción de la obra de la Transición, que había traído cierta concordia y respeto a las instituciones. Sánchez ha acelerado ese proceso de deterioro, embadurnándolo además con corrupción generalizada, arrogancia y mentiras.

Zapatero es el penúltimo de la tabla y Sánchez la cierra como el peor mandatario por goleada. Resulta curioso que estos dos políticos, que tienen siempre en la boca la altiva coletilla izquierdista de «estamos en el lado correcto de la historia», van a acabar en el cubo de los lixiviados cuando los historiadores del futuro los enjuicien.

(¿Y el peor expresidente? Zapatero es imbatible en esta categoría, vidrioso lobista con las peores dictaduras y blanqueador de las mismas, que al parecer lo hace solo por amor al arte, pues lo que cobra no aflora por ningún sitio).