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Gonzalo Cabello de los Cobos

Noelia Núñez y el sistema que la hizo posible

Algo habrá que hacer, o acabarán por borrar la palabra «representativa» de nuestra democracia. Y lo que un día fue una cosa se convertirá, sin que apenas lo notemos, en algo muy distinto

A veces conviene detenerse en lo evidente. Recordar lo más básico: que la política está para servir al ciudadano, no para servirse a sí misma. Y si no lo hemos olvidado del todo, desde luego lo disimulamos bastante bien.

En los últimos días, la diputada del Congreso por el Partido Popular, Noelia Núñez, ha dado mucho que hablar por haber incluido en su currículum público referencias a varios estudios universitarios (Derecho, Ciencias Jurídicas de la Administración Pública y Estudios Ingleses) que, según han revelado distintos medios, no habría finalizado. En un primer momento trató de justificarlo como un simple error, pero al final, no sabemos si por honradez o por presiones internas, no le ha quedado más opción que dimitir. Y eso, en España, ya es mucho.

El Debate (asistido por IA)

Pero más allá del caso concreto, el episodio refleja algo mucho más grave: un sistema que permite e incluso fomenta este tipo de perfiles.

Porque, seamos sinceros, esto no es nuevo. Pasa en todos los partidos, de todos los colores. Y aunque los retoques en los currículos generan escándalo, lo que debería preocuparnos de verdad es lo que hay detrás: una maquinaria política que no filtra, que no exige, que promociona sin mirar méritos ni formación.

Según su perfil público, Núñez, nacida en 1992, lleva ocupando cargos desde 2015: primero en el Ayuntamiento de Fuenlabrada, luego en la Asamblea de Madrid y, desde 2023, en el Congreso de los Diputados. Otra carrera política iniciada en las juventudes del partido, como tantísimas otras.

Y aquí está el fondo del asunto: ¿qué clase de sistema eleva tan pronto a personas que no han terminado sus estudios ni han trabajado fuera del sistema político? ¿Cómo van a representar a alguien si apenas conocen la vida más allá del partido? ¿Por qué iban a esforzarse, a formarse o a demostrar nada, si ya han alcanzado lo que otros tardan décadas en conseguir fuera de la cosa pública?

Esto no va de nombres, va de estructuras. De cómo los partidos se han convertido en oficinas de colocación donde lo que cuenta no es el talento, sino la fidelidad. Donde lo importante no es tener criterio, sino seguir la línea. Donde pensar complica y obedecer allana caminos.

Y luego nos preguntamos por qué vemos lo que vemos en los telediarios. La mediocridad, la desvergüenza, la corrupción no son errores puntuales: son el resultado lógico de un sistema que premia la docilidad y castiga el mérito. El «pequeño Nicolás» no fue una anécdota, sino la caricatura de un modelo que lleva años funcionando igual: gente sin preparación, envuelta en poder, con adultos alrededor mirando hacia otro lado.

Con este panorama, ¿quién en su sano juicio, con talento y vocación, querría entrar hoy en política? Lo que fue una actividad respetada se ha convertido en refugio de oportunistas y vivero de futuros escándalos. La desafección ciudadana no es casual: es una reacción natural.

Y en medio de todo esto, conviene recordar algo esencial: los políticos son empleados públicos. Es decir, nuestros empleados. La democracia representativa no es una cesión incondicional, sino un acuerdo temporal. Les confiamos la gestión de lo común porque nosotros, mientras tanto, nos ocupamos de nuestras vidas. Pero ese pacto hace tiempo que se rompió. Ellos siguen cobrando, eso sí. Y cada vez nos representan menos.

Ya ni fingen. Ni meritocracia, ni renovación, ni altura. Basta con formar parte del engranaje, repetir consignas, asistir a actos y tener el carné adecuado. Con eso, vale. Así se reproduce el sistema y se perpetúa el problema.

Haría falta una encuesta seria, a gran escala, para preguntar a los ciudadanos si realmente se sienten representados por la clase política que gobierna. Sospecho que el resultado sería abrumador.

Lo que deberíamos plantearnos con urgencia es cómo obligar a nuestros empleados, porque eso son, no lo olvidemos, a transformar un sistema que les beneficia directamente. La tarea no es fácil, pero tampoco es imposible. Algo habrá que hacer, o acabarán por borrar la palabra «representativa» de nuestra democracia. Y lo que un día fue una cosa se convertirá, sin que apenas lo notemos, en algo muy distinto.

Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista