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EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

España y Europa con Ortega al fondo

Europa está preocupada por España. La UE también vigila nuestro cumplimiento democrático como país y evaluará si damos la talla o no en los requerimientos elementales de una democracia plena

Actualizada 01:30

Estamos en vísperas de unas elecciones europeas en circunstancias delicadas. Incluso con una guerra como fondo. Pueden ser unas elecciones importantes para España. Se supone que la UE vela por nuestra salud económica, como país miembro, y desde Bruselas a veces se nos mira de reojo para ver si nuestros pasos contra la crisis son firmes o una trampa más. Nos han puesto deberes una y otra vez. Vivimos una economía vigilada en una situación cambiante y de futuro imprevisible.

Europa está preocupada por España. La cuarta economía del euro avanza en un social-comunismo|–así lo ha definido uno de los miembros con menos luces del Gobierno, luego más sincero– y la UE también vigila nuestro cumplimiento democrático como país, y evaluará si damos la talla o no en los requerimientos elementales de una democracia plena. Sánchez ha rebasado todas las líneas rojas desde la gestión de los fondos europeos hasta el caso Delcy, pasando por las felicitaciones de Hamás, los insultos a Israel en su fracasada búsqueda de apoyos para un Estado palestino, o el cambio respecto al Sahara.

Veremos en qué desembocan los apoyos de la UE en nuestra delicada situación. Confieso no tener demasiada confianza. La UE no pasa por su mejor momento, más débil, y con sus dirigentes más mediocres. A ver los nuevos. Doña Úrsula no ha sido un ejemplo de eficacia, aunque sí para Sánchez.

Ortega y Gasset y Europa

Ortega y Gasset y EuropaLu Tolstova

España ha vivido siglos mirando a Europa o de espaldas a ella. Viéndola como solución o como problema. Joaquín Costa y sus regeneracionistas entendieron que la enfermedad endémica de España, su atraso, su aislamiento desde la soberbia y la ceguera, se resolverían europeizando España. La receta de Costa era «escuela y despensa», uniendo la generalización de la cultura a la conquista de un mejor nivel de vida. Para ello, el regeneracionista llegó a desear «un cirujano de hierro» y, años después, el general Primo de Rivera, con su golpe palaciego, consideró que él esgrimía ese bisturí.

Unamuno y la mayoría de los hombres del 98, en el agrio pesimismo finisecular tras la derrota ultramarina, apostaron por «españolizar Europa», una regeneración singular, de modo que España enriqueciera, pese a su ánimo maltrecho, la realidad europea desde los que para muchos eran sus lastres tradicionales que la anclaban en la nostalgia de sus glorias pasadas. Pero resultaron incapaces de romper la costra.

Fueron los hombres de la generación intelectual madurada ya alrededor de 1914, con Ortega y Gasset a la cabeza, quienes entendieron que España, sin dejar de serlo y precisamente por serlo, debía zambullirse en la realidad europea para curar sus pertinaces males, su catalepsia, aportando su tradición, su experiencia y su historia. Muchos de ellos creían que no era necesaria más cirugía que una democracia avanzada, y por ello contribuyeron al advenimiento de la Segunda República de la que más pronto que tarde se alejaron.

Ortega concluyó un artículo en «Crisol», el 9 de septiembre de 1931, con su aldabonazo «¡No es esto, no es esto!», crítico y enfrentado con la temprana deriva radical del sistema republicano. Ya había escrito en «El Sol», el 15 de noviembre de 1930, el célebre artículo que concluía con aquel «Delenda est Monarchía» que sentenciaba los estertores del sistema canovista y con ellos a Alfonso XIII.

Marañón y Pérez de Ayala, que habían creado con Ortega la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República, y por ello eran considerados «padres espirituales» del régimen, siguieron la senda del filósofo pasando de la esperanza al desencanto y a la discrepancia. Sus hijos acabaron luchando como voluntarios en las tropas franquistas. La experiencia republicana no representó la opción europea y sus radicalismos violentos y autoritarios desembocaron en una cruenta guerra y en un largo periodo que, de una forma u otra, situó a España de espaldas a Europa.

Ese velo de Penélope que ha sido, y aún es en parte, la realidad española, hecha y deshecha pertinazmente entre desmesuras y desprecio cíclico a lo ajeno y a lo propio, fue entendido por Pedro Laín Entralgo, orteguiano confeso, como «la dramática inhabilidad de los españoles para sentirnos mínimamente satisfechos con nuestra constitución social, política y cultural». Siempre buscando con un candil lo que nunca acaba de satisfacernos.

La gran anticipación de Ortega fue la idea de una Europa unida, una Europa plural que hiciese el camino de una realidad continental común. En conferencias memorables, como la pronunciada en el Berlín en ruinas de 1949, «Meditación de Europa», que asombró a los intelectuales supervivientes del desastre europeo, tanto como en sus libros más celebrados, la mirada a Europa es una constante. En «La rebelión de las masas» se duele de una Europa desmoralizada, que no cree en sí misma, y que debe huir de su embrujo por las masas, porque acabará mal. Y eso lo escribe cuando a un lado y a otro de las trincheras ideológicas bullían fascismos y marxismos, el radicalismo bifronte del que se dolía el filósofo, y en medio unas democracias viéndolas venir, con pasmo de noqueo. Europa, como la ve entonces Ortega, forma parte del problema si no regenera su pulso perdido.

Ortega apuntó, con palabra profética, una Unión Europea que no llegaría a conocer; murió en 1955. Aunque en 1949 vio constituirse el Consejo de Europa y en 1951 la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, en la vía del Mercado Común que Ortega propuso y hacia la desembocadura posterior en la Unión Europea de sus sueños y después en la unión monetaria, nuestra Europa del euro.

España, como la Castilla medieval, «face a los homes e los desface». Es madre y madrastra como la cantaron desde Lope de Vega a Blas de Otero. Y así nos lo dijo Ortega con belleza y verdad. Después de mirarnos tanto en Europa, para bien y para mal, ahora ha de vigilar nuestros pasos inseguros, acaso porque siempre estamos aprendiendo a andar.

  • Juan Van-Halen es escritor, académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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