Los que se inventan la historia
Resulta históricamente impresentable mirar la Historia de España con un ojo, ignorando los disparates de unos, considerados ejemplares, y sobredimensionando los de otros, considerados abominables
Coincidiendo con los anuncios de Sánchez y de su escudero Bolaños de que impedirán, vía tribunales, la existencia de normas autonómicas revisando la ley memorística nacional, un viejo amigo zurdo me comentó, quejándose, que articulistas fachas aventábamos una historia inventada. Me he releído, pese al consejo de Juan Valera de que leerse a uno mismo produce melancolía, y he encontrado historia, eso que ahora se mal llama «memoria histórica» (la memoria es individual y «memoria histórica» es un concepto impropio) pero salvo que deseemos que la historia se borre o se jalee según convenga, desnaturalizándola, no he visto otra cosa que eso: una mirada histórica. Igual que leyendo a otros articulistas probablemente considerados fachas por mi amigo.
Me sorprende que pueda resultar extravagante o molesto que se recuerde, por ejemplo, la controvertida historia del PSOE, los hechos y declaraciones de sus dirigentes, homenajeados con monumentos y en el callejero de nuestras ciudades. Lo extravagante y molesto, además de falso históricamente, es que se nos venda la patraña de que eran demócratas quienes propugnaban claramente, y no pocos testimonios hay de ello, la toma del poder por medios no democráticos, el golpe de estado y, en definitiva, una guerra civil.
Ya existía el episodio deplorable de la revolución de octubre de 1934 en Asturias, de socialistas, comunistas y anarquistas, contra un gobierno de centro derecha por el pecado político de haber ganado las elecciones de 1933. Una República que no gobernase la izquierda no era aceptada por quienes se nos quiere presentar ahora como adalides de la democracia y de la libertad. Repasar los mítines de la campaña electoral de 1936, recogidos en los periódicos de la época, es un ejercicio saludable para saber las intenciones de la izquierda si perdía aquellas elecciones. Si las ganaba el resultado sería, a medio plazo, el mismo: la guerra. El 17 de julio se adelantó al golpe preparado por la izquierda.
El 1 de marzo, celebradas ya las elecciones y ganadas por el Frente Popular, Dolores Ibárruri, Pasionaria, lo anunció: «Vivimos en periodo revolucionario y es preciso que no se nos venga con empachos de legalidad, de la que ya estamos hartos desde el 14 de abril. La legalidad la impone el pueblo (…). La República tiene que dar satisfacción a las necesidades del pueblo, y si no lo hace el pueblo los arrollará e impondrá su voluntad». Noticia de «El Socialista».
Se debatió mucho quién ganó realmente las elecciones del 16 de febrero de 1936. En 1933 había ganado holgadamente el centro derecha, pero en 1936 las acusaciones de fraude fueron numerosas. No pocos notarios denunciaron que habían sido ahuyentados a tiros o que, sencillamente, se les impidió levantar actas de irregularidades. La manipulación fue notoria, incluso desde la Comisión de Actas del Congreso, presidida por el socialista Indalecio Prieto, que hizo bailar hacia el Frente Popular una treintena de actas de diputados que habían correspondido al centro-derecha.
Muchos años después aparecieron los papeles de Niceto Alcalá-Zamora, robados por policías socialistas en una caja fuerte de Credit Lyonnais durante la guerra. Tras alguna peripecia llegaron a los investigadores. Entre los papeles había documentos y actas de aquellas elecciones, y la opinión de quien era entonces presidente de la República. Quedó claro el pucherazo electoral. El PSOE y el resto de la izquierda asilvestrada habían amenazado con una guerra civil si ganaban las derechas. Y no hubo cuajo para afrontarlo.
Resulta históricamente impresentable mirar la Historia de España con un ojo, ignorando los disparates de unos, considerados ejemplares, y sobredimensionando los de otros, considerados abominables. El Gobierno ofrece una visión falsa, amañada, de un pasado que, como tal, es historia y debe ser conocido y estudiado como fue. Por la historia no se puede pasar una goma de borrar.
Lo cierto es que en aquella España prebélica ya se vivía, en cierto modo, una guerra. La violencia era diaria. Al menos desde la revolución de Asturias de 1934. Los extremismos habían ganado la partida a la mesura. Republicanos como Marañón, Pérez de Ayala, Ortega, Ochoa y tantos otros, huyeron de aquella situación en la que no sentían seguras sus vidas. No existió la República angelical que nos vende Sánchez.
¿Es «facha» recordar todo esto? ¿Es falso? Quienes inventan la historia a su gusto por intereses ideológicos siguen las tácticas totalitarias de siempre. Con careta o sin ella. Son bien conocidos.