María Pombo tiene razón (en parte)
Leer, por sí solo, no te convierte en mejor persona. Es un hecho. Conozco auténticos 'tragalibros' que siguen siendo igual de tontos que cuando devoraron su primer título de El Barco de Vapor. Cierto es que articulan mejor sus frases, pero su imbecilidad permanece inmutable
Lo bueno de escribir dos o tres artículos al mes es que no estoy condenado a la tiranía de la actualidad. Y créanme: es un alivio. Compadezco sinceramente a mis colegas columnistas, obligados día tras día a opinar sobre las andanzas de nuestra incansable fauna política. Tiene que ser agotador.
Precisamente por esa libertad, hoy me permito detenerme en una polémica ligera, casi anecdótica, que estalló hace unos días y que me ha llamado la atención. María Pombo, influencer patria, declaró: «Hay que empezar a superar que hay gente a la que no le gusta leer. Y encima no sois mejores porque os guste leer». Y entonces, como era previsible, estalló la guerra.
Los que ya la tenían enfilada no perdonaron; los envidiosos, encantados con la oportunidad, se dedicaron a hundirla; y los profesionales del odio, disfrazados de intelectuales, que nunca faltan a estas citas, ayudaron a rematar la faena. El linchamiento fue colectivo, con saña, como si una frase mal expresada justificara una hoguera pública. Pero bueno, esto es España, ya saben. Me consuela imaginar que a estas alturas la señora Pombo, que ha elegido vender su vida por capítulos, tiene la piel lo bastante curtida como para pasar de largo. Y hace bien.
Vivimos en una sociedad donde todo se saca de contexto, se magnifica y se retuerce al servicio del interés de turno. La verdad importa cada vez menos. Y si, además, el blanco de la ira es una influencer de éxito, el beneficio para sus críticos, casi siempre personajes frustrados que matarían por ocupar su lugar, está garantizado en forma de casito y seguidores.
Y es que, en cierta medida, María Pombo no andaba tan desencaminada. Si lo pensamos con calma, veremos que su declaración fue una torpeza comunicativa que, sin embargo, encerraba cierta verdad. Leer, por sí solo, no te convierte en mejor persona. Es un hecho. Conozco auténticos 'tragalibros' que siguen siendo igual de tontos que cuando devoraron su primer título de El Barco de Vapor. Cierto es que articulan mejor sus frases, pero su imbecilidad permanece inmutable. Es lo que tiene confundir leer con comprender: una cosa es juntar letras y otra muy distinta asimilarlas.
Sucede algo parecido con las oposiciones. ¿Cuántas veces hemos oído eso de «Mira qué listo es Juanito, que se ha sacado Registros»? Y yo me pregunto: ¿desde cuándo tener buena memoria equivale a ser inteligente? He conocido registradores y notarios absolutamente inútiles, y también otros francamente brillantes. ¿Qué los diferencia? Desde luego, no el cargo ni el título. La diferencia la marcan quienes, además de memorizar, comprenden y aplican lo aprendido. Lo demás es acumulación de datos, y los datos, sin criterio, acaban siendo un lastre.
Tragar letras no sirve de nada si esas palabras no se digieren hasta convertirse en pensamiento. Estudiar de memoria y repetir está muy bien para los guacamayos, pero la inteligencia real requiere algo más. Reflexionar sobre lo que uno lee abre la senda del conocimiento y las ideas; solo entonces puede darse el paso decisivo: la auténtica inteligencia es la capacidad de construir un criterio propio a partir de ese conocimiento y esas ideas. Y para llegar ahí, por supuesto, hace falta leer. Y mucho.
En 1984, la sobadísima novela de Orwell, la neolengua actúa como un mecanismo de control que adelgaza el idioma hasta dejarlo en los huesos: donde antes cabían matices, ahora solo queda un significado. Así, por ejemplo, lo malo se convierte en nobueno y lo excelente en plusbueno. El resultado es evidente: al empobrecer la lengua, se empobrece el pensamiento. Menos palabras significan menos ideas. Por eso precisamente es importante leer. Leer te hace libre.
Por tanto, querida María, es verdad que leer no te hace mejor persona… pero comprender lo que lees ayuda bastante. Y eso, siempre, es dobleplusbueno.
Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista