Postal del servicio conmemorativo celebrado en la catedral católica romana de Urakami, 23 de noviembre de 1945
El convento franciscano que sobrevivió a la bomba nuclear de Nagasaki
La muerte de miles de fieles y la destrucción de la catedral de Urakami fueron un golpe muy duro, pero la supervivencia de Seibo no Kishi fue vista como un símbolo de esperanza
El 9 de agosto de 1945, una segunda bomba atómica impactó en otra ciudad japonesa. Conocida como la «Roma Pequeña» de Japón, Nagasaki era entonces el centro más importante de la comunidad católica japonesa, con una historia que se remonta al siglo XVI. La explosión, que tuvo lugar a las 11:02 de la mañana sobre el distrito de Urakami, mató instantáneamente a unas 40.000 personas.
«Todos los edificios que podía ver estaban en llamas: la iglesia de Urakami, la iglesia católica más grande del este, estaba en llamas», relata Tatsuichiro Akizuki, médico en el antiguo hospital Urakami (actualmente Hospital de San Francisco), situado a solo 1.500 metros del epicentro.
El mayor templo cristiano de la región Asia-Pacífico acababa de ser reducido a escombros, y cerca de 8.500 de los 12.000 feligreses católicos de la ciudad murieron. Sin embargo, en medio de aquella tragedia, un pequeño convento franciscano fundado por el futuro mártir y santo Maximiliano Kolbe se mantuvo en pie.
Urakami Tenshudo (Iglesia católica en Nagasaki) destruida por la bomba
Construido en 1930 en el suburbio de Hongouchi, el convento Seibo no Kishi («Caballero de la Inmaculada») se salvó de la destrucción causada por la bomba Fat Man, un hecho que fue descrito como un milagro por muchos y atribuido a una visión de su fundador.
Maximiliano Kolbe llegó a Japón sin recursos ni conocimiento del idioma, pero con una gran devoción a la Virgen María y su carisma misionero. Nagasaki fue escenario de misiones en el siglo XVI, cuando jesuitas y franciscanos evangelizaron la región, convirtiéndola así en un centro de la fe católica en Asia. A pesar de los siglos de persecución, la comunidad católica de Nagasaki mantuvo su fe en secreto hasta que la libertad religiosa fue proclamada en 1889. Eran conocidos como los «cristianos ocultos».
San Maximiliano Kolbe (con barba, en primera fila, en el centro) y sus compañeros en Nagasaki, Japón, en 1936.
Tras conseguir el permiso del obispo de Nagasaki, Kolbe comenzó a construir su monasterio en una ladera del monte Hikosana. Allí fundó una comunidad misionera, lanzó una revista misionera en japonés y construyó una gruta inspirada en Lourdes, que en la actualidad sigue siendo lugar de oración.
«Providencia divina»
Cuando explosionó la bomba a 560 metros del suelo sobre la ciudad, lo primero que se produjo fue un destello de luz diez veces más intenso que el del sol, que cegó a todos los habitantes de la metrópoli, antes de producirse una detonación equivalente a 20.000 toneladas de TNT. Acto seguido, la onda expansiva y un manto de fuego se extendieron otros dos kilómetros, destruyendo todo a su paso.
Todo, excepto Seibo no Kishi, que, al estar ubicado detrás de una cresta montañosa, solo sufrió daños menores, como algunas ventanas rotas. Kolbe había insistido en esta ubicación, pues decía que la montaña ofrecía un entorno tranquilo para la oración y la contemplación.
Lo que no sabía era que, quince años más tarde, aquella montaña, perfecta para el recogimiento espiritual, sería un escudo natural que desvió la onda expansiva y protegió al convento del impacto directo de la explosión.
Muchos pensaron que aquel milagro se produjo gracias a que la comunidad franciscana había hecho una consagración a san José en 1942. Sin embargo, otros creen que más bien fue gracias a la «providencia divina» y a la crucial ubicación del convento, como expresó Annamaria Mix, archivista estadounidense del monasterio de Niepokalanów, en Polonia, en una entrevista.
Tras el susto inicial, los frailes, ilesos tras la explosión, salieron inmediatamente a ayudar a los heridos y moribundos, proporcionando asistencia tanto médica como espiritual en aquel momento de gran desesperación, tal y como recoge el Nagasaki Atomic Bomb Museum.
Las consecuencias de la bomba atómica tuvieron un impacto muy fuerte en la comunidad católica de Nagasaki, que representaba casi dos tercios de los católicos de Japón. La muerte de miles de fieles y la destrucción de la catedral de Urakami fueron un golpe muy duro, pero la supervivencia de Seibo no Kishi fue vista como un símbolo de esperanza.