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En primera líneaRamón Pi

Los cadáveres del camino

Es verdad que las leyes permisivas del aborto provocado están vigentes en varios países europeos; pero la extensión de un error no la convierte en un acierto, por mucho que se disfrace de medicina

Actualizada 01:30

Ahora que ya está aprobada por siete votos contra cuatro la sentencia que aguardaba en el limbo jurídico-político sobre el recurso de inconstitucionalidad puesto por el PP en 2010 contra la ley del aborto, no viene nada mal recordar de qué estamos hablando:

Un aborto provocado consiste en matar a un embrión o feto humano en el vientre de su madre. Hay otras maneras de dar muerte a embriones humanos fuera del claustro materno, concretamente a los producidos en laboratorios bien para experimentar con ellos, bien los sobrantes de un proceso de fecundación artificial (las llamadas FIV –fertilización «in vitro»– para que parezcan algo culto y humanitario hasta con un toque de latín), bien para liquidar los sobrantes del proceso de fabricación de un hermano de recambio a un paciente que sólo puede curarse por medio de una terapia génica, etc. Esta sentencia sólo se refiere a los abortos perpetrados de forma quirúrgica, que son los únicos susceptibles de figurar en una estadística, y también mediante preparados con aspecto de medicinas, pero que no curan nada, sino que sólo son portadores de la muerte del hijo de la mujer que los ingiere. A los abortos quirúrgicos o con píldoras letales los denomina la sentencia con el eufemismo de «interrupción voluntaria del embarazo», para dar al crimen (hasta ahora así se consideraba en vez de un derecho, y además fundamental) una pátina de respetabilidad.

El procedimiento más común en los abortos quirúrgicos más tempranos es el de aplicar una potente aspiradora al útero de la madre, para que con la fuerza de la aspiración se vaya troceando el cuerpo del feto. Cuando la víctima ya tiene más de doce semanas –y aun antes–, a la madre se le practica un legrado que tiene por objeto ir descuartizando al hijo, a fin de extraerlo por piezas; la legra también interviene para rematar el trabajo de la aspiradora, para asegurarse de que no queda un resto del feto dentro del útero, con alto riesgo de provocar una infección. Y para mayor seguridad (así se denomina, hasta en organismos internacionales), se consigue un «aborto seguro» recontando las piezas extraídas: cabeza, tórax y abdomen, dos brazos con sus manos, dos piernas con sus pies. Algunos practicantes de abortos quirúrgicos que a efectos polémicos sostienen que la víctima de un aborto en realidad es «un montón de células», hacen este recuento como si fuera la reconstrucción de un muñeco: la cabeza arriba, debajo el tórax, y a los lados los brazos por arriba y las piernas por abajo, no vayamos a descontarnos.Y si algún miembro está troceado, se reconstruye aparte.

A esta carnicería le llama el TC «derecho fundamental» de la madre a «interrumpir el embarazo». Y no es que la mujer embarazada se levantó una mañana y resultó que estaba embarazada por el Hombre Invisible. Nada de eso; la casi totalidad de las veces se había producido antes un cortejo entre varón y hembra que simpatizaban mutuamente, con las mil y una variantes de la aproximación sexual, que terminó con un encuentro entusiasta concebido por la Madre Naturaleza para la perpetuación de la especie, en humanos como en todo bicho viviente sobre la faz de la Tierra. Tampoco es que se desconocieran los efectos de un encuentro de estas características, ni el modo de que el gozoso episodio no tuviera que resolverse en un embarazo y, por lo tanto, se asegurase que no habría esta clase de consecuencias. Todo lo contrario: hoy la información sexual está más difundida que nunca antes, pero a veces, las urgencias imprevistas tienen estas cosas.

Y entonces, el Tribunal confirma que la Constitución no solo no impide esta matanza, sino que este monumento a la iniquidad es la única interpretación posible de la Norma máxima.

Es verdad que las leyes permisivas del aborto provocado están vigentes en varios países europeos; pero la extensión de un error no la convierte en un acierto, por mucho que se disfrace de medicina, se haga intervenir a un médico (como en los procedimientos eutanásicos, con lo barato e indoloro que sería un buen disparo entre ceja y ceja a un paciente sedado), se impida que invoquen la cláusula de conciencia los que estudiaron para médicos y no para verdugos, y se ponga como materia obligatoria el aborto en las escuelas como algo social y moralmente respetable.

También es cierto que el TC no es parte del Poder Judicial, sino que es un organismo jurídico-político y que el presidente de ese Tribunal, magistrado de profesión, se hubiese referido a los jueces cuando dijo en un acto público que en la adecuación de la sintonía de la Justicia a la Sociedad, los profesionales de la Justicia deberían aceptar «que se les manchase la toga con el polvo del camino». En el caso del TC habría que modificar esta cita refiriéndose a «los cadáveres del camino».

  • Ramón Pi es periodista
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