Por San Blas... la cigüeña verás

Lo más importante era examinar la pieza. La revisábamos por todos lados. Una lección de anatomía. Todos los pájaros. Sus plumas y colores. Las patas. Los aprendíamos de memoria

Act. 28 abr. 2025 - 11:27

Asentamiento de cigüeñas blancas silvestres

Asentamiento de cigüeñas blancas silvestresEuropa Press

Queridos incautos, llegaba en febrero el mes de las lluvias purificadoras. Nombrado por las Februa, unas fiestas de las Lupercales, en honor de aquel fauno que fuera un lobo.

Recién muerto enero. El mes oscuro, dedicado al dios Jano. El de las dos caras, una mirando al pasado y otra a futuro. Mes en que el navegante portugués Gaspar de Lemos en 1502 alcanzó una bahía que creyó la desembocadura de un gran río. La llamó Río de Janeiro. Era enero… Pero no había río.

Volaban torpe y parsimoniosamente. A posarse dominando el páramo, sobre aquel chopo medio seco y no muy alto, que sostenía las inmensas estructuras superpuestas. Venían a hacer otro nido encima. Me sorprendía su cercanía. La letanía del carraspeo de la matraca, echando para atrás la cabeza y elevando el pico. No se espantaba de nada. Una pareja desgarbada. Daban vueltas y aterrizaban en el nido, poniendo cara de circunstancia. Parecían indolentes archiveros de una biblioteca celestial.

Llegando mayo, el mes de la Ninfa Maya, por supuesto, trepamos. En mi juventud se esperaba de los adolescentes hacer travesuras. Y de los más mayores, gamberradas. Era consustancial a nuestra evolución, para llegar a ser adultos de respeto y benevolencia. «Quien de joven no trota, de viejo galopa.»

El enorme nido era una marranada. Cuerdas, alambres, trapos. nada mullido. Acostumbrados a admirar las obras de arte de los jilgueros, verderones, carboneros, primorosamente entrelazados y muy mullidos, éste era muy tosco. Empezaban a fastidiarme. Menoscababan la grandeza y elegancia de las águilas. Majestuosas, desconfiadas, valientes y cazadoras. Tan admirables que eran motivo heráldico. Eran el escudo de España cuando nací. Estos bichos tan bobos y desgarbados eran casi vergonzantes.

Tía Teresa, la dueña de Prados, era mayor. De una belleza racial, que por aquello de un desamor quedó soltera. Era de las menores de los 16 hermanos de mi abuelo, mermados por los asesinos de Paracuellos. Poco leída pero muy divertida e ingeniosa y con un enorme corazón. Adoraba a los sobrinos jamás usó pantalones. Con su falda larga y sus botas. Con su inquebrantable fe en Dios y su terror a las tormentas. Siempre con un cigarro manchado de carmín en la boca. Y en el bolsillo un rosario y una botellita con forma de virgen que tenía agua de Lourdes. Aunque luego descubrimos que era ginebra.

Paseaba por Prados con su escopeta del 16 con pistolete que me encantaba. Con una pequeña bolsa a la cintura, para los cartuchos verdes de cartón. Íbamos de morraleros. Un inmenso honor. Me turnaba con mi primo Borja el conejo y llevábamos también un par de tordos. Había que cazar casi a diario para mantener al búho.

El bicho pasó provocadoramente. Y tía Teresa lo tiró. Cayó con gran estrépito y corrimos a cobrarlo. Blanco y negro. Con un largo pico naranja. Olía mal. Como la apestosa caseta del búho. Lo más importante era examinar la pieza. La revisábamos por todos lados. Una lección de anatomía. Todos los pájaros. Sus plumas y colores. Las patas. Los aprendíamos de memoria. Además de bobo, lento y maloliente, encima este pajarraco no se comía. Estábamos fascinados.

El jardín era siempre un oasis de frescura. Un misterioso edén solo para mayores. Todos sentados en alegre tertulia alrededor de una inmensa mesa redonda. Vetado parcialmente a los niños, y completamente prohibido a las bicicletas. Sólo podíamos entrar si nos llamaban. Cuando entramos, Tía Lola, su hermana gruñona, la regañó.

- Pero si traen los niños... ¿Porque la mataste?

Muchos años después… la indulté.

En Historia del Arte nos enseñaron aquel concepto del renacimiento «el hombre es la medida de todas las cosas». Una frase retórica recuperada del filósofo griego Protágoras. Siglos después podemos concluir que el tonto es la medida de nuestra civilización. Supliendo con soberbia sus carencias, con audacia procura imponer a todos su intención, basada en su muy limitada experiencia. Que él crea que es bueno, no significa que sea bueno para el mundo.

Las cigüeñas están «protegidas». Gozan de inmerecida buena fama. Solo porque son confiadas, mansas y viven cerca de los hombres

Las cigüeñas están «protegidas». Gozan de inmerecida buena fama. Solo porque son confiadas, mansas y viven cerca de los hombres. Debido al cambio del clima (no confundir con la perversa doctrina herética del cambio climático) ante inviernos más suaves, no emigran a África. Donde antes había 2 hoy hay 20. Y como en todo, su exceso es nefasto para la naturaleza. Tantas que arrasan los campos. Cuando vamos segando marchan circunspectas junto a la máquina acabando con todos los insectos, ratones o anfibios de la pradera. No dejan una rana en las charcas. Devoran los gazapos con una crueldad inusitada. Merodean los basureros. Y lo peor. Cada nido pesa hasta 500 kg. Y como están superpuestos, toneladas. La antiquísima iglesia del pueblo tenía casi 50. El tejado estaba arrasado. Ponían en serio peligro su estructura.

Medio millón de euros de reparación. Vigas reforzadas. Paños curvados Sustitución de tejas. Goteras y más goteras. Y cuando los intentaron quitar, saltaron los majaderos. Esos vistosos enemigos del jabón, alérgicos al trabajo, que viven de limosnas legales pues jamás han cotizado, y que hacen de su vida una cruzada para defender todo aquello que sea molesto y prohibir todo lo beneficioso. Tontos siempre hubo. Pero antaño no se les escuchaba.

En mi juventud se prestaba atención a los viejos por su experiencia, A los sabios por su sabiduría, y a quien trabajando alcanzó un logro, por su perseverancia y ejemplo. Hoy veo con perplejidad que se escucha a holgantes que advocan nuestro mal; solo por ser ruidosos. Pretenciosos charlatanes que se arrogan una falsa superioridad moral ante la indiferencia de una sociedad apocada y timorata. No dejamos de ser vergonzantes cómplices por indolencia y ausencia de vitalidad.

Sobran cigüeñas. Muchas. Aunque aniden cerca de los humanos. Y sobran majaderos. Y sobre todo sobran quienes los escuchan.

El conde de Teba, Jaime Patiño Mitjans, es arquitecto y ganadero

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