Viñedo de las Bodegas Cruz de Alba, en la Ribera del Duero (Quintanilla de Onésimo, Valladolid)

Viñedo de las Bodegas Cruz de Alba, en la Ribera del Duero (Quintanilla de Onésimo, Valladolid)Cruz de Alba

Los vinos que quieren rescatar las tradiciones del viejo mundo: «Es una corriente que ha venido para quedarse»

El intercambio vid y su entorno sin la intromisión de herbicidas, pesticidas ni fertilizantes químicos sintéticos emergen como herramienta imprescindible en la biodinámica

Terruño, fertilidad, vida y sabor. Estos son algunos de los términos que más retumban en conversación con Antonio Madeira (Dão, Portugal), Clos Systey (Saint-Émilion, Francia) y Cruz de Alba (Ribera del Duero, España), las tres bodegas protagonistas de un encuentro que gira alrededor de la biodinámica, una forma de viticultura que parte de la idea de que el viñedo no es un recurso, sino un ser vivo.

Entornos únicos, donde el vino empapa la forma de vivir de sus habitantes, esa es una de las principales características que comparten los viticultores de España, Francia y Portugal que pretender devolver a la tierra lo que le arrebatan sin recurrir a procesos industriales y con prácticas orgánicas.

La aplicación de preparados vegetales y minerales, el uso de compost orgánico, la siembra de cubiertas vegetales o la atención a los ritmos cósmicos se convierten en las bases de la biodinámica, una práctica que huye de la estandarización de los métodos y del producto y que cree en vinos vivos, que rompen de una manera u otra en función de la luna.

«La biodinámica no es una moda, es una corriente que ha venido para quedarse», señala Sergio Ávila, enólogo de Cruz de Alba, la bodega más pequeña del grupo vitivinícola Zamora Company, que engloba marcas como Ramón Bilbao.

El área de trabajo de Ávila se localiza en la Ribera del Duero, donde la combinación de clima extremo, altitud elevada y suelos complejos obligan al viticultor a una relación íntima con el viñedo en la que la biodinámica actúa como herramienta de equilibrio frente a la severidad natural. El intercambio vid y su entorno sin la intromisión de herbicidas, pesticidas ni fertilizantes químicos sintéticos emergen como la mejor herramienta.

Vinos de las bodegas Clos Sitey, Dão y Cruz de Alba

Vinos de las bodegas Clos Sitey, Dão y Cruz de Alba en el evento Sintiendo PaisajesCedida

La transmisión de la realidad del viñedo aparece como un deber común para los participantes en este evento apadrinado por Cruz de Alba: «Lo único que hay que hacer es vinos con criterio y con mucha pasión. Nosotros velamos por el equilibrio del ecosistema y así lograr que el vino exprese su origen con toda la salud, definición y pureza», apunta Ávila.

Desde la Sierra de la Estrella (Portugal) hasta las míticas laderas de Saint-Émilion (Francia) pasando por el altiplano del Duero, los bodegueros no se conforman con un vino de calidad. «Buscamos transmitir emoción, legado y verdad en cada botella», indican Fanny Dulong y Juan Moretti, de Clos Systey, que reivindican que la biodinámica es equilibrio, un modo de vida, respeto al suelo, a la naturaleza, al viñedo y a los consumidores: «Tenemos que cuidar nuestros suelos para que, los que vengan detrás de nosotros, puedan vivir de una manera sostenible».

El regreso a los orígenes y ese vínculo con la tierra se expresa en dos de los protagonistas, Clos Sistey y Antonio Madeira. Clos Sistey, legado de Sylvie Dulong, reconocida enóloga de la región de Burdeos y desde 2007 en la biodinámica, toma un nuevo rumbo bajo la llegada de la segunda generación, Fanny Dulong y su marido Juan Moretti. «El regreso no es casualidad, sino una decisión consciente: volver a las raíces para hacerlas crecer con una mirada contemporánea, respetando la naturaleza y los ciclos del viñedo», expresan.

Esta vuelta al comienzo toma más sentido que nunca con la historia de Antonio Madeira, un ingeniero franco-portugués que abandonó su vida en París para regresar a la tierra de sus abuelos, donde pasaba los veranos de niño, y rescatar las viñas viejas del lugar condenadas a muerte. «Escuchando a los ancianos del pueblo, entendí la relación con el vino. Al principio solo tenía ideas, pero poco a poco alquilé viñas y apliqué la biodinámica. El objetivo es hacer un vivo de verdad, que sea verdadero y que te emocione», indica Madeira, que pone en sus caldos los suelos de granito, la altitud y la amplitud térmica de la región del Dão, lo que se traduce en «vinos verticales, puros y salinos»

«La biodinámica no es una técnica: es una forma de estar en el mundo. Una forma de cuidar, de escuchar, de aprender. De hacer vinos sinceros, saludables y llenos de vida», asevera Ávila, que lejos de ensalzar los rendimientos altos pone en valor «cepas que respiren, suelos que vivan y vinos que hablen».

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