Escocia
Cuenta con un patrimonio que durante siglos ha sido exclusivo, aunque desde más recientemente es compartido por otras regiones del mundo, el whisky, para cuya producción se cultiva la cebada de calidad más alta y se utiliza el agua y la turba de sus montañas
El meet (la cita) del Fife Hunt en Balcarres, la residencia de Lord y Lady Balniel
Esta época del año, cuando los temporales de viento y agua van desnudando a los árboles, me trae inexorablemente el recuerdo de muchos días pasados en ese país que los galos llamaron Caledonia y nosotros conocemos como Escocia.
Para el resto de los británicos –galeses, ingleses e irlandeses—esta tierra es sinónimo de paraíso para el ejercicio de lo que ellos llaman field sports, actividades ociosas al aire libre, como la caza y la pesca, especialmente, pero también el senderismo o la observación de aves, birdwatching. El rececho de cérvidos en las tierras altas, stalking, la caza del grouse en los moors, la pesca del salmón en ríos como el Spey o el Tweed, las cacerías de patos, ánsares y agachonas –wildfowling—o las visitas a colonias de aves marinas, son algunas de sus facetas.
Cuenta además con un patrimonio que durante siglos ha sido exclusivo, aunque desde más recientemente es compartido por otras regiones del mundo, el whisky, para cuya producción se cultiva la cebada de calidad más alta y se utiliza el agua y la turba de sus montañas. Sus municipios tienen un remarcado aire de tradición y romanticismo: Cupar, Dundee, Castle Douglas o Elgin, sorprenden por su grandeza y al mismo tiempo por su apego al campo. Y por supuesto, la capital, Edimburgo, la metrópoli más rural de todas las que he conocido.
Los escoceses, celtas en origen, me resultan abiertos y explosivos si se comparan con los anglosajones y muestran una apariencia más recia y próxima al terreno. En Dumfriesshire y con mi amigo Piet, todo un carácter, he aprendido lo que es ser granjero en este clima no precisamente moderado, mientras le ayudaba en faenas como repartir pienso a borregas y terneros bajo una impetuosa lluvia que nos golpeaba la cara en horizontal por el empuje del viento y con nuestras wellies hundidas en fango hasta la pantorrilla.
El huntsman (perrero) y los sabuesos del Fife Hunt
Mientras tanto, su mujer Sue, luchaba por sacar adelante cuatro corderos y dos becerros refugiados en la cocina de la casa, Auchencairn House, al amparo del calor de la vieja estufa sueca de hierro fundido y en compañía de los perros de la familia, pastores, lurchers y foxterriers. Con ellos, los Gilroy, he disfrutado de muchos días de caza del zorro a caballo, foxhunting, siguiendo a los sabuesos del Dumfriesshire Hunt, del cual han sido masters durante muchas temporadas. Y también hemos despachado juntos algunas botellas de whisky, sin hielo ni agua, frente a la chimenea del guadarnés, en nuestro fallido propósito de limpiar los cueros tras un largo día de trotes, galopes y saltos persiguiendo al zorro. Y he lo he pasado muy bien con ellos al son de los reels en los populares bailes del Hunt.
Mis visitas favoritas a Lahill, la casa de mis amigos los Lindsay, en Upper Largo, Fife, han consistido en un fin de semana alargado: un día de caza con escopeta, otro de caza a caballo y uno tercero de observación de aves. Hace años me lo dijo Eddie Hart en su magnífico restaurante, Barrafina, del Soho londinense: «si viajas en el coche cama desde King’s Cross a Edimburgo, cuando despiertes al amanecer ya habrás pasado el borde y verás que el paisaje es muy diferente al que dejaste en Inglaterra: mucho más campero y salvaje». Después de trabajar en Londres durante la semana, llegar a la casa de mis amigos un viernes por la mañana temprano, subir a hurtadillas por la escalera trasera y cambiarme de ropa mientras los demás invitados ya están en el hall para recibir las instrucciones del anfitrión, Lord Lindsay, y sortear los puestos, constituye un ritual gozozo. Como lo es la mañana del sábado, las prisas y carreras para preparar los caballos y cargarlos en el camión que conduce mi amiga Diana, condesa de Lindsay, camino del meet en algún paraje maravilloso. Y seguirla a bordo de uno de sus magníficos caballos cazadores –hunters—volando sobre obstáculos de piedra, setos y vallas de madera, en pos de los sabuesos que laten al rastro de Charlie.
El autor con los faisanes cobrados en el segundo ojeo en Lahill, la propiedad de Lord y Lady Lindsay.
Finalmente el domingo todavía hay tiempo para dedicarlo a la observación de aves marinas y focas en las playas del Mar del Norte. Pero Escocia ofrece otras muchas posibilidades para el bidwatching y sus especialidades, como el águila pescadora y el urogallo, que se pueden observar juntos en el parque nacional de los Cairngorms, en Loch Garten , el municipio más rico del país por la cantidad de turismo que atraen estas dos especies. Allí, desde un mismo observatorio se puede espiar el nido de la pescadora en la copa de un pino del norte y un cantadero de urogallo a sus pies. Para la observación del pigargo, la isla de Mull frente a las costas occidentales es el lugar ideal.
Sí, me gusta Escocia y podría vivir allí si no fuera por ese tiempo tan infernal que tiene. Así lo manifesté públicamente en una entrevista que me hizo la TV cuando un día recién llegado de vuelta de una de estas visitas, me vi ganando una carrera en el hipódromo de Dos Hermanas. Al volver a casa, contento y con mi caballo ganador en el remolque, mi mujer, Paula, que había visto la carrera y la entrevista, me recibió con…”tú te puedes ir a vivir a Escocia si quieres, pero yo me quedo aquí… no podría afrontar ese clima tan malísimo”…