TribunaMª Dolores Muñoz Fernández

El menú del jabalí

Su acercamiento a núcleos urbanos ha provocado, además de accidentes y ataques, el contacto con pesticidas y con agentes alimentarios más o menos contaminados que no constituyen la dieta natural de un animal montaraz

El jabalí es un gran desconocido. Junto con el lobo es el mayor depredador cuadrúpedo de la península. En varias culturas antiguas simbolizaba la brutalidad, el desenfreno e incluso la fertilidad.

En la mitología griega aparecen numerosos ejemplos de monstruos ctónicos de esta especie. Algunos fueron derrotados por héroes legendarios. Otros dieron muerte a personajes como Adonis. Entre ellos destaca el jabalí de Erimanto, criatura que causaba estragos en aquella región.

Cuenta el mito que era un jabalí enorme que se alimentaba de hombres. Tenía unos colmillos tan fuertes que arrancaba árboles de raíz. El héroe Heracles consiguió capturarlo saltando sobre su lomo, atándolo y cargándolo sobre sus hombros. Cazar a esta enorme criatura simboliza también la victoria de la civilización sobre el salvajismo y el desenfreno de la bestia.

Otro, el jabalí de Calidón, fue enviado por Ártemis para devastar el territorio y halló su final en una cacería, en la que participaron numerosos héroes de la época. Su madre, la cerda de Cromión, era otro terrorífico suido que mató a muchos hombres.

La extraña imagen de militares aislando como buenamente pueden zonas de porcino enfermo hubiera sido evitable si el Ministerio correspondiente tuviera una mínima idea de lo que es una montería

Estas leyendas constataban la imposibilidad de convivencia entre el jabalí y el hombre. Ahora bien, la ingesta de estos animales ha ayudado a la nutrición del ser humano. La carne de los animales montaraces no está contaminada por alimentación artificial. Por eso es especialmente valiosa y hay que controlar sus poblaciones para que así se mantenga.

A lo largo de los siglos, diversos agentes de exterminio naturales, como las plagas, han ido modificando las cadenas alimentarias de las diferentes especies y grandes depredadores con una alta capacidad reproductiva como el jabalí. A día de hoy, sólo tiene sobre él al humano como el único que puede mantenerlo a raya y equilibrar el medio.

La manera de descastar la superpoblación de estos suidos es la montería, modalidad de caza mayor donde el hombre trabaja con ciertas razas de perros, convenientemente adiestrados, y que van agrupados en rehalas. Los monteros disponen de la técnica y los conocimientos necesarios del campo para la caza de este omnívoro, capaz de acabar con todo lo que vive en el suelo de sus territorios. El tiro selectivo garantiza el éxito, sin afectar a otras especies, como sí lo hace el uso de las barreras químicas, trampas u otros artilugios.

En nuestro país, torpes leyes de caza han permitido que el cerdo salvaje se multiplique desorbitadamente. La salida del jabalí del hábitat natural y su acercamiento a núcleos urbanos, ha provocado, además de accidentes y ataques, el contacto con pesticidas y con agentes alimentarios más o menos contaminados que no constituyen la dieta natural de un animal montaraz. De ahí que sea presa de enfermedades y alteraciones bacterianas que, a su vez expanden bien por contacto, bien a través de sus fluidos al suelo y al entorno. Ni que decir tiene que el peligro sanitario y vital para personas y animales domésticos aumenta exponencialmente. Es lo que ha ocurrido con la temida peste porcina africana que azota nuestro entorno.

La extraña imagen de militares aislando como buenamente pueden zonas de porcino enfermo hubiera sido evitable si el Ministerio correspondiente tuviera una mínima idea de lo que es una montería, un aguardo o un gancho para estos animales.

Sería interesante que, por una vez, el Gobierno se informase y abordara las leyes relativas al medioambiente sin el filtro del complejo y el servilismo partidista

El jabalí huye del hombre ya que tiene un potente instinto de conservación. Algunos lo llaman timidez, atribuyéndole cualidades humanas. Algunas de estas cualidades del hombre, deberían incluir la inteligencia para reconocer el peligro que supone subordinar cuestiones medioambientales a complejos rancios y a intereses políticos o partidistas, sin ningún tipo de lógica. Los defensores de esta paradoja alegan una superioridad moral en sus absurdas actuaciones. Muchos de estos hipócritas atacan la caza, pero, a hurtadillas, degustan liebres en salsa, calderetas de jabalí, estofado de venado, perdices en escabeche, arroz con zorzales y todo tipo de exquisiteces provenientes de la actividad cinegética.

Desafortunadamente, el jabalí no devora contravalores y ha obviado en su menú la sustanciosa ignorancia y la soberbilla de los politiquetes legislantes que asocian la caza bien reglada con algún tipo de régimen político que hubiera que exterminar.

Sería interesante que, por una vez, el Gobierno se informase y abordara las leyes relativas al medioambiente sin el filtro del complejo y el servilismo partidista, sino desde un punto de vista del conocimiento de la naturaleza y la evolución de los hábitats dependientes de múltiples circunstancias. Tal como hace la gente de campo o los agentes que trabajan en el medio rural, con mucho conocimiento real del terreno y poca estupidez política.

La cuestión es que en España las consignas gubernamentales practican el ataque permanente del humano al humano. Y, siendo también pantófagos, han restringido la predación a la ética, la moral y el respeto al ciudadano. De esto, no ha quedado nada.

  • Mª Dolores Muñoz Fernández es helenista y escritora
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