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03 de mayo de 2024

Ya están disponibles en Netflix los cuatro primeros episodios de la última temporada de The Crown

Ya están disponibles en Netflix los cuatro primeros episodios de la última temporada de The CrownNetflix

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¿Por qué The Crown sigue despeñándose en Netflix?

Su acabado formal sigue quitando el hipo, pero la serie ha perdido la solemnidad de temporadas anteriores

No hay destripes que valgan cuando la Historia anda a la vuelta de la esquina: todo el mundo sabe que Lady Di muere en el Puente del Alma escapando de los fotógrafos. De sí misma llevaba años huyendo. Por eso la escena de apertura de esta sexta temporada de The Crown opta por mostrar a un cualquiera paseando al perro en las cercanías del Sena; es el simbolismo de cómo la vida cotidiana se vería atravesada por una tragedia de las páginas del corazón. Diana Spencer ya no era realeza y, sin embargo, justo en ese quicio vivió la monarquía británica sus horas más bajas.
Fue la sensibilidad, estúpidos. Horas después de la tragedia, el Príncipe Carlos discute con sus padres en Balmoral. Qué hacer, cómo decírselo a los niños, cómo repatriar el cuerpo y un largo etcétera de lágrimas, burocracia… e imagen política. Ahí es cuando la regia Imelda Staunton escupe la frase gélida: «Prefiero que nadie me dé lecciones sobre cómo llorar o mostrar emociones». Quienes tengan más de cuarenta tacos recordarán cómo la prensa popular estalló con titulares como «Demostrad que os importa» o «Tu pueblo está sufriendo; háblenos, Majestad». La sensibilidad, una cercanía, empatía.
Porque la prensa –bueno, su sección más infecta y sensacionalista– multiplica ahora la relevancia que había adquirido la temporada pasada de este emblema de Netflix. Es lógico: es imposible entender el fenómeno «Diana de Gales» sin este altavoz pop entre el papel rosa y el amarillo. Esta vez es el escorpión paparazzi quien exhibe su veneno letal.
Lo malo es que ese fervor cuché ha contagiado a la propia The Crown. Ya empezó el año pasado; ahora se ha adueñado del relato de manera explícita, en estética y trama. De hecho, la idea de partir esta última temporada en dos viene determinada por cerrar en estos cuatro primeros episodios todo el affaire Al-Fayed. Del enamoramiento a la tragedia. Para diciembre se anuncia el ascenso al primer plano del príncipe Guillermo y el cierre definitivo de la serie.

'The Crown', una telenovela de lujo

De momento, el resultado de esta primera mitad de temporada ha sido el de una telenovela de lujo. El acabado formal de The Crown sigue quitando el hipo, sobre todo por su atención al detalle, especialmente en el vestuario y la línea de tiempo. Sin embargo, desde el punto de vista dramático es una serie que ha perdido esa solemnidad que la hizo tan atractiva en sus primeras temporadas. La hondura de los protagonistas apenas deja espacio para la sorpresa y la escritura parece llevar puesto el piloto automático; incluso tiene su villano de pandereta en Mohamed Al-Fayed, un personaje desastroso, plano, menos creíble que el «es hora de dormir» programado en el móvil. Cuando los creadores intentan salirse del guión histórico para apurar metáforas, como la del ratón que ve Carlos antes de hablar con la Reina, la cosa queda entre forzada y gratuita. Cuando innovan para proponer conversaciones fantasmales, uf, entonces el relato derrapa estrepitosamente.
Por todo ello, hay que asumir que The Crown ya ha vivido sus mejores temporadas. Esta última etapa, a pesar de tener actores tan solventes como Imelda Staunton, Jonathan Pryce o Elizabet Debicki, queda bien lejos de la pegada de las anteriores, cuando lideraban Claire Foy y Olivia Colman. Con ellas, la lejanía histórica aportaba un plus aromático de nostalgia, incluso de misterio dramático. Ahora, la cercanía histórica –con todos esos referentes y eventos que los espectadores conocen bien por años leyendo el Hola– ejerce una doble pinza sobre The Crown: atornilla a los creadores, dejándoles poco espacio para rellenar huecos, y no logra que el espectador suspenda la incredulidad cuando ha de comparar al actor Dominic West con un Carlos de Inglaterra que contempla un día tras otro en su versión auténtica. Todo queda raro, postizo. Por eso, esta agonía artística de The Crown nos recuerda, como le pasa a la Reina en el último episodio, que hay que saber acomodarse a las nuevas circunstancias para salir airoso. Porque es la única alternativa: adaptarse o despeñarse por la irrelevancia.

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