Marcelino Oreja, nieto: «Mi abuelo nos enseña que el camino del perdón es el único posible en la vida política»
El Debate habla con Marcelino Oreja Arburúa, nieto del empresario y político vasco asesinado en 1934, el día antes de la presentación de la biografía Marcelino Oreja Elósegui. Fe y vocación pública, a cargo de CEU Ediciones y Ediciones Encuentro
«Siempre he tenido presente a mi padre gracias a la evocación de mi madre, y nunca he recodado su asesinato con odio, dado que a mi padre no le hubiera gustado que fuera así». Así habla Marcelino Oreja Aguirre, exministro en la Transición durante el Gobierno de Adolfo Suárez, de su padre, Marcelino Oreja Elósegui. «Siempre quise saber más sobre la vida de mi padre, a quien no conocí, ya que fue asesinado en Mondragón el 5 de octubre de 1934 estando mi madre embarazada de su primer y único hijo; yo nací el 13 de febrero de 1935».
Ahora, los deseos del hijo se han hecho realidad gracias, de hecho, a un esfuerzo titánico de toda la familia: el de bucear en archivos y documentos para reconstruir la intensa vida familiar, espiritual, política y periodística de quien está hoy en proceso de beatificación. Ediciones CEU y la editorial Encuentro han publicado los frutos de esa investigación en la primera biografía del empresario y político vasco, Marcelino Oreja Elósegui. Fe y vocación pública.
Hoy se presenta en la Universidad CEU San Pablo la semblanza de quien fue, además, el primer gerente de El Debate, encargo que le hizo el cardenal Herrera Oria y a cuya misión dedicó no solo su vida y sus conocimientos, sino que también aplicó el pensamiento de la doctrina social de la Iglesia. Un hombre comprometido con su tiempo, con la Iglesia, con el desarrollo empresarial y la creación de empleo y, en última instancia, con la política. La política entendida como servicio a los demás, la defensa de unos ideales y la puesta en práctica de sus creencias católicas.
El acto de presentación contará con la presencia del presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), Alfonso Bullón de Mendoza; el consiliario nacional de la ACdP, mons. Fidel Herráez, y tres familiares cercanos del protagonista del libro: sus nietos Marcelino y Manuel Oreja Arburúa y su sobrino nieto Jaime Mayor Oreja. El Debate ha hablado con el nieto tocayo, Marcelino Oreja Arburúa, para entender mejor la importancia universal de un católico universal como fue su abuelo.
–¿Quién fue su abuelo, Marcelino Oreja Elósegui, y por qué se ha tardado tanto en reconocer su figura?
–Mi abuelo fue asesinado en el año 34, por lo que hemos tenido que hacer, entre familia y documentalista, un trabajo de búsqueda y casi de descubrimiento de su figura. Fue una persona muy, muy completa, porque tuvo primero una enorme formación, proviniendo de una familia humilde, de un médico de pueblo de Vizcaya, que le permitió estudiar Ingeniería de Caminos en Madrid. Pero lo más importante es que tuvo una gran una vocación de servicio público. Primero, con una formación continua y con su labor en El Debate, donde fue gerente en los años 20. Viajó a Estados Unidos para entender cómo funcionaban los periódicos americanos; por lo tanto, aunque era ingeniero, fue casi un periodista que luego fundó la Escuela de Periodismo de Madrid. Tuvo una participación activa en la vida empresarial y, por último, en la vida política española, adonde se dirigió en los años 30, siendo diputado en los años 31 y 33. Y lo que no puede olvidarse es que fue un hombre de fe, que defendió toda su vida: un hombre muy religioso que entendía la importancia que tenía la Iglesia y el pensamiento de la Iglesia en la vida tanto pública como empresarial.
–Con su vocación universal, su servicio público a través de la política y su amor a la verdad, ¿de qué forma le ha marcado a usted su figura?
–Ha marcado a toda la familia. Primero a mi padre, que es hijo único y póstumo. Por tanto, para él su padre era una figura que reverenciaba, que ha redescubierto con el libro. En el prólogo del libro mi padre, Marcelino Oreja Aguirre, dice que ahora entiende mejor por qué siguió sus pasos. Mi abuelo siempre ha sido alguien cercano, aunque no reconocido, y ha sido gracias a la figura de mi abuela. Ella estaba embarazada de mi padre cuando asesinaron a su marido, pero jamás infundió rencor, odio o desprecio a ninguno, ni a mi padre ni a nosotros. Y eso es una lección enorme. Mi abuela, que tuvo que salir huyendo de su pueblo amenazada, también era una mujer vital y alegre. Eso es lo que más nos ha marcado.
–En este país que es ejemplo también tanto de una reconciliación ejemplar, como la que se realizó en la Transición, como de un rencor enconado, quizá renacido en los últimos tiempos, ¿en qué se puede fundamentar esa ausencia de rencor?
–La clave está en la fe. Mi abuelo defendió a la Iglesia y murió en parte por la Iglesia, por sus ideas religiosas; de esto estamos convencidos. Pero la fe que también tenía mi abuela le permitió sobreponerse y perdonar a aquellos que habían cometido el asesinato: es la fe que nos transmitió a todos, pues se esforzó mucho en su actitud positiva ante la vida. Mi abuelo (y mi abuela) nos enseñan que el camino del perdón es el único posible en la vida política.
–Y si uno no tiene fe, ¿cómo se puede fundamentar la convivencia pacífica?
–Mi abuelo trató de aplicar siempre el pensamiento social de la Iglesia, también en el mundo de la empresa. Trató de cambiar el entorno en el que se encontraba, cuando estaba aún en la Unión Cerrajera de Mondragón: le dio un sentido nuevo al trabajo, el sentido que recoge la doctrina. De hecho, creó una escuela de formación muy importante en Mondragón y apoyó mucho en la formación de los obreros en la fábrica en un momento muy convulso, tanto a nivel político como industrial. Y por eso mismo también hizo una gran defensa de la educación religiosa, especialmente de los jesuitas, y defendió la Universidad de Deusto. Defendió la permanencia de los jesuitas en España y su importancia. Y hay algunas citas en el libro fascinantes, como que no hay que pretender formar a gente neutral, porque aquel que está formado deja de ser neutral. Es decir, él cree mucho en trasladar no sólo una fe ciega, sino los pensamientos de la Iglesia a la política y al mundo de la empresa.
–Este libro, Marcelino Oreja Elósegui. Fe y vocación pública, fue una iniciativa de la familia. ¿Por qué no decidieron escribirlo ustedes?
–Todo surge al encontramos en un baúl, en los años 80, el diario de mi abuelo, que escribe cuando vive en Estados Unidos. Además del diario, guardaba copia de las cartas que enviaba a España. Mi abuelo se embarca en los años 20 y decide anotar todo lo que ve y vive, y cuando lo descubrimos pensamos en darlo a conocer. Pero la labor necesaria para encontrar información sobre alguien muerto hace 88 años era ingente. Y entonces fue cuando apareció la figura de Lara Nebreda Martín, doctora en Ciencias de la Documentación por la Universidad Complutense de Madrid, y con la ayuda de la familia reconstruye y recopila la información para construir su vida. Ni siquiera queda gente viva que lo conociera...
La política como servicio público
–Marcelino Oreja Elósegui concebía la política como un servicio público. ¿Es posible entenderla así hoy? ¿Cree que su concepción puede acercarnos a ese ideal político?
–Yo creo que todavía hay gente en política con voluntad de servicio público. Desde luego en aquella época lo había en mi abuelo y en muchos otros. La política era un servicio, y de hecho era compatible con muchas más actividades. Muchos de los diputados de la República eran personajes importantes en la vida empresarial, académica o científica, como Marañón o Unamuno. Además, en mi abuelo había un aspecto que he defendido mucho: el amor a su pueblo, al País Vasco, desde un sentido integrador como parte de España, pero con un sentido moralista de la defensa de lo vasco. Defendió mucho el Estatuto de Guernica en los años 30, y entendía que había que participar de esa forma en la vida política española, defendiendo lo vasco y defendiendo ese pensamiento social de la Iglesia desde un sentido de vida conservador, pero buscando también el servicio al prójimo y al más desfavorecido.
–Conociendo su pensamiento sobre lo vasco, ¿qué cree que habría pensado al ver el devenir del nacionalismo?
–Proviniendo la familia de mi abuelo y Sabino Arana, fundador del PNV, los dos del mundo carlista, y siendo los dos herederos del carlismo y habiendo sufrido la pérdida de las guerras carlistas, había dos caminos a seguir: el camino de Sabino Arana, nacionalista, de crear casi una fábula de región independiente que nunca lo fue, y el camino de aquellos carlistas tradicionalistas anteriores, como mi abuelo, que defendían la particularidad de lo vasco, los fueros (que tienen 500 años de historia), pero siempre dentro de España. ¿Qué hubiera pasado si mi abuelo hubiera sobrevivido a la guerra? Pues probablemente no habría estado cerca del Partido Nacionalista, que es verdad que tuvo también un papel muy peculiar durante la guerra.
–Mencionaba antes también cuando Marcelino Oreja Elósegui se embarcó rumbo a Estados Unidos. En el libro se relatan una serie de anécdotas y peripecias. ¿Cómo fue su vida allí?
–Ese capítulo es esperanzador, lleno de anécdotas muy interesantes. El libro refleja por un lado su historia más biográfica, hasta que tiene 20 años, y el segundo capítulo, el de Estados Unidos, está documentado por él mismo: en sus cartas y anotaciones refleja, con la vista de un joven ingeniero de pueblo, lo que le parece Estados Unidos. Le sorprende que la gente viva sola, que tengan coche, que las casas sean pequeñas, que la comida sea rápida. Pero lo importante es que quería establecer relaciones con el mundo católico americano, y lo primero que hace al llegar a Nueva York es preguntar dónde está la Casa Vasca. Este capítulo es muy costumbrista y explica muy bien su forma de mirar el mundo.
–¿Acude para aprender del periodismo americano?
–Iba encargado por Herrera Oria, que le había nombrado gerente de El Debate. Quería entender el funcionamiento de la industria periodística americana, no solamente el periodismo: cómo funcionan las máquinas, el negocio, la publicidad; cómo lo gestionan, cómo lo venden, cómo lo distribuyen. Incluso intenta pensar si puede distribuir El Debate en Estados Unidos. Aprovechó mucho ese tiempo, se entrevistó con mucha gente, viajó también a Boston y estuvo en el Boston Globe. El Debate logró así ser un periódico muy moderno, de una importancia enorme.
–Su figura coincide con la acepción de católico como universal. Se empeña con la realidad, con la empresa, con el trabajo, con el periodismo. ¿Era un amante de la verdad?
–Absolutamente. Mi abuelo parece un santo, y no es casualidad que esté en proceso de beatificación, pero realmente tuvo una vida muy completa, porque pasó del periodismo al ejercicio de la ingeniería y a la política en apenas 40 años. Y todo lo que hizo, lo concibió como una forma de servir a los demás y de mejorar el mundo.