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La mesa redonda de Ediciones Encuentro con Marisa de Toro Hermoso, Ana Rodríguez de Agüero, el escritor Armando Pego y Ricardo CallejaEdiciones Encuentro

El monasterio personal de Armando Pego: una actitud de vida que no es ni «alternativa a la sociedad» ni «Arca de Noé»

¿Qué es un monasterio? ¿Un refugio al que huir, una forma alternativa para olvidarse de un mundo que ha dado la espalda a Dios? ¿Qué ha supuesto el postconcilio en la espiritualidad cristiana? Estos son algunos de los temas que trata Armando Pego en una mesa redonda en Ediciones Encuentro

El escritor Armando Pego ha pasado por Madrid para charlar de su libro Poética del Monasterio con Ana Rodríguez de Agüero, directora en CEU Ediciones; la periodista Marisa de Toro, y Ricardo Calleja, director del Colegio Mayor Moncloa y profesor de Ética Empresarial en el IESE, junto con docenas de lectores. La sede de Ediciones Encuentro, el sello que ha publicado este libro, ha sido el escenario de un intercambio de impresiones y comentarios sobre las páginas de Pego, profesor en la Universidad La Salle-Ramón Llull.
Marisa de Toro inició el coloquio preguntando: «¿Qué es la poética del monasterio?». A lo que Pego respondió que se trata del «final de un recorrido de diez años pensando en el origen de la Modernidad». Un eón histórico que, según este autor, se comenzó a pergeñar quizá en torno al siglo XIII, con el auge de la escolástica universitaria; o a consecuencia de los Cismas –el de Oriente o el de Occidente–; o con las oleadas de Peste del siglo XIV. En todo caso, Pego se enfoca en las «tensiones entre la universidad y el monasterio». Según Pego, este libro es, en sí mismo, un monasterio, porque es un espacio de acogida que forma parte de un recorrido personal. Un lugar, por tanto, que ofrece lecturas y que permite el silencio, la soledad, la reflexión.
El profesor Pego comenta que vivimos en una época «a la que nos sabemos dar nombre». ¿Postmoderna, posthumana, transhumana? En todo caso, constituye un desierto para el alma. Para defenderse de los excesos de esta época, Pego acude entre una y tres veces al año al monasterio cisterciense del Poblet. Allí se retira y acompaña a los monjes en su liturgia de la Horas, pero también aprende de su modo de vida, donde el ora et labora y la responsable libertad para llenar la mayor parte del tiempo suponen un contrapunto al ruido del mundo. Aconseja no acudir a un monasterio pensando que uno es más listo que los monjes, ni tampoco pensando: «¡Qué a gusto y tranquilo se está aquí!». Pego asegura que se ha servido de varios referentes, entre los que destacan el jesuita Henri de Lubac (1896–1991) –quien afirmaba: «La Iglesia asiste a la perpetua derrota del bien, pero no por ello se desanima ni se entrega a la utopía»– y el liturgista Louis Bouyer (1913–2004) –«La vocación del monje es el cristianismo en su máxima urgencia»–.

Monasterio, «penúltimo sitio»

Dentro de lo que caracteriza a un monasterio, hay bastantes facetas que Armando Pego propone recuperar como remedio ante los errores de la sociedad actual. Empezando por su sentido de lo comunitario y también de la intimidad –que no lo meramente privado o individual–, sobre todo, en un contexto en que estamos obligados a transparentarnos todo el rato. El autor pone diversos ejemplos: desde las continuas obligaciones de supuesta transparencia con que la universidad obliga a los profesores, hasta la perpetua exposición de la privacidad que implican las redes sociales. Por el contrario, y sin caer en la opacidad, el monasterio enseña a «mirar hacia dentro», es un «lugar de protección». En opinión de Pego, el monasterio es un «penúltimo sitio» –marca el tránsito hacia el Cielo–, no una «alternativa a la sociedad», no es un «Arca de Noé». Un lugar que acoge, pero provisional, donde se está de paso y que despide en paz.
Sobre la relación conflictiva entre Modernidad y tradición, Pego asume que se debe partir de la base de que el presente salda su deuda con el pasado y el futuro –y entabla diálogo entre ellos– gracias a la tradición. Pero no se refiere a una tradición «fosilizada», sino a una realidad viva «de la que nosotros podemos formar parte». En este sentido, muestra sus reticencias hacia el conservadurismo que se ancla demasiado al presente y que valora el pasado como una reliquia. «El conservador es una versión moderada del progresista», sostiene Pego. En todo caso, no desea plantear soluciones políticas. «El monasterio apoya la vida pública, sin intervenir en ella», sentencia.

La «herida» postconciliar

Armando Pego, charlando con los intervinientes de la mesa redonda, aseguró que le habría gustado haberse familiarizado desde pequeño con una liturgia más digna que los abusos en la aplicación del novus ordo: «Escuchar gregoriano y un réquiem, pero no como un concierto, sino como parte de la propia misa, en vez de las canciones horribles de las parroquias de los años 70 y 80». Él vivió como una «herida» la digestión postconciliar, tanto en la degradación litúrgica y artística como en la desbandada de fe que generó. No obstante, aquella música horrenda le sigue emocionando, porque es parte de su biografía, y Poética del monasterio tiene mucho de biografía espiritual.
Por eso mismo, su valoración sobre los bandazos de la Iglesia, y sobre los revivals progresistas, le producen una sonrisa: «Esto ya lo hemos vivido». Esa «herida» no puede ni debe negarse; es parte de la identidad. «No tengo experiencia del pasado, del vetus ordo», dice. Pego insiste en esta manera de afrontar la realidad, porque no quiere que esa «herida» que lleva lo convierta en «víctima». Procura imitar al monasterio en su actitud de expectativa; tras la muerte en la Cruz, la mirada se dirige a la tumba donde se halla el cuerpo de Cristo.
Ricardo Calleja valora Poética del monasterio como un libro repleto de «textos profundos y retadores», y que podría haberse titulado «escolios a la liturgia de las Horas». Valora que Pego reivindique las figuras hoy denostadas del padre, el monje y el maestro, y entiende que el monasterio, según Pego, no protege ante la incertidumbre que supone un mundo cada vez más descristianizado. Por su parte, Ana Rodríguez de Agüero ensalza, citando a Benedicto XVI, que el monasterio es «tierra abierta hacia el Cielo y pulmón de espiritualidad». Del libro –«un monasterio interior», en su opinión–, hay bastantes rasgos que le llaman mucho la atención: desde la huella de Jiménez Lozano (1930–2020) hasta la importancia de la familia y del matrimonio, realidad «previa a la caída».