Fundado en 1910

26 de abril de 2024

La actriz Sacheen Littlefeather vestida con ropas nativoamericanas durante la entrega de los Oscar de 1973

La actriz Sacheen Littlefeather vestida con ropas nativoamericanas durante la entrega de los Oscar de 1973

Patologías del victimismo

Todo el mundo ha experimentado una genuina victimización en algún momento de su vida

En 1973, Sacheen Littlefeather apareció vestida de indígena norteamericana en la 45ª ceremonia de los premios de la Academia para rechazar el Oscar al mejor actor en nombre de Marlon Brando. Brando, según ella, le había cedido su lugar para protestar por la imagen que Hollywood daba de los nativos norteamericanos. En las décadas posteriores a la ceremonia, Littlefeather continuó trabajando como actriz, modelo y activista, produciendo películas sobre la vida de los nativos norteamericanos que finalmente llevaron a la Academia a emitir una declaración de disculpa en un acto celebrado en 2022 titulado «Una velada con Sacheen Littlefeather». El único problema es que, según sus hermanas, Littlefeather, cuyo nombre de nacimiento era Marie Louise Cruz, no era nativa norteamericana y en realidad se había inventado su historia de ascendencia nativa norteamericana, quizá para encontrar trabajo. Pluma Pequeña era una víctima no por destino, sino por elección.
Todo el mundo ha experimentado una genuina victimización en algún momento de su vida. Algunos han sido víctimas de persecuciones políticas y agresiones violentas, mientras que otros han sufrido desprecios menores, como acoso escolar, insultos verbales e interrupciones al hablar. La mayoría de nosotros también hemos vivido situaciones en las que la presunta condición de víctima se deriva de una suposición errónea: por ejemplo, un conductor que «corta el paso» a un motorista cambiando bruscamente de carril puede parecer malintencionado, pero puede resultar que sólo esté intentando llegar al hospital lo antes posible para llevar a alguien gravemente enfermo. Sin embargo, algunos de nosotros tenemos la costumbre de adoptar la postura de víctimas con demasiada facilidad y frecuencia, una tendencia que puede dañar a las comunidades, las relaciones interpersonales y a las propias supuestas víctimas.
El victimismo trasciende las fronteras políticas. En el ámbito de la política, una historia de victimización, percibida o real, se trata a menudo como una credencial que otorga credibilidad y autoridad moral a una persona, grupo o punto de vista concreto. Los miembros de grupos minoritarios, los pobres y los que no tienen voz suelen reclamarlo, pero también lo hacen los miembros de diversas mayorías, los grupos con grandes fortunas y las figuras prominentes de nuestra sociedad. Muchas de las quejas se refieren a desventajas percibidas: racismo estructural, colonialismo, binarismo de género, capacitismo y otras formas de supuesta opresión por parte de las élites económicas, sociales y religiosas. Sin embargo, incluso un multimillonario ex presidente de los Estados Unidos exhibe lo que podría llamarse caritativamente un complejo de persecución, a menudo reuniendo a sus partidarios con la afirmación de que «Todos somos víctimas».
Un equipo de psicólogos ha descrito recientemente un trastorno psicológico que denominan «tendencia al victimismo interpersonal», que definen como «un sentimiento duradero de que uno mismo es una víctima en distintos tipos de relaciones interpersonales». Todos sabemos que algunas personas se ofenden con más facilidad que otras, pero quienes tienen esta tendencia se consideran a sí mismas «víctimas de las acciones malévolas de los demás» y siguen «preocupadas por haber recibido daño mucho tiempo después de que el suceso haya terminado». En concreto, los individuos con tendencia al victimismo interpersonal se sienten víctimas «más a menudo, más intensamente y durante más tiempo» que los que no comparten este trastorno psicológico.
Estos psicólogos señalan cuatro componentes de este trastorno. El primero es la necesidad de reconocimiento del victimismo. Estas personas necesitan que los demás reconozcan su condición de víctimas y esperan que se compadezcan de lo que están padeciendo. El hecho de que los demás no reconozcan su sufrimiento no hace sino agravar su sensación de haber sido agredidos, lo que a su vez refuerza psicológicamente la tendencia al victimismo. Por encima de todo, las personas con tendencia al victimismo interpersonal esperan que los presuntos agresores asuman la responsabilidad de lo que han hecho y expresen remordimiento y sentimiento de culpa por sus acciones. El hecho de que el presunto agresor no reconozca su culpabilidad suele ser la peor ofensa de todas y hace crecer el resentimiento.
Una segunda característica de este trastorno es el elitismo moral. Estos individuos dan por sentada su propia «moralidad inmaculada», con la misma seguridad con la que están convencidos de la malevolencia de los demás. En comparación con quienes les han hecho daño, se ven a sí mismos como fundamentalmente diferentes y moralmente superiores. No se trata sólo de que otra persona les haya causado un daño, ya sea corporal, psicológico o de reputación, sino también de que esa acción habría sido provocada por motivos inmorales, injustos o egoístas. Estos individuos se dicen a sí mismos: «Si todos los demás fueran moralmente tan buenos, estuvieran tan comprometidos con la felicidad de los demás y cumplieran tan bien sus deberes como yo, no tendríamos agresores ni víctimas, pero lamentablemente los demás simplemente no están a mi altura».
Un tercer rasgo es la falta de empatía. Los individuos con tendencia al victimismo interpersonal sienten muy intensamente su propio sufrimiento, pero tienden a ser ajenos al sufrimiento de los demás. En cierto sentido, estos individuos están tan acostumbrados a su propia sensación de daño moral, como alguien que lleva siempre auriculares con el volumen alto, que no pueden captar las notas de angustia en los demás. Quienes viven instalados en el victimismo pueden negar que tengan ni una pizca de egoísmo, pero su monólogo interior y su diálogo con los demás, si se examinan con imparcialidad, se revelarán a menudo a los demás como agresivamente egocéntricos. Parece extraño decirlo, pero el victimismo a veces representa una especie de egoísmo, en el sentido de que los individuos que se perciben como agredidos protegen celosamente su condición frente a otros que pretenden exponer sus propios agravios.
El último componente de este trastorno es su carácter «rumiante», rasgo que comparte con aquellos animales rumiantes, como las vacas y los caballos, que tienen estómagos con cuatro divisiones. Todo el mundo recuerda y, a veces, revive experiencias pasadas, pero algunas personas continúan haciéndolo mucho tiempo después de que los acontecimientos hayan ocurrido y a pesar de que ello perpetúa la angustia que les provocan. El objetivo de este rumiar no es resolver un problema o adoptar una nueva perspectiva, sino simplemente experimentar la situación una y otra vez. En algunos casos, como en el de Littlefeather, los individuos rumian experiencias que nunca han sufrido, como periodos específicos de sufrimiento o sucesos catastróficos en la vida de los grupos de los que dicen ser miembros.
Por desgracia, el trastorno del victimismo interpersonal está asociado a muchas consecuencias negativas. Desde el punto de vista cognitivo, estas personas tienden a funcionar con lo que los psicólogos denominan un locus de control externo, lo que significa que creen que no pueden hacer gran cosa para influir en el curso de su vida y en las reacciones que éste les provoca. Las personas con un locus de control interno tienden a centrarse en los aspectos de las situaciones adversas sobre los que ejercen cierta influencia, intentando mejorar las circunstancias o sus respuestas ante ellas. Por el contrario, las personas con un locus de control externo se sienten víctimas de fuerzas sobre las que no pueden influir o incluso casi ni comprender, más allá de su carácter nocivo. Como resultado, estas personas tienden a demostrar menos iniciativa y adaptabilidad, con consecuencias negativas para sus vidas.
Desde el punto de vista emocional, estas personas se enfrentan a las nuevas situaciones y relaciones esperando que les provoquen algún tipo de daño. Pueden percibir malicia donde no la hay, carecen de la capacidad de reírse de sí mismos y, cuando se les dirigen palabras y acciones hirientes, se las toman mucho más en serio que otras personas. Cuando existe ambigüedad, tenderán a interpretarla como dirigida en perjuicio propio. Tendemos a encontrar lo que buscamos, y cuando las personas actúan asumiendo que los demás quieren convertirlas en víctimas, sus expectativas tienden a cumplirse. Ven el pasado a través de una lente similar, es decir, reescriben continuamente sus recuerdos de forma que contribuyen a su propio sentimiento de victimización. En consecuencia, se ofenden con rapidez y a menudo les resulta difícil entablar y mantener relaciones.
En términos de conducta, el perdón puede ser muy difícil o imposible para quienes tienen una fuerte tendencia al victimismo interpersonal. En lugar de suavizar y calmar las situaciones, estas personas tienden a aumentar su sentimiento de dolor e indignación y esperan que los demás hagan lo mismo. Como mínimo, es probable que la reconciliación sea algo imposible mientras el presunto agresor no «dé el primer paso» reconociendo su responsabilidad y ofreciendo una disculpa. Estas personas suelen aferrarse ferozmente a su condición de víctimas, pero para seguir identificándose como la víctima en una situación concreta, es importante no percibir las palabras y los actos desde el punto de vista de los demás. En lugar de perdonar, muchos de estos individuos son más propensos a buscar oportunidades para vengarse.
Los autores del estudio especulan con que la tendencia al victimismo interpersonal puede tener su origen en lo que los psicólogos denominan el tipo de apego, un enfoque desarrollado en las primeras etapas de la vida. Las personas afectadas suelen mostrar lo que se denomina apego ansioso. Son muy sensibles a las palabras y acciones de los demás, les resulta difícil o imposible regular sus propios sentimientos y anticipan el rechazo. Sin embargo, su autoestima depende en gran medida de los demás. Como resultado, a menudo se encuentran atrapados en un círculo vicioso. En algunos casos, el papel de víctima puede parecer tan difícil de abandonar que hacerlo resulta casi imposible, incluso para alguien que no pertenece realmente a un grupo de víctimas. Littlefeather parece haber mantenido su identidad de «nativa norteamericana» hasta su muerte.
¿Cómo abordar a los individuos y grupos con tendencia al victimismo interpersonal? En primer lugar, no suele ser útil tratar de convencerles de que superen este trastorno, porque para ello tendrían que renunciar a su victimismo. En segundo lugar, cuando nos enfrentamos a personas incapaces de perdonar, lo mejor es redoblar los esfuerzos por ser nosotros quienes les perdonamos, ya que la única alternativa suele ser la ruptura de las relaciones. En tercer lugar, dado que estas personas padecen un trastorno psicológico, es mejor no confiar en ellas cuando se quiere obtener una versión justa y equilibrada de las situaciones o cuando hay que tomar decisiones, porque sólo ven las cosas desde su propio punto de vista. Por encima de todo, debemos reconocer que el victimismo no es una virtud y, con el tiempo, reorientarnos hacia virtudes morales como la justicia, la resiliencia y la compasión.
Comentarios
tracking