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07 de mayo de 2024

Miguel Ángel Blázquez

Un tal Gloag contra Albert Camus, hoy más francés que nunca

«Camus es inolvidable. Lo que demuestra poco rigor y quizá tenga un interés más mediático que ético en este trabajo es intentar llevar a la guillotina a un Camus que ya no puede defenderse por hechos del pasado aplicando leyes de ahora», expone uno de los grandes expertos en la figura del escritor tras la aparición del libro Oublier Camus (Olvidar a Camus)

Madrid Actualizada 02:34

A Albert Camus

A Albert Camus

Desde primera hora estoy leyendo los artículos que están publicándose al hilo de la aparición en Francia de Oublier Camus (Olvidar a Camus), obra escrita por Olivier Gloag, homónimo de Olivier Todd, que junto a Herbert R. Lottman fueron los autores de las dos grandes y magnas biografías de Camus a las que conviene volver siempre. Al argelino Camus que le dio a su Francia adoptiva más de lo que ella o algunos de sus ciudadanos le devuelven hoy.
Para decir ciertas cosas sobre alguien, en este caso sobre el escritor más conocido en Francia y uno de los más leídos en todo el mundo, cuyas obras siguen estando en todas las estanterías principales de las librerías, hay que estar preparado para lo que a uno le pueda pasar. Tal vez ya le haya salido el tiro por la culata a Gloag, pero la polémica está servida y eso, hoy en día, vende y mucho. Valores en decadencia hoy son la calidad y el rigor literario.
Según leía los artículos me venía a la cabeza un capítulo de Jacinto Choza en su obra La supresión del pudor titulado Elogio de los grandes sinvergüenzas: «Hace unos cuantos años que vengo notando en nuestra sociedad la falta de unos elementos claves para la buena forma psíquica de todos sus ciudadanos. Antes de que comenzase la floración literaria sobre los rasgos neuróticos de nuestro tiempo venía sintiendo una nostalgia imprecisa, que por fin he logrado saber a qué se refería: lo que nos faltan son grandes sinvergüenzas. Es lamentable, pero es así».

Camus, el gran sinvergüenza

Continúa Choza en su disertación: «Si me dedico a escribir estas líneas es porque no se ha reconocido aún que los grandes sinvergüenzas han desempeñado en la historia un papel altamente benéfico. Digamos que escribo por una deuda de gratitud hacia ellos, por un 'deber de justicia'. Cuando faltan grandes sinvergüenzas, como es nuestro caso, la salud psíquica de los pueblos parece que se resiente de un modo alarmante».
«Floración literaria sobre los rasgos neuróticos»… Interesante descripción la de Choza que podría encajar con la obra de Gloag –por lo que he podido intuir–, pero se me antoja complicado hacer un artículo de opinión acerca de un libro que no he leído. Sin embargo, mi particular devoción por Albert Camus me obliga, al menos, a salir en su defensa. He investigado su vida antes que su obra y mi simpatía por él ha nacido del trabajo que, en este caso, sí he hecho en profundidad para intentar aproximarme a su humanidad. Conocer en la medida de lo posible a la persona real y no al personaje público.
Es sabido que Camus no fue ejemplo de una moral recta pero, y esto se lo digo con mayúsculas a monsieur Gloag: CAMUS ES INOLVIDABLE. Lo que demuestra poco rigor y quizá tenga un interés más mediático que ético en este trabajo es intentar llevar a la guillotina a un Camus que ya no puede defenderse por hechos del pasado aplicando leyes de ahora con carácter retroactivo o vertiendo meras opiniones «con los rasgos neuróticos actuales» con una mirada ideológica basada en la supresión del pasado para construir el presente. Grave error el de intentar dar luz al ahora con las sombras del ayer, grave error máxime cuando se trata de alguien que, teniendo en cuenta su profesión de educador, debiera iluminar con su propia luz a la sociedad en la que vive, como hiciera Camus en su momento.
María Casares y Albert Camus

María Casares y Albert CamusWeb del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones

Recordemos la respuesta que le dio Albert Camus a un joven árabe que le increpó por los acontecimientos que estaban acaeciendo en Argelia y que demuestra sin ambages su rotunda defensa de la lógica humana por encima de ideales políticos y fronteras: «Siempre he condenado el terror. De igual manera, debo condenar cualquier terror que se ejerza ciegamente, en las calles de Argel, por ejemplo, y que le pueda tocar a mi madre o a mi familia. En el momento en el que estamos hablando, están tirando bombas en el tranvía de Argel. Mi madre podría estar en uno de esos trenes. ¡Si ésta es vuestra justicia, prefiero mi madre a vuestra justicia!».
Quizá algún presidente y tal vez su ministro de justicia en España deberían leer de vez en cuando a Camus para entender que hay cosas que no pueden hacerse cuando se está al frente del destino de un país.
Sigamos con Choza: «Pues bien, yo siento nostalgia de formidables sinvergüenzas como Lope de Vega y Felipe II. Fueron grandes sinvergüenzas y fueron inauténticos: mejor aún, en su inautenticidad estribaba su grandeza. De ninguno de ellos puede decirse que obrara siempre de acuerdo con sus convicciones más íntimas y sus más básicos principios, que es lo más definitorio de la actitud ética contemporánea llamada autenticidad».
Y añade el filósofo: «Es grato, por demás, que nuestra época tributa culto a los hombres auténticos por serlo, pero es ingrato que deteste a otros por lo mismo. Si nos atenemos a lo que significa 'ser auténticos', tanto como Che Guevara lo fue don Adolfo Hitler y el señor Faruk. No logro explicarme por qué, siendo tan democrática e igualitarista la sociedad contemporánea, goza con un culto tan arbitrariamente unilateral. Volvamos a nuestro siglo XVI. En él cabe admirar a Felipe II y a Lope de Vega porque eran inauténticos y, sobre todo, porque lo eran en ese aspecto tan trascendental de la vida de un hombre que es su relación con la mujer; mejor dicho, con las mujeres».

¿Macihsta y colonialista?

¿Machista Camus? Machista según la mirada reducida de hoy y según un señor que, claro está, se debe a un pensamiento en el que portar el estandarte de un feminismo que solo concibe al hombre como antónimo es lo «progre». ¿Para qué conocerse, dialogar, acercarse, perdonar, comprender? Así nos va. Pero no, mejor acabemos con lo que no nos gusta, con el otro que no piensa como nosotros; cancelemos, que es lo que se lleva ahora, hurguemos en las fosas del pasado para justificar no se sabe bien qué presente y busquemos culpables. Acabemos con la tradición tergiversando la historia que les contamos a nuestros jóvenes y cumpliremos así con la hoja de ruta establecida por una ideología que cancela todo lo que es distinto a la propia idea.
Concluye Jacinto Choza: «Los grandes sinvergüenzas, con su inautenticidad, contribuyeron a mantener la salud psíquica de los pueblos. Nuestra gratitud hacia ellos es un 'deber de justicia': porque dejaron la verdad donde estaba, su autenticidad era virtud; su inautenticidad, pasión; sus amoríos, pecados; sus amadas, hermosas; su arrepentimiento, salvación; y su vida, una emocionante aventura que al menos no dejaba resquicios para el hastío y la indiferencia».
Mi apuesta es clara y arriesgo todo a una carta antes de leer el libro y lo resumo en palabras de Choza: «Hastío e indiferencia». Ese será el orden de las respuestas que tendrá la obra de Gloag salvo por parte de aquellos que utilicen ahora a Camus como un pelele de trapo al que guillotinar en la plaza de sus manifestaciones. Olvidaremos pronto a este señor pero no a Albert Camus, se lo aseguro. Espero, al menos, que no le de a Gloag por llevar a su guillotina femiwoke a Lope de Vega por citar a uno de nuestros grandes sinvergüenzas.
  • Miguel Ángel Blázquez es autor del libro La última palabra de Albert Camus (La voz de papel).
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