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Trump, el día de su toma de posesión

El Debate de las Ideas

Trump y Delibes en ‘Yellowstone’

La serie creada por Taylor Sheridan, con Kevin Costner de protagonista, es de las pocas que ayudan a entender el triunfo del nuevo presidente de EE.UU.

Pocas series como la excelente ‘Yellowstone’ permiten entender al Estados Unidos profundo que ha propiciado la llegada de Donald Trump a la presidencia. Esto no significa que la serie creada por Taylor Sheridan y protagonizada por Kevin Costner sea ‘trumpista’ en sentido estricto, sino que es un relato que refleja y expresa un mundo y preocupaciones muy inhabituales en el escaparate audiovisual mayoritario.

Y esta afirmación, que revela ya una profunda anomalía, nos lleva a otras dos. La primera, que el ecosistema narrativo norteamericano (abrumadoramente progresista) ha mostrado en las últimas décadas un desprecio olímpico por esa América que no conocía, y a la que tampoco respetaba, y que sólo era capaz de retratar de forma caricaturesca, despectiva y repleta de clichés. La América de esos vaqueros paletos, ‘machos desfasados’, que sólo eran tolerables si, como en la muy antitrumpista ‘The good fight’ (beligerante secuela de ‘The Good wife’), eran republicanos críticos con Trump.

La segunda reflexión es que en estos tiempos de primacía audiovisual es muy difícil que una visión del mundo pueda triunfar políticamente si no cuenta con algún relato significativo que le dé cuerpo. Esa ‘visibilidad’ que reclaman tanto los que son visibles a todas parte y a todas horas. En este sentido, ‘Yellowstone’, por su excepcionalidad y su popularidad (ha sido la serie de arrastre de la plataforma mediana Skyshowtime, aquella por la que la gente suscribía el servicio), puede haber jugado un papel en el éxito electoral de Donald Trump, incluso aunque tal resultado fuera, muy probablemente, ajeno a la intención de sus creadores.

Para quienes desconozcan la serie, baste recordar que es la historia de una influyente familia de Montana, poseedora del mayor rancho ganadero del Estado, cuya continuidad e integridad se ve amenazada reiteradamente por la irrupción de proyectos de desarrollo que mueven importantes intereses económicos. Se trata de una historia que combina varios registros narrativos: la epopeya del viejo Oeste actualizada al mundo moderno; el relato íntimo de la vida cotidiana de los vaqueros (uno de los grandes logros de ‘Yellowstone’); y las tensiones familiares y de poder de culebrones como ‘Dallas’ o ‘Dinastía’. Hay que decir que la fórmula funciona y emociona.

He mencionado en el titular al escritor vallisoletano Miguel Delibes y no hay ninguna excentricidad en ello. Entre los distintos ejes que articulan ‘Yellowstone’ hay uno central que entronca directamente con las preocupaciones del novelista español: la idea de un mundo que se muere (en este caso, el de los ranchos tradicionales) arrollado por un progreso que no respeta la naturaleza ni los modos de vida de la gente.

Cuando el patriarca John Dutton, protagonista de la serie, se presenta a elecciones como gobernador lo hace para levantar un muro contra ese progreso que amenaza con destruir el paisaje y el modo de vida de su Estado natal, Montana, y que representan un ambicioso proyecto de construcción de un aeropuerto y una populosa urbanización. Su anti progresismo es como el del Delibes de ‘El Camino’, o como el de su discurso de ingreso en la RAE, editado luego con el título ‘Un mundo que agoniza’: un rechazo al progreso que desvincula al hombre de su entorno y de modos de vida que contribuían a dar un sentido a su existencia, incluso si eran más duros y menos confortables que los actuales. Y aunque Dutton nunca llega a identificarse con los ecologistas como Delibes sí llegó a hacer, tiene claro que no son el verdadero enemigo.

Este elemento central de ‘Yellowstone’ permite desbaratar narrativamente el eje político izquierda/derecha, así como el formado por conservadores/progresistas, generando un discurso que les atraviesa y que puede interpelar a distintas sensibilidades. Eso sí, hay una diferencia esencial entre la serie de Kevin Costner y el discurso de Delibes. Lo que en el escritor es un lamento básicamente fatalista por un mundo que se va, y que él intenta preservar dándole vida y reivindicando su presencia, en la serie norteamericana va acompañado de un espíritu de batalla radical. John Dutton no se limita a lamentarse, ni se resigna, sino que está dispuesto a luchar por aquello que ama hasta el límite. Aquí podemos encontrar una clave que conecta con el trumpismo como movimiento político de combate. Pero que también lo hace, paradójicamente, con el activismo de los justicieros sociales woke, lo que ayuda también a la transversalidad de la serie.

El gesto de John Dutton revocando las licencias al aeropuerto y a la urbanización proyectadas para Montana en su primer día como gobernador del Estado, anticipa el de Donald Trump aprobando una serie de órdenes ejecutivas que desmontan el legado de Biden nada más tomar posesión como presidente.

Como puede deducirse de lo dicho, hay una diferencia sustancial entre el relato de Taylor Sheridan y las novelas de Delibes, que es la irrupción de la política, tan propia de nuestro tiempo. ‘Yellowstone’ ensalza una forma de vida que no puede defenderse sólo con testimonios, ‘visualizaciones’ y denuncias; requiere acción y decisiones políticas. Estamos por tanto ante un conservadurismo distinto, más en sintonía con el carácter agónico y conflictivo de nuestro tiempo. Un conservadurismo, además, que no está seguro de poder ganar la batalla contra el ‘progreso’, pero que, sin embargo, está dispuesto a librarla, porque lo que está en juego es demasiado importante como para rendirse y resignarse.

En ‘Yellowstone’ este conflicto se concreta, como hemos dicho, en la defensa de un entorno natural y de un modo de vida. Y está conectado, además, con otro tema que no desarrollaré demasiado, pero que es obligado apuntar: el problema racial. Las tierras del rancho Dutton fueron antes de los indios norteamericanos y esa cuestión atraviesa también el relato (incluso es esencial en su cierre). Esto permite, como puede intuirse, que diversas sensibilidades políticas se sientan afines a la historia que nos ocupa y a la extraordinaria complejidad de sus distintas ramificaciones.

Muy significativo es el modo como ‘Yellowstone’ refleja el hartazgo de la sociedad norteamericana hacia el mundo woke y su petulancia. El mejor ejemplo es el episodio protagonizado por una activista ecologista vegana a la que John Dutton acoge en su rancho. El modo como sermonea a sus anfitriones por todos y cada uno de los animales que han sacrificado para preparar su comida habitual resulta grotesco en el contexto de la serie. Su discurso animalista no sólo es rechazado y puesto en evidencia en varias ocasiones, sino que es presentado como arrogante y bastante grosero.

Pero si hay algo que resulta especialmente cautivador en ‘Yellowstone’ es la belleza del mundo que refleja. Lo que la sitúa inequívocamente en la forma de entender el conservadurismo que Roger Scrouton resumió en el lema: Soy conservador para defender lo que amo, no para oponerme a lo que rechazo. Esa belleza que la serie de Taylor Sheridan refleja no excluye el dolor, ni la tragedia, pero logra conmover e interpela. Y es una belleza que tiene que ver tanto con el modo de vida de los vaqueros (muy duro, pero libre y en contacto con la naturaleza), como con el tipo de relación entre los hombres y las mujeres que pueblan este mundo, que tiene poco que ver con los paradigmas progresistas hoy.

Antes de seguir, hay que reconocer, sin embargo, que en los últimos años se ha producido un giro interesante en torno a esta cuestión. Pareciera como si el discurso de la guerra de sexos sin cuartel y de la constante autoafirmación femenina a costa de la ridiculización del varón se hubiera agotado, de modo que cada vez resulta más frecuente encontrar historias sentimentales basadas en la colaboración y el entendimiento entre los sexos. La nueva versión de la película ‘Twisters’ es un buen ejemplo de esta evolución. Y aún más ‘Yellowstone’.

La serie que nos ocupa incluye probablemente uno de los retratos más variados, diversos y complejos de la masculinidad, así como una impresionante panoplia de personajes femeninos atractivos y con carácter. Hay varones fuertes y otros torpes, valientes y cobardes, sensibles y toscos, dispuestos a la violencia y pacíficos. También hombres tóxicos, incapaces de aceptar que no siempre pueden salirse con la suya. En general todos ellos respetan a las mujeres, a las que consideran un regalo de la vida cuando están a su lado. Aunque quizás lo más fascinante sea el espíritu de camaradería masculina que puede verse entre los vaqueros, algo que era muy habitual en el cine clásico, muy especialmente en el de John Ford, pero que hoy escasea.

Y respecto a las mujeres, aunque Montana es un estado del noroeste del país, las hembras de ‘Yellowstone’ encajan a la perfección en el cliché de ‘mujeres fuertes del sur’ que acuñó la feminista Camille Paglia. Se trata de mujeres decididas y con carácter. Mujeres ‘empoderadas’ que dirían ahora los cursis, pero sin exhibicionismo. Y mujeres que buscan a su vez a hombres fuertes y con carácter, aunque también capaces de ser tiernos y sensibles. Los hombres de la serie son varones preparados para sufrir que ponen su palabra y honor en el centro de sus vidas. Hombres dispuestos a comprometerse por la mujer que aman, y mujeres que buscan a hombres capaces de ese compromiso. Unos y otros empeñados en buscar un equilibrio entre las necesidades de cada uno sin someter ni someterse. La palabra feminismo apenas aparece en la serie, pero desde luego estamos ante mujeres independientes y libres, que no encajan ni remotamente en el cliché victimista del feminismo de izquierdas. Podríamos hablar de feminismo conservador, pero, desde luego, está muy lejos de aquel al que estamos acostumbrados en España y, en general, en Europa.

El personaje más representativo de esta visión de la mujer es el de Beth Dutton (Kelly Reilly), que va creciendo de forma notable, a medida que la serie avanza, mostrando un variado caleidoscopio de lo femenino. En Beth están la arrogancia y la osadía, el coraje, desde luego, pero también la fragilidad. Es la mujer que es capaz de jugarse la vida desafiando a unos asesinos y negándose a mostrar miedo, pero que luego necesita poder llorar y cobijarse en un hombre que no intente aprovecharse de esos momentos de íntima debilidad. La combinación de fortaleza y fragilidad es extraordinaria. Es una mujer capaz de soportar golpes, pero también de infligirlos.

No sería justo terminar este análisis de ‘Yellowstone’ sin hablar de su protagonista, un espléndido Kevin Costner que encarna en sí mismo, a su vez, las luces y sombras de la masculinidad. Dutton (Costner) expresa, por encima de todo, el aprecio por lo heredado y la imperiosa responsabilidad por mantenerlo vivo. Pero también encarna la experiencia de una vida vivida con sabiduría y la capacidad para transmitir ese saber a los propios, para ayudarles en su propio camino. La templanza, el valor, la decisión, la determinación, la lealtad, el compromiso con la familia, por un lado. Pero también la disposición a utilizar la violencia si llega el caso.

John Dutton es un patriarca en un mundo en el que todavía pesa la autoridad del padre y en el que el padre encarna los valores de un mundo heredado que se aprecia y se ama. Es una visión, en términos generales, positiva del patriarcado, algo que en las últimas décadas resulta francamente difícil de encontrar. Es, sin embargo, un patriarcado herido por las tensiones de la contemporaneidad. Todo gira en torno a la familia y los hijos, pero sólo un nieto entra en escena, lo que denota un cierto fracaso en la transmisión de la línea familiar. La natalidad es vivida como dramática (el único embarazo que presenciamos durante el desarrollo de la trama termina mal), pero se reconoce como una aspiración profunda incluso entre quienes, como Beth, están incapacitadas para ella. Y, sobre todo, la familia se interpreta de un modo muy diverso. Familia es la saga familiar, pero familia es también lo que crean Rip y Beth con el chico abandonado Carter. Y, sobre todo, familia es la comunidad que forman entre sí los vaqueros y la que forman ellos con el rancho y sus dueños. Todo gira en torno al valor de lazos sociales tejidos en la vida y en la convivencia, en el hacer cosas en común, y en compartir, en cierto modo, un destino y un anhelo.

Seguramente todo esto ya había sido contado antes de una u otra manera. Pero, por razones que sería largo explicar, dejó de contarse. ‘Yellowstone’ es, al tiempo, una recuperación y una reivindicación de un mundo que todavía se preocupa por el sentido de las cosas y que mira a la realidad de frente, buscando aquello que nos redime y alivia, pero aceptando también con gallardía la fatalidad cuando nos golpea.