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Alfonso Ussía en una imagen de archivoEuropa Press

Adiós a un amigo

A Pili que se ha quedado sin sombra

«En Ruiloba se me ha muerto como del rayo Alfonso Ussía, con quien tanto quería» y cito de prestado para despedirme del amigo con quien compartía todos los días el desayuno, primero en ABC, luego en La Razón y ahora en El Debate.

Para Alfonso la amistad era una religión a la que él ofrecía un culto casi litúrgico, y poco importaba que fuera en privado o en público, en un bar que con ocasión de un empingorotado sarao. En mi caso he podido disfrutarla en muy variadas ocasiones aunque ahora recuerdo especialmente los almuerzos que, con irregular frecuencia, nos reunían en el extinto Jockey a él, Javier Barcáiztegui y Cástor Cañedo. Se alargaron tanto en el tiempo que en una Navidad, que era fecha obligada de reunión, llegamos a celebrar las bodas de plata y Cortés tuvo la delicadeza de invitarnos cuando supo que habíamos cumplidos 25 años visitando su casa.

En la presentación de uno de mis libros, al comentar que durante cuarenta años fui marqués de Laula (él me llamaba siempre Laulio) por cariño de mi tía María Távara y luego devení en Laserna por gracia de Su Majestad el Rey Juan Carlos; para señalar el antes y el después, en un rasgo típico suyo y recordando los partes de RNE, lo explicó diciendo: «Laserna, Laula en Canarias».

Alfonso tenía un enorme ingenio que fluía naturalmente y como era muy observador surgía sin parar en su conversación, y era tan espontáneo e imprevisto que hasta él mismo se reía con sus agudezas. Y es que el humor y la poesía nacen de lo inesperado, en lo primero por disparatado y en la segunda por sugerente; uniendo ambas cualidades además de su vena humorística tenía también otra poética, seguramente heredada del abuelo Pedro Muñoz-Seca que los genes son definitivos, y que el cultivó siempre con una excepcional cultura de la poesía española. En homenaje a ese abuelo, hizo algunos retoques, pocos, breves y acertados en La venganza de Don Mendo con los que retrasó la caducidad de los derechos de autor de la obra.

Era muy sociable y cautivaba con su simpatía y gracia, mordaz e incisiva al estilo quevedesco, y su independencia como autor y periodista le llevó a enjuiciar las actitudes de personajes eclesiásticos –obispos condescendientes con la ETA– que le condujeron a situaciones difíciles con quienes eran sus patrones en los medios. Siempre sus críticas tuvieron la limitación del buen gusto y su ironía nunca buscó dañar sino simplemente denunciar, denuncia que, a menudo, suponía un gran valor personal.

Un personaje irrepetible que deja a la redacción de El Debate, con Luis Ventoso a la cabeza, sin su palabra para sobrellevar el peso de defender la verdad en tiempos de relativismo. Repitiendo la necrológica de Agustín de Foxá, El Debate puede decir: «Pensábamos que Alfonso era el lujo de esta redacción, estábamos equivocados era el lujo de España».