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«Montevideo» de Enrique Vila-Matas

Portada de «Montevideo» de Enrique Vila-MatasSeix Barral

'Montevideo': Vila-Matas y los hombres que miraban fijamente a los escritores

El autor regresa tras tres años (y un nuevo riñón) con una novela digresiva y autorreferencial que es puro Vila-Matas y encantará a sus incondicionales

Quienes conozcan y hayan leído a Enrique Vila-Matas ya saben que su obra es una larga ronda de noche por la vida y opiniones de los escritores. Al barcelonés le preocupa (le interesa, más bien) no sólo el oficio de escribir y la forja del estilo sino el mero hecho de ser escritor o aparentarlo, incluso si no hay libros de por medio. En ese sentido, es el más letraherido de la clase, un mitómano sin reparos ni camuflaje que ha sostenido en el tiempo esa pasión del adolescente que aspira a vivir en una buhardilla parisina, «muy pobre pero muy feliz» como decía el Hemingway de París era una fiesta.

Hacia el primer tercio de Montevideo, esta nueva novela de Vila-Matas que lo trae de vuelta tras tres años de silencio y un reciente trasplante de riñón (su esposa fue la donante y aquí lo consigno por mera sentimentalidad), el autor recuerda a Roland Barthes y su concepto del «fantasma del escritor». Dice: «Se acordaba Barthes de muchos de los jóvenes de su generación que, deslumbrados por el ‘fantasma del escritor’, que no por la obra de éste, ambicionaban ser esa clase de fantasma y no copiar la obra, sino las acciones de la vida corriente», como el propio Barthes espiaba a Gide con secreta codicia.

Vila-Matas es el más letraherido de la clase, un mitómano sin reparos ni camuflaje que ha sostenido en el tiempo esa pasión del adolescente que aspira a vivir en una buhardilla parisina

Lo curioso de Vila-Matas es que los letraheridos acuden a él en busca de ese «fantasma» y lo encuentran buscando a su vez el «fantasma» aunque ya sea un autor sobradamente consagrado. Miramos al escritor que mira fijamente a los escritores, pues. Y a él y a nosotros nos une una fascinación más allá de las palabras.

Montevideo, que en tantas cosas remite al Vila-Matas más canónico, arranca con el propósito «anacrónico» de un joven de convertirse en Hemingway en París aunque pronto desista en favor del menudeo. Toda la obra está planteada sobre la idea de la búsqueda de un estilo y a la vez del traje de escribidor, su representación hacia el exterior. Tan importante es querer escribir como haber escritor, vivir a la manera del escritor como serlo. Y el protagonista de este libro, que es Vila-Matas y es pura ficción al mismo tiempo (son jugosas sus reflexiones sobre la autoficción), acaba escribiendo y conferenciando pero también estancado en una larga sequía literaria que lo lleva hasta Montevideo en busca de una habitación de hotel que inspiró un cuento de Cortázar y donde quizás halle el interruptor de la luz creativa.

«Montevideo» de Enrique Vila-Matas

seix barral / 300 págs.

Montevideo

Enrique Vila-Matas

Esta novela es una inacabable digresión plantada sobre el territorio (París, Barcelona, Bogotá, Montevideo…), donde entran y salen saludando autores que fascinan desde lejos a Vila-Matas (Walser, Gracq, Beckett…) y que plantea una curiosa circularidad en la obra del barcelonés, autorreferenciada y autoparodiada. No sólo se remite desde el principio al ambiente de París no se acaba nunca sino que el protagonista ha sido autor de Virtuosos de la suspensión, claramente el Bartleby y compañía original que forjó la fama de Vila-Matas. En este libro, el autor se muestra preso de sus propios clichés como escritor, del sambenito acorde al éxito que fija para lo venidero dos o tres ideas asociadas a quien lo logra.

Lo bueno de Vila-Matas es su inagotable capacidad paródica, que resta solemnidad a la exposición autoficcional (o lo que sea) de su trayectoria, y ese humor con el que rebaja la mitomanía que tan en serio se toma el adolescente. Un humor que es asimismo de cuño literario, de Sterne en adelante, y que se recrea en el equívoco y en la casualidad, como el largo episodio de la risa de Jean-Pierre Léaud en un hotel en Cascais.

Esta novela es una inacabable digresión plantada sobre el territorio, donde entran y salen saludando autores que fascinan desde lejos a Vila-Matas y que plantea una curiosa circularidad, autorreferenciada y autoparodiada

En puridad, todo es literario en Vila-Matas («literaturizante» incluso), por eso a quienes gusta, gusta mucho, y quienes no lo hayan leído pueden encontrar farragoso y machacón su periplo por estas páginas o bien sumarse de inmediato a la cofradía de los vilamatianos. Porque, para lo bueno y para lo malo, Montevideo es puro Vila-Matas y no todos los lectores son letraheridos pero muchos acaban siéndolo.

Para los iniciados y los admiradores de siempre, el autor perpetúa ese diálogo que lleva años trabando con el lector y que se prolonga en sus columnas de El País: un coloquio de fantasmas en el que todos (el autor y nosotros) perseguimos ese espectro inasible que es el estilo, la escritura, la idea de escritor y, en general, la literatura. Ese «oficio de tinieblas» que decía Cela.

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