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29 de abril de 2024

Gabriel García Márquez fotografiado por Vasco Szinetar en su serie 'Frente al Espejo'

Gabriel García Márquez fotografiado por Vasco Szinetar en su serie Frente al Espejo

«En agosto nos vemos»: los amores casuales de Gabo

La novela póstuma del colombiano, con ingredientes reconocibles y estimables, retrata a una mujer que juega a la seducción una vez al año en una isla del Caribe

Recuerdo una entrevista de Gabriel García Márquez en la que declaraba su impresión de adolescencia al leer La metamorfosis: «Fue como si me hubiera caído de la cama en ese momento, una revelación; es decir, pensé, si esto se puede hacer, esto sí me interesa (la escritura)». De Kafka y sus dudas para publicar se está hablando mucho en este centenario de su muerte. Y de Max Brod, que publicó sin su consentimiento (es más, contra su voluntad) sus obras mayores.
También de Kafka y de Brod se ha vuelto a hablar a cuenta de la publicación de esta obrita póstuma de Gabo, compuesta ya aquejado de demencia senil y de la cual dijo: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo». El caso da para un largo debate, qué duda cabe. Hay matices y hay argumentos en todos los sentidos, pero la única verdad es que un libro solo cuenta, solo existe, cuando llega al lector y éste es el único capaz de establecer un criterio sobre su conveniencia. Ahí está la paradoja: hasta que un libro no está en manos ajenas, nadie sabe cómo puede influir en los otros, y solo una vez es leído por los demás puede decirse con justicia que se podría haber ahorrado el papel de imprenta.
Portada de En agosto nos vemos

Random House, 120 págs.

En agosto nos vemos

Gabriel García Márquez

No se puede dejar en manos de los escritores la literatura. El caso de Kafka, y de tantos, lo demuestra. El escritor es un animalillo paradójico e inseguro: puede albergar contemporáneamente la sensación de tener entre manos una obra maestra y un libro vergonzante. A menudo me acuerdo de Gesualdo Bufalino, a quien Leonardo Sciascia tuvo que convencer, casi forzar, para arañarle los manuscritos que intuía que tenía. Sin la pasión de un lector, en este caso Sciascia, Bufalino hubiera pasado quizás por inédito y yo, otro lector mucho menos cualificado, hubiera perdido la posibilidad de ser inmensamente feliz leyendo Perorata del apestado o Argos el ciego.
Por mi parte, no hay nada que reprochar a los hijos de García Márquez por disponer de un material que otros hubieran podido publicar más adelante. Entiendo que el Nobel vería con indulgencia que sean los suyos quienes se 'aprovechen' comercialmente de la obra de su padre. Más que las dudas sobre si se debe publicar un libro contra el que se manifestó el propio autor, el problema de fondo con En agosto nos vemos es que rápidamente corrió el rumor de que era una obra menor, prescindible, incluso indigna. ¿Alguien hubiera recelado de su publicación si el Nobel hubiera dejado en legado un libro equiparable a Cien años de soledad?
Pues bien, entrando en materia crítica, ni este libro es una obra maestra ni tampoco una pieza indigna de la producción del colombiano. Es, resumiendo, un libro breve, más relato largo que novela corta, disfrutable, con claros condimentos del Nobel, con algunas inconsistencias, con un Caribe espléndido y una mujer de nombre fascinante: Ana Magdalena Bach. Yo no me arrepiento de haber pasado cinco noches con ella.
No me refiero, con estas cinco noches, al tiempo de lectura, que el libro se lee en media tarde, con notas de edición incluidas, sino a las cinco jornadas que pasa la protagonista en sendas visitas anuales a la isla caribeña en la que está enterrada su madre. Allí, Ana Magdalena, de cerca de 50 años de edad, casada y con hijos, vivirá distintos amores casuales, al principio como un arrebato erótico y después de manera premeditada, alevosa y hasta performativa. La isla representa para ella la posibilidad de abandonarse al camaleonismo, a un nuevo amante, a un hotel diferente, a circunstancias excepcionales. Desde el principio, advertimos una carencia en su vida y su matrimonio que está contada con ese fuera de campo que García Márquez estimaba tanto en Hemingway y su El gato bajo la lluvia, para Gabo el mejor cuento que jamás había leído.
Pero tampoco carga las tintas el autor en la insatisfacción de Ana Magdalena, ni en sus remordimientos, ni se adentra a psicologizar sobre la pareja, el sexo, las convenciones o cualquier otra cosa. De manera que En agosto nos vemos se lee con facilidad y hasta arrullado y amenizado por los sones del Caribe, la música de Coney Francis, los sombreros panamá y la cháchara aleve de los hombres distinguidos de sienes plateadas. Pero no es un libro tan simple o inocente como pudiera parecer, y de fondo pasa el tiempo y está la muerte.
Entre nostálgica y vital, con un amargor en las esquinas, la trama, sobre todo en un giro del final, podría interpretarse como una relectura de una película luminosa de Billy Wilder, ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? Un Gabo en plena forma quizás le hubiera sacado más notas al conjunto o menos pero mejor armonizadas. En cualquier caso, esta novelita, que no pasará por ser lo mejor suyo, no supone en absoluto un descrédito para un autor que no necesita a estas alturas de nuestra opinión.
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