Benito Pérez Galdós en Las Palmas, 1890
‘Marianela’: Un drama rural típicamente galdosiano
La ceguera como protagonista para arrojar luz sobre el mundo narrativo del Realismo
Marianela puede pasar inadvertida entre las muchísimas novelas galdosianas. Su título (el nombre de la protagonista) no sorprende, pues ya el autor escoge el nombre femenino en otras ocasiones (Fortunata y Jacinta, Doña Perfecta); la trama no aparenta complejidad ni suscita, probablemente, un interés natural en el lector. Con todo, la novela que protagoniza la Nela es digna de Galdós y es un pequeño cofre de las inquietudes que salen a relucir en sus escritos de más renombre y a los que se les atribuye más peso.
Cátedra (2006). 256 páginas
Marianela
Aldeacorba es el pueblo en el que se enmarca la historia; la joven Marianela y el ciego Pablo, los dos personajes en escena. Ella lo acompaña como lazarillo, él conoce el mundo a través de sus ojos; ella no ha sido dotada de belleza sino en su alma, él, dotado de formación intelectual, se ve privado de la posibilidad de aplicarla en plenitud. La llegada del doctor Teodoro Golfín marca el punto de inflexión en el relato. Esperado por la familia Penáguilas, pues es él quien puede obrar el milagro. Las descripciones médicas y las nociones científicas se ponen de manifiesto enseguida. Pero, esta no es sino la cubierta superficial que, también el propio Galdós parece querer atravesar.
Más allá de la medicina, es la psicología la que lleva la voz cantante y la que propone sugerentes cuestiones a medida que pasamos las páginas. Es aquí donde se va dibujando la silueta de este autor realista que pinta ya con matices de naturalismo. La ignorancia y la educación, el proceso y la tradición, la bondad moral frente a la corrección formal. Temas que toman forma detrás de las idas y venidas de Marianela y Pablo, la familia Centeno, el oftalmólogo Golfín y los Penáguilas.
Las detalladas descripciones de Galdós nos adentran en la oscuridad del pueblo minero y del mundo sombrío de Pablo. Las creativas conversaciones de la inocente pareja protagonista son las únicas que parecen atisbar un mundo mejor más allá de la realidad. Sin embargo, la nota melancólica es un recordatorio constante, ¿qué sucederá si Pablo recupera la visión y despierta de su sueño de sombras?
Por contradictorio que parezca, la novela plantea una atípica reflexión sobre la belleza. La ceguera, y la inocencia de una niña sin educación parecen ser el punto de partida propicio para apreciar las grandes beldades, porque ellas no se aprecian necesariamente con los ojos del cuerpo. Subyacente, se halla la crítica a una sociedad ciega a los que no son «bellos» a sus ojos, por carecer de atractivos físicos o de luces intelectuales. Curar la ceguera de Pablo sí es una prioridad y encauzar su vida hacia el matrimonio parece el segundo paso a dar después de ello. Objetivos que opacan la belleza interior de Marianela pues esta solo se desvela a los ojos del alma de los hombres.
La contradicción despunta igualmente con relación al progreso. Un progreso que viene anunciando el «adelante, siempre adelante» con el que Teodoro Golfín entra en escena. Un progreso al que aspira Celipín, el hijo de una familia de piedra que se ve encerrado en las pétreas estructuras de los de su casa, que profesan su estancamiento en el ayer. Difícil posicionarse en un lado u otro cuando, de nuevo, ambas realidades dejan de lado a la Nela pese a hacer alarde de una (falsa) filantropía. Y es que, el estado salvaje en el que vive Marianela y el primitivismo en el que se ha educado conmueven a todos, pero solo al acercarse el final, solo cuando la meta de devolver la vista a Pablo ya se ha alcanzado.
Las ironías, las críticas implícitas, ingredientes esenciales en la narrativa galdosiana, también marcan el mensaje de esta novela de 1878. El carácter ejemplar de su contenido y temas tratados han saltado igualmente al teatro y al cine. Los hermanos Álvarez Quintero pudieron contar con la presencia del propio Galdós el día del estreno de la adaptación teatral en 1916. Posteriormente, serían tres las versiones para la gran pantalla en 1940, 1955 y 1972. Al frente de la primera, Benito Perojo; la segunda es de producción argentina, la tercera la protagonizó Rocío Dúrcal.
Breve y dramática, la aparente sencillez argumental de Marianela, rivaliza con la manifestación paradigmática de la narrativa galdosiana que sus páginas recogen. Su lenguaje preciso y riqueza léxica y la connotación de sus términos presentan una batería de temas típicos y nos ayudan a ahondar en el Realismo en su estado puro.