Soldados Persas
Compartir el dolor con `Los persas´ para aprender a evitar la soberbia
La catarsis trágica y la pericia de Esquilo, dos grandes educadoras del género humano
La tragedia, «la manifestación más genuina del genio griego» que cautivó a Nietzsche, le debe mucho a Esquilo. Este ciudadano de Eleusis era profundamente religioso y un gran sabio. «Teólogo» para muchos, casi todos vieron en él al mejor educador del pueblo. Conocer los mitos y entender la vida y los entresijos del alma humana son condiciones necesarias para llegar a ser el gran creador de la tragedia que fue nuestro Esquilo.

Traducido por Bernardo Perea Morales
Prólogo de Marta González González
Gredos (2022), 96 páginas.
Los persas
Sus obras, de las que conservamos tan solo siete completas –entre las que se encuentra Los persas– nos permiten comprender por qué la tragedia ha de ser, según Aristóteles, «la imitación de una acción seria y completa». Si algo pretende Esquilo es sacar a escena las pasiones más humanas encarnadas en personajes concretos. La mitología, tan importante en la épica, no pierde lugar en la escena del teatro, pero nuestro dramaturgo muestra ante todo un conmovedor respeto por lo humano.
Así sucede en Los persas, la única tragedia que, dejando a un lado la base mítica, se inspira en la famosa Batalla de Salamina, en la que el propio autor participó. Pero la novedad de la obra va más allá, pues Esquilo adopta una postura inesperada. La pieza lleva por título el nombre enemigo y también lo son sus personajes. Lejos de elogiar la victoria helena, el genio de Eleusis adopta la perspectiva persa. Solo un genio tan humano como él puede llegar a afligirse por el bárbaro y despertar en los suyos la conmoción por el sufrimiento del diferente. Con todo, como griego orgulloso, no desaprovecha nuestro autor la oportunidad de exaltar su patria. Lo hace, discreto pero astuto, sirviéndose del interrogatorio inicial que la reina persa plantea al corifeo. Incrédula ante la superioridad del ejército vencedor de su hijo, la madre de Jerjes aprende que no es la habilidad guerrera sino la libertad, la que granjea a los helenos la superioridad para con otros pueblos. Libertad por la cual «no se llaman esclavos ni súbditos de ningún hombre».
No hay nada como el sufrimiento para encontrar puntos de unión entre seres muy distintos, pese a ser todos humanos. La maestría de Esquilo en esta tragedia radica precisamente en la elección del asunto principal. El dolor es el que lo vertebra todo en Los persas. Tomar conciencia de ello, permite al autor del S. VI a.C. llegar a la raíz más genuina del hombre. Y es desde ahí, desde el corazón dolido de estos persas, desde donde puede darse la compasión y el terror que son preludio de la gran catarsis trágica.
Así pues, el llanto de la reina Atossa no es ajeno a los oídos de los helenos cuyas mujeres también saben de muertes y pérdidas. Ahora bien, ¿cuál es el verdadero motivo de las lágrimas de esta viuda persa? Un disgusto inicial al conocer la derrota, troca en decepción al descubrir el insensato proceder del hijo que, por confiar demasiado en sus propias fuerzas, arrastró a la muerte a sus hombres.
Griegos o bárbaros, Esquilo comprende que todos se afligen ante la pérdida y se reconocen en la soberbia de Jerjes. Maestro en la construcción del discurso literario, prescinde de la acción trepidante propia de la épica pero mantiene la tensión por medio de los diálogos. Diálogos que informan de lo sucedido, moldean gota a gota la conciencia de los personajes y someten a juicio sus conductas. Prueba de ello es la paulatina transformación de la postura del protagonista en los últimos versos de la obra. La soberbia, su gran compañera a lo largo de la pieza y causante de sus desgracias, va suavizándose hasta que el reconocimiento de la verdad cede su puesto a la humillación más absoluta. El héroe ha aprendido la lección y, con ello, Los persas cumple también con el fundamento didascálico de todo drama griego.
El lenguaje grandilocuente y el estilo solemne del padre de la tragedia ponen en evidencia la gravedad de un género que no buscaba el mero entretenimiento sino la seria educación de sus ciudadanos.
«Cuando se es mortal no hay que abrigar pensamientos más allá de la propia medida». Es la sombra de Darío la que asciende del reino de los muertos para recordar a los personajes, también al público, la condición de lo humano. La inmortalidad es ese atractivo tesoro que, desde Gilgamesh, todos los héroes antiguos y también los hombres modernos anhelan alcanzar. La vigencia de Esquilo es indudable cuando se trata de traer a la memoria la limitación humana, esa que en nuestro mundo sigue sin estar de moda. La «hybris» de Jerjes no ha perdido actualidad; el efecto catártico de Los persas sigue siendo una medicina necesaria.