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El filósofo griego Sócrates y sus discípulos

El filósofo griego Sócrates y sus discípulosGTRES

La defensa de Sócrates para morir como vivió

La autenticidad del filósofo que no traicionó la verdad ni en el momento de su muerte

Padre de la filosofía griega y pilar del pensamiento occidental, lo que conocemos de Sócrates no viene de lo que él escribió. El protagonista de este diálogo no dejó ni una letra para la posteridad. Con todo, su persona y su inigualable legado han perdurado, no mueren nunca, son eternos y eternamente interpelan. Sin la intervención de Platón, este tesoro no estaría hoy en nuestras manos ni habría marcado el itinerario de la historia de la filosofía posterior y la que se sigue escribiendo hasta hoy.

Cubierta de 'La defensa de Sócrates'

Edición, comentario filosófico y traducción de Miguel García-Baró. Sígueme (2023). 192 páginas

La defensa de Sócrates

Platón

La estructura dialogada, cuerpo de los escritos platónicos, configura también este escrito en el que Platón recoge los discursos con los que su maestro respondió a las acusaciones que se le presentaron el día del juicio que concluyó con su célebre muerte. Inculpado de corromper a la juventud y de impiedad para con los dioses, el inocente asume mansamente la sentencia de los tres jueces negándose a reconocer como ciertos los cargos contra él.

Son muy pocas las ideas que el filósofo griego plantea en esta breve apología. Con todo, su calado es profundo, su síntesis es la radiografía del pensamiento socrático y su autenticidad tiene una fuerza que interpelaba al griego y no deja indiferente a ninguno de los lectores que, desde entonces, se han acercado al texto. Sócrates reta y conmueve constantemente. El diálogo es el vestido perfecto para plasmar este deseo de alcanzar al interlocutor, sea este quien sea. La amenaza o juicio que algunos puedan sentir ante este continuo cuestionamiento no es esencialmente invectiva. El objetivo que marcó su existencia y al que se mantuvo fiel, hasta la muerte, fue la búsqueda de la verdad. La actitud del filósofo parte de la conocida paradoja socrática: la de ser sabio por saber que no se posee la sabiduría. Este amor por el saber es el móvil del indagar socrático y el latido tras cada pregunta e intervención de sus diálogos. También en este.

En el caso de la Apología, conocemos solamente los tres discursos de respuesta del filósofo a las intervenciones acusadoras de sus jueces. Las palabras de Sócrates apenas se ven interrumpidas por ellos, por lo que la postura contraria se revela a partir del discurrir del filósofo. De sus referencias extraemos también las piezas que permiten reconstruir el contexto ateniense en el que tuvo lugar semejante acontecimiento. Él es ciudadano de Atenas, una impronta que define la vida del habitante de la polis. El griego nace en la comunidad política y vive para ella. Nuestro filósofo no es menos. Muere injustamente y se niega a aceptar la acusación que se le imputa, pues falta a la verdad. Esta es, de hecho, más importante que su propia vida, pero, incluso, del destino de Atenas. En una época en la que los discursos se engalanaban de artificio para satisfacer un interés más allá de la franca expresión de lo verdadero, el padre de la filosofía griega ataca el vacío de la sociedad de su tiempo. La vacuidad de las palabras es la que desorienta a los ciudadanos y pervierte realmente a la juventud.

Escandalizado, a Sócrates le alarma la ignorancia de los «muchos» que le acusan. Es en esta falta y no en su muerte donde radica la tragedia, pues viven injustamente sin saberlo. He aquí la contraposición que marca la tensión de la obra: la actitud del filósofo frente a la de la mayoría acusadora. Estos le conminan a abandonar una postura vital que es en realidad la única vía para alcanzar la plenitud de la vida humana: la filosofía.

Su labor como amante de la sabiduría, aquella por la que se le imputa, se basaba en el continuo discernir lo que es bueno, justo y verdadero. Un discernimiento compartido, pues busca someter a examen de los conciudadanos la experiencia misma a fin de alcanzar los valores que luego pelea por preservar. Un quehacer que lamenta tener que interrumpir. De un modo conmovedor lo expresa a sus compañeros en su última intervención: «quiero mostraros a vosotros, amigos, qué sentido debe de tener lo que acaba de ocurrirme». Saboreando hasta el último segundo este dialogar y buscar compartido, Sócrates dibuja su visión de lo que le espera después de la muerte. Gracias a su daimon fallecerá con la certeza de que «no existe mal alguno para el hombre bueno ni cuando vive ni después de muerto». Por consiguiente, con serenidad, muere filósofo el que vivió como tal. Y de esta manera consigue, y así lo apunta Miguel García-Baró, «probar con los hechos el valor de un dicho». Sócrates comprendió que esta prueba, habría de ser su propia muerte.

Acaso necesitamos también nosotros un Sócrates que, azuzando las conciencias de los hombres de nuestro siglo, no se canse de insistir en la búsqueda de la Verdad y del Bien y haga de ella la esencia de su vida.

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