Vasija griega con corredores panatenaicos
'Fedro', un diálogo muy platónico de asunto sumamente actual
Claves para huir del falso discurso y aspirar a la filosofía verdadera
El interlocutor del padre de la mayéutica en este diálogo platónico es Fedro. Este personaje ateniense se cruza con Sócrates después de una reunión con amigos. Como es habitual, el filósofo se interesa por el asunto tratado en ese encuentro. Su curiosidad es el desencadenante de la conversación objeto de esta obra. A diferencia de otros escritos de Platón en los que es sencillo definir el tema expuesto, Fedro presenta cierta complejidad por la variedad de aspectos expuestos. Parece que el fundador de la Academia haya querido aunar en este breve diálogo las cuestiones más relevantes de todo su pensamiento. Amor, retórica, escritura, belleza, verdad; en cada uno se detienen con bastante atención los dos hablantes.

Traducción e introducción de Emilio Lledó
Gredos (2014). 144 páginas
Fedro
Lisias ha escrito un discurso en torno al amor recibiendo algunas críticas poco favorables. Fedro, que se dice incapaz de reproducirle a Sócrates las palabras del orador sí se muestra disponible a responder a sus preguntas. De esta manera, ambos dialogan, en primer lugar, acerca del tema del discurso: el amor. Aunque el Banquete es la obra de referencia al respecto, las reflexiones recogidas en esta ocasión no son menos interesantes. Desde la distinción entre apetito de placeres y la aspiración a lo mejor, hasta un acercamiento poco habitual a la locura. Sócrates nos sorprende una vez más al invitarnos a pensar que esta no ha de ser siempre temida, sino buscada en la medida en que, si es buena, conduce a la mayor felicidad. A esta felicidad, así como a la belleza, aspira el alma enamorada. La imagen del carro alado le sirve al filósofo como marco para describir la reacción de las distintas partes del alma ante la experiencia amorosa.
El meticuloso tratamiento de la naturaleza anímica da pie a otro de los asuntos centrales del diálogo. Y es que, para Sócrates, es fundamental conocer la esencia del alma si se quiere aspirar a la belleza en la composición de los discursos. Le falta tiempo para proferir sus ácidos comentarios en contra de sus queridos sofistas. Tildados de «escribe-discursos», pronto deja en evidencia la vacuidad de sus textos y lo vergonzante de su labor. Con una actitud muy semejante a la de muchos personaje públicos de todos los tiempos, también del nuestro, estos no buscan lo verdadero más que lo verosímil. La ironía socrática sale a relucir en las intervenciones que siguen. Con sus preguntas conduce las respuestas de Fedro hacia un objetivo claro: ridiculizar a quienes se dedican a la retórica. Con sutileza pero de modo contundente, termina llamándoles «asnos». ¿No es acaso rebuznar emitir palabras vacías de verdad? ¿No es acaso relativismo defender una misma afirmación unas veces como buena y otras como mala?
Se hacen palmarias las tretas de los que se dicen oradores, pero no buscan sino embellecer el envoltorio dejando de lado lo verdadero. Sócrates coincide con ellos a la hora de reconocer una fuerza poderosa en el arte de hacer discursos. Ahora bien, el modo de seducir no ha de buscarse por medio de deleitosas pero superficiales palabras, sino desde un conocimiento profundo de la naturaleza del alma, pues es precisamente a ella a la que deben alcanzar.
Pese a la extensa lista de reproches emitidos contra los sofistas, el maestro de Platón tiene aún una nueva historia guardada en la manga. Se trata esta vez de un mito egipcio con el que le explicará a Fedro los peligros de la escritura. En el relato, el dios Theuth la presenta como un invento que servirá de remedio para la sabiduría y la memoria. Cuál será su sorpresa al verla rechazada: semejante invención está destinada a fomentar no el recuerdo sino el olvido.
Parecen muchas las madejas de las que Sócrates ha ido tirando durante su conversación con Fedro. Pero este amante de la sabiduría no da puntada sin hilo y, por ello, remata con maestría su pieza. En favor de la claridad y la concisión, que echa de menos en los discursos de los sofistas, retoma las preguntas iniciales y resume sus conclusiones. La figura del filósofo, amante de la sabiduría, es una vez más el modelo propuesto. Frente a la caducidad de la labia sofística, la palabra filosófica es sincera y transmite una semilla inmortal fundada en la búsqueda de la verdad.
Al término del diálogo, alcanzado el clímax de tan elevados asuntos, no cabe mejor conclusión que elevar una oración. Fedro se une a la petición de Sócrates que es una perfecta síntesis de todo lo discurrido: «Oh, querido Pan, y todos los otros dioses que aquí habitéis, concededme que llegue a ser bello por dentro, y todo lo que tengo por fuera se enlace en amistad con lo de dentro».