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26 de abril de 2024

Imagen de 'La mujer de Tchaikovsky'

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¿Tchaikovsky, ahora rebajado? La historia lo absolverá

Llega a los cines La mujer de Tchaikovsky, la película que indaga en los perfiles más oscuros de la personalidad del gran compositor ruso

En la radio del coche resuena inconfundible el épico final de la «Quinta» sinfonía de Tchaikovsky. Intento pensar en alguna versión reconocible. Imposible, hay cientos, quizá miles, de una de las más populares creaciones sinfónicas de todo el romanticismo musical. Efectivamente, el reto se antojaba inútil. Tras el último acorde, estallido de aplausos y salva de bravos: suele ocurrir siempre con esta obra, capaz de mantener intacto su efecto entre las audiencias casi dos siglos más tarde. Como colofón de unos comentarios manidos que inciden en el supuesto carácter biográfico de la pieza («Sinfonía del destino», como en otra «Quinta» célebre, «el destino llamando a la puerta»… qué manía), la tormentosa existencia de su autor, la locutora lanza un nombre a las ondas. Parece el de una directora que no logro cazar al vuelo. Desde luego no es ninguna de las que conozco o he tenido ocasión de tratar.

Las agrupaciones, y los teatros, prefieren a mujeres o, en todo caso, a hombres negros como cuestión previa

Las programaciones de las orquestas dedican cada vez más atención a las mujeres que empuñan la batuta. Ojalá no se trate de un mero capricho de las modas, o algo peor. Calidad seguramente no habrá de faltar: aunque también antes se contrataba a muchos hombres que no daban la talla en el podio simplemente por cuestiones que nada tenían que ver con la música, y nadie se rasgaba las vestiduras siendo las causas seguramente tanto o más graves que la discriminación de género. Un amigo norteamericano, director de los buenos, me dice que en su país cada día le resulta más difícil encontrar trabajo: las agrupaciones, y los teatros, prefieren a mujeres o, en todo caso, a hombres negros como cuestión previa antes de tener en cuenta cualquier otra consideración. Ya no le basta con ser gay. Seguramente exagera. O no.

El «escándalo hipócrita»

El gran maestro Nikolaus Harnoncourt, blanco, europeo, hetero y aristócrata (veneno para la taquilla de estos días) confesó en una ocasión: «Tal como yo veo las cosas, biografías y producción artística son dos vertientes de la vida de un individuo que siempre habría que distinguir con exactitud». La tendencia, ahora mismo, parece ser la contraria. Hay que indagar como sea en la trastienda de los hombres más cualificados en el desempeño de su profesión, sobre todo si se trata de escritores, actores, pintores o músicos, para derribarlos del pedestal en el que la historia los había situado por sus logros y méritos. El éxito sigue siendo tan sospechoso como de costumbre, solo que ahora se ha abierto la veda definitiva para los cotillas, la mediocridad ya no solo se solaza simplemente en el descubrimiento de la intimidad de los héroes, ahora se sirve de ella, a la luz de una recién descubierta moralidad, para escandalizarse hipócritamente y clamar «vendettas» aplazadas.
Véase La mujer de Tchaikovsky, el filme que acaba de estrenarse en los cines estos días tras su celebrado paso por un Festival de Cannes en horas paupérrimas. Ya el título resulta revelador: ¿A qué mujer se refiere? ¿A la esposa desequilibrada, Antonina Ivanova Milinkova, cuyo matrimonio, en realidad, duró sólo nueve catastróficas semanas en las que el compositor, víctima de su error, buscó posibles salidas hasta en un probable intento de suicidio? ¿O a Nadezha von Meck, la acaudalada viuda que durante catorce años, en los que todo contacto entre ellos, por expreso deseo de la dama, se limitó a un asiduo intercambio epistolar, le brindó un desinteresado y generoso apoyo financiero para librarle de otras servidumbres que le permitieran encauzar su talento sin agobios?

¿Supo aquella mujer descubrir esa misoginia que acompañaría al compositor durante toda su vida?

La historia más interesante, sin duda, es la de Von Meck. ¿Qué fue lo que movió a aquella señora a consagrar parte de su riqueza a la promoción de la carrera del compositor? ¿Qué apreció en él entre otros artistas, y por qué decidió que nunca querría llegar a conocerlo en persona? Parece cierto que en muchas ocasiones ambos se cruzaron, durante varios de los conciertos del músico, por ejemplo, y hasta en una ocasión se encontraron de frente, evitándose mutuamente, de inmediato cada uno por su lado. Pero jamás intercambiaron más palabras que la reveladora correspondencia mantenida durante todo ese tiempo, en la que Tchaikovski reunió un fascinante material para sus estudiosos al tratar infinidad de asuntos específicamente relacionados con la construcción de su personal universo creativo. ¿Supo aquella mujer, en una genial intuición, descubrir esa misoginia que acompañaría al compositor durante toda su vida, y otros aspectos más íntimos de su compleja personalidad, alejándolo del trato social que tanto le afectaba? ¿Llegó a amarle secretamente, en silencio y en la distancia?

«Rebajar su legado»

No, las cuitas de la misteriosa benefactora no parecen revestir ningún interés; de hecho no se la menciona, ni siquiera de pasada, a lo largo de un filme que pretende ser biográfico o, al menos, iluminar una parte esencial de la vida de Tchaikovsky. Al parecer, a la hora de servirse de la imagen del compositor, no se sabe con qué intenciones, resulta ahora más interesante recuperar el retrato de Milinkova, fallecida en un manicomio tras una existencia tan errática como desafortunada. No puede decirse que la actuación de Alyona Mikhailova, como la repudiada consorte, no parezca soberbia, ni que el retrato de la rígida sociedad rusa de la era zarista no sea revelador de algunas de las lacras que luego se han perpetuado más allá de las revoluciones (la homofobia no solo no ha cesado, se ha convertido casi en cuestión de Estado). Pero todo ello no impide que al final de la película de Kirill Serebrennikov parezca deslizarse por esa pendiente tan afín a nuestro tiempo. Aquella que, bajo el objetivo de servir a causas supuestamente mayores, termina por explorar desconocidas vetas de iniquidad o fallas inexcusables en el carácter y la conducta de un creador (varón casi siempre) que puedan servir, en último término, para rebajar su legado. Con Tchaikovsky, en cualquier caso, lo van a tener difícil: es improbable que la profunda belleza de obras como su Eugene Onegin, o sus tres últimas sinfonías, dejen de seducir, inspirar y conmover al público por los siglos.
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