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La estafa de la cumbre España-Marruecos: ¿por qué los llaman acuerdos cuando deberían decir chantaje?

Sánchez y Albares se empeñan en vendernos el país como una potencia moderna y confiable cuando se trata del único estado del mundo que desafía abiertamente la integridad del territorio español

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), y el primer ministro de Marruecos, Aziz Akhannouch (i)Moncloa

Decir que faltó transparencia sería pasarse de prudente. Ni hubo rueda de prensa ni declaración institucional al término de la XIII Reunión de Alto Nivel (RAN) entre España y Marruecos, que apenas duró tres horas, pero que sirvió para confirmar, según el ministro Albares, que nuestra relación con el vecino del sur es «ejemplar y extraordinaria».

El titular español de Asuntos Exteriores parece haberse tragado un disco rayado desde que se quedó sin argumentos para intentar sustentar una mentira mil veces repetida, que diría Goebbels. Así que, ajeno a todo lo que ha incumplido Rabat desde 2023, cuando se celebró la última cumbre, ahora se felicita por los 14 acuerdos comerciales firmados en Madrid. Y sigue a lo suyo: a negar la evidencia y a vendernos un Marruecos próspero y vibrante. Aunque la renta per cápita esté allí por debajo de los 4.000 dólares, ocho veces por debajo de la nuestra, lo que invitaría a hablar con más propiedad de cooperación al desarrollo que de intercambios comerciales de igual a igual.

Con un 23 % de la población todavía sin alfabetizar, según la Unesco, la educación dista mucho de ser un ascensor social que permita a la población del reino alauita salir adelante. He ahí las protestas, duramente reprimidas, de miles de jóvenes para que el Gobierno invierta más en gasto social en lugar de priorizar grandes infraestructuras, como los puertos de Tánger-Med, Nador West Med o los estadios del Mundial de 2030. Porque, a pesar de que el PIB del país está creciendo con fuerza –un 3,8 % en 2024–, las cifras de paro no se compadecen con las de una economía en expansión. Como tampoco lo hace el éxodo masivo de su fuerza productiva hacia el primer mundo.

Expresiones como «ciudades ocupadas» o «presidios usurpados» son habituales en la prensa oficialista cada vez que toca informar sobre Ceuta y Melilla

En pocas líneas, ese es el Marruecos que Sánchez y Albares se empeñan en vendernos como una potencia moderna y confiable. El mismo Marruecos que nunca ha dejado de reclamar la soberanía de Ceuta y Melilla, lo que le convierte en el único estado del mundo que desafía abiertamente la integridad del territorio español. A todo esto, ¿por qué las ciudades autónomas no han sido invitadas a ninguna cumbre bilateral, cuando son la frontera sur de España y de la Unión Europea? ¿Y cómo es que no se invitó a Canarias a esta última RAN, cuando sí que estuvo presente en otras citas del pasado? Piensen mal y acertarán.

Expresiones como «ciudades ocupadas» o «presidios usurpados» son habituales en la prensa oficialista cada vez que toca informar sobre Ceuta y Melilla. Y ya se empiezan a contar por decenas las voces al otro lado de la frontera que amenazan con abrir la espita de la inmigración ilegal si Núñez Feijóo corrige el rumbo marcado por Sánchez, sobre todo en lo concerniente al Sáhara Occidental; territorio del que Yolanda Díaz no piensa ceder «ni un centímetro». Hay que reírse.

«Una España que se porta bien es un Marruecos que se porta bien», declaró el otro día en una entrevista Ryad Mezzour, el ministro marroquí de Comercio. Y cuando le preguntaron si reconocía la soberanía de las dos ciudades autónomas españolas, contestó hasta tres veces que «el tema no está en nuestras discusiones ahora». A buen entendedor. La pasada primavera enumeré a modo de recordatorio en un informe para el Observatorio de Ceuta y Melilla, algunos ejemplos de la tensión que han observado las relaciones bilaterales en lo que llevamos de siglo XXI: la visita de los anteriores reyes en el año 2007, la avalancha migratoria que sufrió Ceuta en 2021, los prolegómenos del aludido giro sobre el Sáhara y la tomadura de pelo de las aduanas comerciales.

La sumisión de nuestro país ante Rabat resulta incomprensible e inquietante

Me detengo en esto último, ya que tanto la nueva aduana de Ceuta como la de Melilla, una vez reabierta tras el cierre en julio de 2018, distan mucho de parecerse a controles homologables en Europa y el resto del mundo. España nunca debió aceptar las condiciones de las autoridades marroquíes, pues supuso plegarse a sus exigencias e intereses. Lo que se vendió como el tránsito regular de mercancías en los dos sentidos, exportación e importación, se ha quedado en el paso testimonial de un vehículo de cuando en cuando. Y casi siempre del lado marroquí, que es lo que tiene la ley del embudo.

La sumisión de nuestro país ante Rabat resulta incomprensible e inquietante. Sólo la crisis que sufrió Ceuta en mayo de 2021 con el uso instrumental de la inmigración para presionar políticamente a Madrid, ha demostrado que se requiere una estrategia radicalmente distinta a la hora de relacionarse con el vecino del sur.

Pero allí estaba el primer ministro Aziz Akhannouch, siendo recibido en el Palacio de la Moncloa con honores militares por Pedro Sánchez y los ministros socialistas del Gobierno. Sus detractores, que son legión, acusan al multimillonario amigo de Mohamed VI de malversación de fondos públicos. Y también de permitir que la corrupción campe por sus fueros en los programas agrícolas del país, que él conoce de primera mano por las muchas empresas que posee en el sector desde que ostentara esa cartera ministerial entre 2007 y 2021. Claro que la falta de independencia del sistema judicial marroquí siempre abortará cualquier posibilidad de que rinda cuentas ante los tribunales.

Es lo que denuncian al menos, desde el histórico partido opositor Istiqlal, al tiempo que recuerdan que su llegada al poder estuvo precedida por unas «elecciones» en las que se denunció el uso masivo de dinero para comprar votantes. ¿Será verdad eso de que Dios los cría y ellos se juntan?